Capítulo 3. "Neumáticamente".

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Narra Miguel García.

- La fiesta y todo está chula, pero me subo al taller, que tengo a Chimo solo –digo, eso sí, al terminarme la birra-.

- Va, pero díselo a tus viejos, que luego nos cae la mundial –pide Juanca, dándome un abrazo cargado de energía-.

- Pareces tu perro, que digo que me voy y te me echas encima –me río-.

- Está cariñosete el Juan –sonríe Edu, repanchingado en una hamaca-.

- Oye, bro, así tienes que vivir. No como vives –lo mimo-. Va, me piro, bonitos míos.

- Chao, hermoso –suspira Ana-. Y, si eso, le dices a mi Lara que baje, la muchacha.

- Lo intento.

Busco a mis padres y ¡bingo! Mi madre sacando una baraja del mueble del recibidor.

- Mama –la sorprendo abrazándola por detrás-.

Me mira por el espejo y sonríe. Besuqueo su mejilla.

- Algo quiere mi niño cuando está tan mimoso –bromea-.

- No, despedirme.

- ¿Te vas?

- Sí. Que el taller no perdona.

- Ay, hijo –se da el lujo de abrazarme como sólo ella sabe-. Mamá no quiere que te vayas.

- Vuelvo a cenar y te ayudo a recogerlo todo, ¿quieres?

- No hace falta, mi vida, que ya te da bastante quehacer tu Alejandro –me despreocupa-. Y yo quiero que vengas a casa a descansar, no a ayudarme.

- ¡Qué bonito es nuestro niño, madre! –oigo a mi padre por detrás-

- Pa, me voy –anuncio-. Así viene Joaquín a refrescarse.

- Bueno... pero baja a vernos más, campeón.

- Bajaré. Os quiero mucho –exclamo antes de darles un beso a cada uno, en el que pongo mi alma entera-.

- Y nosotros a ti, niño chico.

Salgo de allí y ando camino arriba. Me cruzo con dos familias que venían a la vez y una de las niñas empieza a correr a mi encuentro.

- ¡Miguel!

- ¡Bueno, qué de tiempo! –la ensalzo y se amarra a mí- Qué de tiempo sin vernos, mi amor. ¿Cómo estás?

- Bien –me sonríe-. ¿Vienes a jugar?

- No, cielo, vengo ya de allá, que voy a donde los coches.

- Jo –se lamenta poniendo su mejor carita de pena. Le doy un beso-.

- Bueno, pero Miguel podrá venir a por ti en otro momento, ¿a que sí? –pregunta su madre, una amiga de la infancia de Lara-

- Sí, eso siempre –obvio-. ¿Habéis visto a la loquita?

La pequeña se ríe a carcajadas y me contagia.

- Dile: sí –sonríe la amiga-. Pero estaba liada con el trabajo y ha sido exprés.

- Ahora la convenzo, que nuestra colega la reclama y me mata si no lo intento, al menos.

- Adelante con el reto.

Al fin llego a casa y me encuentro a Lara frente a su portátil, con expresión nerviosa. Me acerco a ella y la mimo acariciando su melena rubia.

- Migue, déjame –ordena en medio de un suspiro-.

- ¿Qué pasa?

- Nada, que no puedo enviar esto. Debe tener quince páginas, y sólo tengo doce. No sé de dónde sacar más argumentos.

- Escúchame. Está nuestro hermano aquí.

No lo sabe. Y ese dato le hace apartar la mirada de la pantalla.

- ¿Mi pequeño? –susurra emocionada-

- Ha venido a acompañar a su jefa a unos recados –asiento-.

- ¿Cuándo se va? –se levanta de la silla, apresurada-

- No sé. Pero aprovecha y estate con él, porque puede ser una semana o una hora la que le quede aquí, tata.

- Y ¿por qué no me llamaste directamente? ¿Qué haces aquí, en casa?

Está muy nerviosa.

- Me voy al taller, así Chimo también puede bajar a verlos a todos y a tomarse algo –le digo-.

- Venga, pues me voy –me propina un abrazo-.

Se enfila escaleras abajo y yo me asomo.

- ¡Oye!

Se gira, ya con la puerta abierta.

- Disfruta de nuestro hermano por mí.

Se le dibuja una media sonrisa.

- Por ti, mi vida.

Cierro su portátil y me voy para el taller, donde mi amigo atiende a una familia sin parar de trabajar.

- Bueno –saludo al entrar-.

- ¿Ya? –pregunta él interrumpiendo su charla, al parecer, es una visita-

- Cuando eso, baja y tomas algo –sugiero-.

Media hora después me quedo solo. Mi única compañía es la música favorita de mi Bruno, que he aprovechado la soledad para ponérmela y pensar en él mientras cambio aceites, reparo y atiendo a los pocos clientes que vienen o bien a explicarme su problema con el vehículo o bien a recoger el mismo.

- Papá –lo escucho entrar, precisamente-.

- ¿Qué? –respondo sin mirarlo, pero noto que me masajea los hombros, sacándome una sonrisa-

- Nada. Que he venido a verte.

- Ya vi. ¿Cómo está la joya de papi?

- Bueno. Es una gran pregunta –responde y se apoya en el elevador, examinando la estantería de las herramientas, dándome la espalda. Suspira profundamente-. Me he pasado media vida aquí, ¿eh?

Sonrío. Pero él parece entristecido.

- Con tus herramientas y tu moto de juguete –añado-. Que me decías: "Papito, dime que se ha roto otra cosa".

- ¿En serio? –sonríe-

Me giro a coger otro tornillo.

- Claro. Hasta te enseñé a quitarle la rueda de verdad, y te ibas a la máquina de cambiar los neumáticos –me río-.

- Y, ahora que soy mayor, ¿me enseñarías a cambiar un neumático de verdad?

Lo miro. Me ha emocionado esa pregunta.

- Cielo, a mí me gustaría que llevases una vida mejor que la mía –admito-.

- Ya, pero yo adoro la mecánica. Me he criado aquí, y dime quién, sino, va a quedarse con este... templo.

Le ha costado encontrar la palabra.

- Mira, ahora que lo has dicho, métete al piloto: en tu primera clase vas a aprender a tocar las luces –improviso-.

- Venga, vamos allá.


Las historietas de Benatae [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora