Capítulo 7. "A veces hay que escribir el final".

21 1 0
                                    

Narrador omnisciente.

Laya se conmueve. No esperaba esa petición.

- Hasta siempre, Santi –le dice-.

- Cuídate, Laya.

La llamada se termina. La más corta que tuvo con él. Veinte minutos. Ni un segundo más.

Grita. Pero es un grito doloroso. Como si le estuvieran arrancando una pierna. Entonces se da cuenta: era el único amigo que tenía que no fuera Bruno. Ya lo extraña.

Pero la suerte no está de su parte.

Pablo escucha el alarido seguido de un llanto desconsolado. Enseguida sabe su origen. El lamento de su primera sobrina no lo olvida nadie. Y menos, él. Siente que estrujan su corazón, le duele el pecho. Corre a su habitación. Está hecha un ovillo en su cama.

- Vida mía –le dice Pablo sentándose en su cama-.

Laya le da la espalda. Al reconocerlo, gracias a su voz, maldice la hora en que nació y se hunde en su propia indecisión: ¿se inventa algo, o se lo dice?

- Cariño, me asustas –insiste él-.

- Abrázame, porfa.

Bajo esa condición, ella se aferra al cuello de su tío. Es como esa tabla de madera en medio de un río de agua corriente en una noche de tormenta. Básicamente, ese es su ambiente mental.

Siente los brazos de Pablo atraparla contra su cuerpo y sus besos que secan sus lágrimas.

- Tito, te fallé –no puede mentir-.

- ¿Cómo me fallaste?

Ella se recompone y lo mira a los ojos. Hay tanta verdad. Y tanta preocupación por su querida pequeña monstrua.

- He estado hablando con tu ex todo este tiempo.

Le tiembla todo el cuerpo. En cambio, él sonríe levemente y la desconcierta.

- ¿Eso es fallarme? –saca sus dotes de psicólogo y la hace pensar-

- ¿Lo sabías?

- Tú respóndeme –insiste-.

- Pues sí... ¿no?

Duda. No entiende nada.

- ¿Y si te digo que me alegra que hables con él? –propone-

- Me acabo de despedir definitivamente. No quiero molestarlo más, tampoco, así que no arregla nada –admite-.

- Santi y yo seguimos siendo amigos, mi vida.

- ¿Y te ha dicho algo de mí? –teme la adolescente-

- Qué va.

Mientras, Carlos quiere poner el bar patas arriba:

- ¿Dónde se habrá metido este chaval? –se dice a sí-

- ¿Qué chaval, porrita? –pregunta Rafa, que también ayuda a enderezar el bar para las cenas, ya que es viernes y la cocina de Ana está muy solicitada-

- El Pequeño, que lo he perdido de vista.

- Me ha dicho Miguelillo que se subía a casa a ver a Laya, que se quedó sola. Pero ¿no salíamos esta noche?

- Sí –responde el veterinario-.

- Dudo mucho que se lo quiera perder.

Deja de barrer y sonríe. No se acordaba de que hoy iba a tener a su colega de fiesta con él.

- ¿Mañana curras? –le pregunta el taxista colocando dos sillas a la vez-

- Debería pasarme por la protectora, la verdad –admite-. Y Gorka quiere que me pase a chequear un caballo.

- O sea, que por faena no será.

- Qué va.

- Buenas.

Una pareja y tres niños entran al bar. Parecen turistas.

- Buenas tardes, familia –sonríe Carlos-. ¡Ana!

- ¡Voy! –responde desde la cocina-

Reina un silencio irrumpido varias veces por el sonido de sillas y mesas.

- Hola –sonríe Anita, poco más tarde, colocándose tras la barra-.

- Hola, muy buenas.

- ¿Qué os pongo?

- Pues una cerveza, un Aquarius de limón y...

- Un cortado, por favor.

- Perfecto. ¿Preferís aquí o en la terraza?

- Fuera.

- Venga, pues en un plisplás os lo llevo –sonríe la hostelera sacando la bandeja-.

- ¡Gracias! –le dice el más pequeño-.

- De nada, cielo.

La familia sale y ella mira a sus amigos.

- Ya me apaño yo, chicos.

- No, si esto ya está. Faltan los manteles.

- Ya los pongo yo, Rafa, no insistas.

- Si es que... -me burlo-.

- Te doy un bandejazo y te dejo tonto –amenaza Rafa-.

- ¿Más todavía? –pregunta Ana-

- No te lo doy por lástima –rectifica el taxista-.

- Dios te pille confesao –se defiende Carlos-.

Se ríen. Típico de ellos.


Las historietas de Benatae [EN PROCESO]Where stories live. Discover now