Narra Miguel García.
- La fiesta y todo está chula, pero me subo al taller, que tengo a Chimo solo –digo, eso sí, al terminarme la birra-.
- Va, pero díselo a tus viejos, que luego nos cae la mundial –pide Juanca, dándome un abrazo cargado de energía-.
- Pareces tu perro, que digo que me voy y te me echas encima –me río-.
- Está cariñosete el Juan –sonríe Edu, repanchingado en una hamaca-.
- Oye, bro, así tienes que vivir. No como vives –lo mimo-. Va, me piro, bonitos míos.
- Chao, hermoso –suspira Ana-. Y, si eso, le dices a mi Lara que baje, la muchacha.
- Lo intento.
Busco a mis padres y ¡bingo! Mi madre sacando una baraja del mueble del recibidor.
- Mama –la sorprendo abrazándola por detrás-.
Me mira por el espejo y sonríe. Besuqueo su mejilla.
- Algo quiere mi niño cuando está tan mimoso –bromea-.
- No, despedirme.
- ¿Te vas?
- Sí. Que el taller no perdona.
- Ay, hijo –se da el lujo de abrazarme como sólo ella sabe-. Mamá no quiere que te vayas.
- Vuelvo a cenar y te ayudo a recogerlo todo, ¿quieres?
- No hace falta, mi vida, que ya te da bastante quehacer tu Alejandro –me despreocupa-. Y yo quiero que vengas a casa a descansar, no a ayudarme.
- ¡Qué bonito es nuestro niño, madre! –oigo a mi padre por detrás-
- Pa, me voy –anuncio-. Así viene Joaquín a refrescarse.
- Bueno... pero baja a vernos más, campeón.
- Bajaré. Os quiero mucho –exclamo antes de darles un beso a cada uno, en el que pongo mi alma entera-.
- Y nosotros a ti, niño chico.
Salgo de allí y ando camino arriba. Me cruzo con dos familias que venían a la vez y una de las niñas empieza a correr a mi encuentro.
- ¡Miguel!
- ¡Bueno, qué de tiempo! –la ensalzo y se amarra a mí- Qué de tiempo sin vernos, mi amor. ¿Cómo estás?
- Bien –me sonríe-. ¿Vienes a jugar?
- No, cielo, vengo ya de allá, que voy a donde los coches.
- Jo –se lamenta poniendo su mejor carita de pena. Le doy un beso-.
- Bueno, pero Miguel podrá venir a por ti en otro momento, ¿a que sí? –pregunta su madre, una amiga de la infancia de Lara-
- Sí, eso siempre –obvio-. ¿Habéis visto a la loquita?
La pequeña se ríe a carcajadas y me contagia.
- Dile: sí –sonríe la amiga-. Pero estaba liada con el trabajo y ha sido exprés.
- Ahora la convenzo, que nuestra colega la reclama y me mata si no lo intento, al menos.
- Adelante con el reto.
Al fin llego a casa y me encuentro a Lara frente a su portátil, con expresión nerviosa. Me acerco a ella y la mimo acariciando su melena rubia.
- Migue, déjame –ordena en medio de un suspiro-.
- ¿Qué pasa?
- Nada, que no puedo enviar esto. Debe tener quince páginas, y sólo tengo doce. No sé de dónde sacar más argumentos.
- Escúchame. Está nuestro hermano aquí.
No lo sabe. Y ese dato le hace apartar la mirada de la pantalla.
- ¿Mi pequeño? –susurra emocionada-
- Ha venido a acompañar a su jefa a unos recados –asiento-.
- ¿Cuándo se va? –se levanta de la silla, apresurada-
- No sé. Pero aprovecha y estate con él, porque puede ser una semana o una hora la que le quede aquí, tata.
- Y ¿por qué no me llamaste directamente? ¿Qué haces aquí, en casa?
Está muy nerviosa.
- Me voy al taller, así Chimo también puede bajar a verlos a todos y a tomarse algo –le digo-.
- Venga, pues me voy –me propina un abrazo-.
Se enfila escaleras abajo y yo me asomo.
- ¡Oye!
Se gira, ya con la puerta abierta.
- Disfruta de nuestro hermano por mí.
Se le dibuja una media sonrisa.
- Por ti, mi vida.
Cierro su portátil y me voy para el taller, donde mi amigo atiende a una familia sin parar de trabajar.
- Bueno –saludo al entrar-.
- ¿Ya? –pregunta él interrumpiendo su charla, al parecer, es una visita-
- Cuando eso, baja y tomas algo –sugiero-.
Media hora después me quedo solo. Mi única compañía es la música favorita de mi Bruno, que he aprovechado la soledad para ponérmela y pensar en él mientras cambio aceites, reparo y atiendo a los pocos clientes que vienen o bien a explicarme su problema con el vehículo o bien a recoger el mismo.
- Papá –lo escucho entrar, precisamente-.
- ¿Qué? –respondo sin mirarlo, pero noto que me masajea los hombros, sacándome una sonrisa-
- Nada. Que he venido a verte.
- Ya vi. ¿Cómo está la joya de papi?
- Bueno. Es una gran pregunta –responde y se apoya en el elevador, examinando la estantería de las herramientas, dándome la espalda. Suspira profundamente-. Me he pasado media vida aquí, ¿eh?
Sonrío. Pero él parece entristecido.
- Con tus herramientas y tu moto de juguete –añado-. Que me decías: "Papito, dime que se ha roto otra cosa".
- ¿En serio? –sonríe-
Me giro a coger otro tornillo.
- Claro. Hasta te enseñé a quitarle la rueda de verdad, y te ibas a la máquina de cambiar los neumáticos –me río-.
- Y, ahora que soy mayor, ¿me enseñarías a cambiar un neumático de verdad?
Lo miro. Me ha emocionado esa pregunta.
- Cielo, a mí me gustaría que llevases una vida mejor que la mía –admito-.
- Ya, pero yo adoro la mecánica. Me he criado aquí, y dime quién, sino, va a quedarse con este... templo.
Le ha costado encontrar la palabra.
- Mira, ahora que lo has dicho, métete al piloto: en tu primera clase vas a aprender a tocar las luces –improviso-.
- Venga, vamos allá.
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Las historietas de Benatae [EN PROCESO]
HumorUn pueblo al noreste de Jaén, España. Un grupo de amigos. Familias. Animales. AVISO: Este relato no tiene trama fija, su intención es transportar al lector a otro mundo y divertirlo. Ambiente acústico en Spotify: https://open.spotify.com/playlist/4H...