Narra Eduardo Billón.
- Llevadme –suplicó don Antonio, cogiéndome la mano y mirándome-.
Miré atrás y vi a Juan Carlos hablando con Pablo por teléfono, mirando de reojo a la persona en cuestión, con gesto de desamparo.
- Necesito verlo bien –insistió-.
- Venga –cedió Fabio, dándose la libertad de poder manejar la silla del profesor-.
Me quedé con Encarna, en silencio. Vi a Rafa siguiendo a los otros dos y el gesto de don Antonio al ver la catástrofe.
- Es de lo único que se acuerda: de las matemáticas, de ustedes... -irrumpió la cuidadora-.
- ¿Qué fue de Maricruz? –pregunté por su mujer-
- No la reconoce –resolvió-. La da por muerta.
Bufé impresionado.
- Sus hijos murieron en un accidente de coche, tras una fiesta. Dice el psicólogo que se lo atribuyó también a ella.
Narrador omnisciente.
Pablo, en Valencia, colgó la llamada. Su madre lo miró, preocupada, por lo que había percibido de otro de sus excompañeros de claustro.
- Don Antonio me busca –lloró en el hombro de su madre-.
- Lo sé. Es su última voluntad, lo he escuchado.
- ¿A qué viene todo esto, mami? –pronunció a modo de ruego- ¿Qué está pasando?
- Pues no lo sé, corazón. Ojalá y lo supiese, pero no. Tenemos que bajar.
- ¿Y papá?
- ¿Qué?
En realidad, sabía perfectamente a lo que se refería su hijo.
- Lo verás. No quiero que te hundas, justo ahora que empiezas a levantar cabeza.
- Mira...
Almudena pensó y midió bien sus próximas palabras, impacientando a Pablo.
- Tu hermana acaba de enterarse de que ha perdido a un referente. Tú necesitas estar ahí, con todos, apoyándolos y recibiendo apoyo. Y supongo que en algún momento volverá Miguel y alguien lo tiene que asesorar.
- Está nuestro padre.
- ¡Pero necesito sentirme madre, Pablo! –gritó rabiosa- Necesito a tus hermanos, ¿no lo entiendes?
Pablo se levantó del sillón y se dispuso a irse.
- Pablo –lo llamó su madre-.
- No soy suficiente, ¿no?
- Lo eres, mi vida.
- Yo también necesito a mi padre, ¿sabes?, lo extraño como un loco. Pero mírame: trabajando hasta diez horas y tratando de hacerte feliz, lejos de mi gente, sin dirigirle ni una palabra, para que no te rompas.
La mujer miraba a su hijo arrepentida.
- Perdóname, cielo –rogó, cogiéndose la cabeza. Se levantóy fue a abrazar a su hijo. Ya con la frente apoyada en la suya, susurró-: Me haces muy feliz, ¿vale?, eso no lo dudes nunca.
Horas después, concretamente seis, el coche de Pablo se detuvo y su freno de mano chirrió. Ya anochecía, y la gente que pasaba por la entrada del pueblo iba más o menos abrigada. Vieron a Carlos, cordialmente sonriente, despidiéndose de una mujer con dos chihuahuas, en la puerta de su clínica, en la cual se adentró, acto seguido.
- Bueno, ¿bajamos o...? –preguntó el Pequeño, sin dirigirse visualmente a su madre-
- Sí, ¿no?
Cuando la mujer dio el portazo de la puerta del copiloto, tras colocarse la bufanda:
- ¡Eh, Barquero, ¿qué dices, chico?!
Esa voz era inconfundible.
Iba paseando a sus cinco perros. Cada cual, con su tamaño, sus orejas y su cola; totalmente distintos.
- Mamá, ¿estás segura de que no quieres que busquemos un motel por Siles? –quiso comprobar el chaval, por enésima vez-
Almudena sonreía placenteramente. Casi podía percibir el perfume de la persona que, a pesar de haberle hecho lo impensable, le seguía robando suspiros.
- ¡Mamá! –se oyó, en algún lugar-
- Miguelito –suspiró ella, abrazándolo-. ¿Qué, cómo ha ido?
- Corto, pero intenso.
- Saluda a tu hermano, ¿no? –le sugirió ella-
- No me quiere, ¿no lo ves? –bromeó Pablo atrapando al recién llegado-
- Idiota –murmuró el otro, besándole la mejilla-. Si te amo como a na en el planeta.
Alejandra los saludó brevemente y se adelantó a la casa prestando intimidad a la madre y sus hijos.
- ¿Cuánto tiempo te has pillado libre? –quiso saber el mecánico-
- Por ahora, una semana, pero por fallecimiento de ser querido me corresponden dos días –murmuró Pablo, apoyándose en el capó de su coche-.
- Yo voy a saludar a papá –dijo Almudena, antes de interrumpir alguna conversación más profunda-.
Miguel imitó a su hermano y suspiró, cruzándose de brazos.
- ¿El buga va bien?
Pablo sonrió y agradeció la absurdez del tema de conversación.
- No le vendría mal que le echaras un ojo.
- Dale.
- ¿Extrañaste las tuercas?
- A quien extrañé fue a mi niño –admitió el mayor, en un suspiro-. Y a Ester.
Pablo miró a su hermano, desolado.
- Ella siempre quiso ir a Finlandia, a congelarse, porque ¿sabes lo que decía?
- ¿Qué decía?
- Que conmigo nunca tendría frío.
KAMU SEDANG MEMBACA
Las historietas de Benatae [EN PROCESO]
HumorUn pueblo al noreste de Jaén, España. Un grupo de amigos. Familias. Animales. AVISO: Este relato no tiene trama fija, su intención es transportar al lector a otro mundo y divertirlo. Ambiente acústico en Spotify: https://open.spotify.com/playlist/4H...