Capítulo 11. "Helsinki"

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Narra Lara García, semanas más tarde.

Me desperté, y oteé mi habitación. Todo parecía ir normal, cuando me encontré con un bultito de color blanco y de vista suave sobre mi cama. Martita..., sonreí agotada. Me sentí culpable, sí, porque aquella intrusión en mi zona de descanso significaba que mi niña me habría estado llamando y no la habría escuchado. O, simplemente, mono de madre.

La coloqué en el lado vacío de la cama, normalmente ocupado por Kira, una de las chihuahuas de Miguel; y la arropé. Ya empezaba a refrescar, dejábamos el verano atrás.

En aquel momento recordé a mi madre. Hacía semanas que se marchó a Valencia, y no sabía nada de ella.

Y, como quien no quiere la cosa, mi mente viajó a Pablo, aquel bebé que llegó a mi vida cuando tenía tan sólo siete añitos y medio, justo la edad con la que Laya perdió a su padre, justo esa edad.

Me preocupé por mamá como si estar embarazada fuese algo peligroso, algo mortal. Recuerdo que los ojos de papá brillaban cuando apoyaba mi cabecita en la enorme panza de ella.

- Pablo, soy tu hermana mayor. No tardes mucho en venir.

- ¿Pablo? ¿Quieres que se llame Pablo, princesa? –se rio mi padre, que le brindaba caricias a su esposa, agotada tras un espeso día de trabajo-

- Miguelito, mi amor –lo llamó ella, ya que jugaba con sus camiones de plástico, inmerso en el roleo-, ¿has pensado un nombre para tu hermanito?

- Bruno –pronunció sin mirarnos-.

- ¿¡Bruno!? –me quejé-

- Ay, es su nombre favorito –sonrió mamá-.

Al final, lo llamamos como yo quise.

Convencí a mi mellizo para ello; y en esas discusiones me juró que, si los Reyes Magos le regalaban un muñeco, lo llamaría Bruno. Al final, no fueron Sus Majestades de Oriente, sino la cigüeña la que trajo a Brunillo, que ya tenía un nombre más bien visto, casi treinta años después. Entonces aquello pasó a ser una de las vendas a las que podía recurrir cuando mi alma se esgarrase.

Justo a él, al del nombre polémico-familiar, lo vi asomarse a mi cuarto. Reconocí su figura en medio de la oscuridad, exactamente idéntica a la de su madre, que en paz descansaba, cuando la conocimos: alta y ancha de escápulas.

- Brunito –lo llamé en un susurro-.

- Tita –se acercó a la cama a hurtadillas-, creí que dormías.

Noté su peso cayendo en mi cama. Me aparté pegándome a Marta, dejándole espacio bajo mis sábanas. Sentí su calor corporal en cuanto la ropa de cama cayó sobre él y se me abrazó, como si buscara algo en mí.

- ¿Qué pasa, mi amor? –murmuré antes de plantarle un beso en el pelo-

- Hay que ver cómo se nota lo que hace papá simplemente estando –me comentó con la voz rota-.

Miguel estaba de viaje con Alejandra por su aniversario de novios, en Helsinki. Era la tercera noche en su ausencia. Ahí enlacé las malas caras de mi sobrino al despertar, el número de pesadillas que yo misma conté en una sola noche.

Noté su sollozo nervioso:

- Mi papá.

Siseé y lo abracé más fuerte.

- Ayer no me llamó, tita, y no puedo dormir –lloró-.

- Oye, y ¿no has pensado que se lo está pasando bien? –sugerí en su oreja-

- Sí, pero no soporto tenerlo lejos. Y encima mamá se me aparece en sueños cabreadísima porque dice que la ha olvidado, y eso no es verdad.

Entonces, recordé las palabras del psicólogo que me ayudó con el duelo de Nacho, no haría ni un año, cuando acepté que yo sola no iba a superarlo:

- Los sueños, Lara, son una interpretación de la información que recibes a diario.

Y me rompí.

No sabía que decirle. Solamente lo apretujé mientras lloraba.

- ¿Tú...? –intentó hablar, pero se le escapó un sollozo-

- Cálmate, peque –insistí, acariciándole el rostro-.

- No, pero –inspiró fuertemente-, ¿tú crees que querrá más a Ale que a mi mami?

Busqué un flashback en el que mi hermano lo dejara en evidencia.

- A veces me acuerdo de Ester y creo que Alejandra no le alcanza ni a la suela del zapato.

Suspiré.

- Quiero que sepas que como tu mamá no hay, ni jamás será así.

- Pero también tengo la inseguridad de que papá me cambie –comentó-.

- Pero ¿cómo... por qué piensas eso? –titubeé, hecha pedazos-

- Cuando estamos con los sobrinos de Ale veo que él admira muchas cosas de ellos que yo también hago, pero no se da cuenta.

- Lo que te pasa a ti es que quieres que tu papi te recuerde día y noche que eres el niño de sus ojos –sonreí tierna-.

- Pues sí.

- Lo sé, es uno de los mayores problemas de la adolescencia, ¿sabes?, él pasó por ahí también.

- Y tú.

- Y yo –confirmé-. Pero yo le diré y verás cómo hace lo imposible para que estés bien.

Y ahí me di cuenta de lo que lo extrañaba: horrores.

- Cuídame a mi bicho –me pidió a la oreja cuando nos despedíamos-.

- Estará bien con su tita, tú procura disfrutar del amor.

De repente, sentí la respiración apaciguada del pequeño, que ya era el doble que yo.


Las historietas de Benatae [EN PROCESO]Where stories live. Discover now