Capítulo 12. "IES San Ginés de la Jara"

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Narrador omnisciente.

Bolas de demolición, excavadoras, obreros con perforadoras manuales; eso era lo que quedaba enfrente de todos ellos, que formaban una cadena humana frente a ellas. El suelo temblaba sutilmente, pero el dolor en sus almas flameaba como si les hubieran volcado encima unos cuantos litros de combustible a cada uno y les hubiesen acercado una cerilla.

Eduardo estaba pálido, Juan Carlos se apoyaba en los hombros del anterior con expresión de dolor, Fabio miraba al suelo, Ana, con su redecilla protectora en la cabeza y su mandil negro manchado de harina a la altura del pecho, estaba al borde del llanto, sorbió; a Rafa se le disparó el tic del ojo, y Lara, en ese preciso instante, se detuvo, exhausta, al lado del último.

- ¿Qué carajos...? –gimió García- Sólo me fui a Siles a...

- Don Pepe ha muerto –estalló el alcalde, el único que, visiblemente, era el único que se salvaba de la tragedia, al no saber cómo reaccionar-.

Se quedó callada.

- No... -logró decir- no es posible.

José Ramón Gálvez. O don Pepe para sus alumnos. El cofundador del instituto público más minoritario de la provincia de Jaén.

- Aún está don Antonio –Lara intentó reforzar su argumento-.

- No figura oficialmente como socio –murmuró Juan-.

Silencio.

- Además, tenemos que asumir que estaba siendo una pérdida económica para el ayuntamiento. De hecho, todo el rollo del aumento de la contribución era por eso –informó Edu, con voz nasal-.

- Ya, pero ¿cómo ha sido? ¿Te avisaron? –indagó Rafa con la voz rota-

- Esta mañana –empezó el regidor-, se presentó el hijo, Ulises Gálvez, con el permiso de derribo y la herencia de su padre.

- Ese era un cabrón –murmuró Fabio-.

- Lo sigue siendo –añadió Rafa-.

Detrás de ellos, pasaban Toño y Paloma, que, al ver a la progenitora del actor, se detuvieron y esta les puso al día de lo que pasaba. Él se volteó y se acordó de su casi exmujer, quien se volcó en esa institución, luchando por el futuro de los jóvenes de aquel entonces. De pronto, sintió unas ganas tremendas de alzar el teléfono y contarle lo sucedido.

- Lo que estoy pensando yo –empezó Ana-, es que, si ese chaval ya recibió la herencia, don Pepe llevará un tiempo enterrado y no le hemos llorado como se merece.

Lara estalló. Un grito desgarrador se le escapó de los labios y le resultaba muy difícil mantener la compostura.

Había perdido a un referente, a su segundo padre.

Rafa la abrazó sin ser correspondido.

- ¿Te ha dicho dónde está? –inquirió, roto, Juan Carlos-

A Eduardo se le ocurrió una respuesta obvia y borde, pero la situación no estaba para ironías.

- ¿Qué pasó? ¿Dónde está el instituto? ¿Por qué lloras, Larita?

Carlos. El único que estaba lo suficientemente involucrado en su labor como para no haberse enterado del desbarajuste en la localidad y en su grupo de amigos.

- Don Pepe... -intentó decirle ella, echándosele encima, ignorando el hecho de que iba paseando a tres perros pertenecientes a su refugio de animales-.

- ¿Qué pasó con él? –reclamó mientras abrazaba a su amiga-

- Murió, no sabemos cuándo, y el hijo va a construir un espacio verde ahí –explicó el alcalde, en resumidas cuentas-.

- La primera acción benévola que hace en su vida –apuntó Fabio-.

- Quizá cambió –quiso pensar Rafa-.

Carlos recordó a Pablo, por las frases complementadas.

- Tendremos que decírselo al Pequeño.

- Yo no –saltó Lara-.

- Tú no, churri, ya lo sabemos –Ana se le acercó y le acomodó el cabello detrás de los hombros-. Vámonos al bar y lloras tranquila, venga.

Porque era imposible sugerirle el consuelo.


Las historietas de Benatae [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora