Capítulo 9. "Lo que pasó después".

15 1 1
                                    

Narra Miguel García.

A las seis de la mañana subo a casa con mi hermano pequeño casi a caballito. Se ríe.

- ¿Quieres no levantar la voz? –cuchicheo, malhumorado-

- Te dije que me quedaba allí, que Alberto vivía enfrente.

- No me fío yo de ese tipo. Venga, enderézate sobre tus piernas, carajo.

A él le da por creerse peso pluma y reírse hasta del aire que sopla, y a mí por tener sueño, mucho sueño. Y ¿qué pasa cuando alguien tiene sueño y no ve la hora de meterse en la cama? Exacto. Que coge un cabreo de aquí a Japón.

A eso súmale que vi con mis propios ojos cómo se aprovecharon de Pablo y de su sed sexual. Ese tal Alberto no ha resultado ser tan majo como parecía. Lo ha emborrachado y de repente hemos visto a mi hermano encima de la barra en unas condiciones pésimas. Carlos se ha enfrontado al chaval al ver a su amigo así por su culpa. Hemos cogido un taxi nosotros tres y otro los demás y nos hemos vuelto.

El veterinario entra a su casa y se mira al espejo, que le devuelve una imagen sangrienta, vergonzosa, acompañada de las colas en movimiento de sus compañeros caninos, que lo miran preocupados.

Al fin y al cabo, si él no hubiese dicho de celebrar su futura paternidad, nada hubiera sufrido Pablo; piensa. Todo fue culpa suya.

Pili estaba despierta desde las cuatro. Se despertó por las náuseas del embarazo y, al no tener a su marido al lado, no pudo volver a conciliar el sueño.

- Por fin –suspira yendo al recibidor, donde hacía a Carlos saludando a sus perros, pero se asusta al ver la realidad-.: ¿Qué te pasó, amor?

Se abrazan. Él acaricia la melena, por cierto, pelirroja de su chica y suspira.

- Tengo que curarte eso –sigue ella, nerviosa, refiriéndose a su rostro-. ¿En qué lío te has metido, chico?

- Le he dado su merecido a un cabrón que no merece vivir –murmura separándose de su mujer y quitándose la camiseta, que la lanza al sofá. Se pasa las dos manos por el pelo y suspira profundamente-. Y, obviamente, no estaba solo.

- ¿Por qué? –espera una respuesta digna de todo lo que le han hecho-.

Carlos la mira y se mofa. Va a buscar un buen trago de agua a su nevera.

- ¿Por qué te ríes? –reclama ella siguiéndolo a la cocina-

- No tienes ni idea del daño que me han hecho.

- ¡Pues claro, si no me lo dices!

- Han violado a Pablo –anuncia él abriendo el frigorífico y cogiendo la jarra-.

Pilar se queda sin palabras. Bueno, dice:

- ¿Cómo está?

Carlos bebe a gallo como si estuviese deshidratado. Que ya te digo yo: no lo está.

- ¿Él? Peor que un yonqui. A saber, lo que le metió ese perro en la copa –suspira-. Un poco de camita y mimos de mis niñas no me vendrían mal.

- Dale, ve acostándote y voy a por agua oxigenada y algodón.

Yo, mientras, soy mártir del instinto de mi madre. Y mi hermano, satisfecho por el tacto de sus sábanas, en cierto modo también lo es.

- Pero ¿qué te han hecho, niño? Puma, vete –le ordena mi madre al perro, que no paraba de lamerle el rostro a Pablo. La obedece-.

- ¡Mi chucho! –protesta él-

- Hasta que no me digas qué pelotas te han hecho no lo voy a llamar.

- Mama, lo han drogado...

- ¡¿Y tú por qué no lo has impedido!? –me reclama-

- A ver, ¿aquí qué carajos pasa?

La que faltaba.

- Lara, vete a dormir, que es temprano.

- Pues no. Es mi hermano también, ¿sabes?

- Yo sí me voy a dormir –balbuceo-.

- Tú me vas a decir qué le han hecho –me atrapa del brazo-.

La supuesta víctima empieza a roncar placenteramente.

- Se merece una patada en los cojones –le digo a mi hermana-.

A ella, en realidad, esto le parece lo más surrealista del mundo. Se está aguantando la carcajada más gorda de su vida.

- Esa boca –lo defiende mi madre-. Mañana no salís ninguno de los dos sin que sepa qué ha pasado.

- Ay, ma, han salido de juerga, ya estuvo –Lara intenta quitar peso-. Van borrachos.

- Tú a acostarte ya.

Así lo hago.

Tres horas después Bruno se despierta. Sonríe al ver a su prima a su lado. Está despierta. Pero no se ha dado cuenta de que se ha despertado él.

- Placaje –exclama mi hijo quedándose encima de ella-.

- Qué susto me has dado.

Ambos se ríen. Laya aprecia la risa de recién despierto de su primo. Le da mucha ternura.

- ¿Desde cuándo estás en mi territorio?

- Hace una hora y poco –sonríe ella-.

- ¿Y eso?

- No quería estar sola. Y me das mucha paz.

- Otra crisis –resume él-.

Sí. Pero no quería decirlo.

- Lay.

- ¿Qué?

- ¿Lo hiciste?

- ¿El qué?

Bruno resopla. Odia que se lo tome con tanta naturalidad.

- ¿Te hiciste algo?

- Estoy para encerrar en un manicomio –solloza ella-.

- No, tata. No estás para encerrar en ningún lado, ¿vale?

- Si no soy más que un obstáculo para todos. Para ti.

- ¿Para mí?

- Sí. Porque no haces nada sin mí. Pareces un esclavo.

Mi hijo la abraza y le presta sábana.

- Si no hago nada sin ti será porque te adoro.

También podría ser.

- Porque eres mi mejor amiga y no sabes la suerte que tengo teniéndote a mi vera en todos los planes.


Las historietas de Benatae [EN PROCESO]Where stories live. Discover now