Capítulo 10. "Lugar seguro".

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Narrador omnisciente.

Laya, nacida en Valencia, es una brillante amazona gracias a su padre, Nacho, quien la subía de bien pequeña al lomo de un caballo. Pese a la aumentante falta de tiempo debido a la absorción de los estudios y el flamenco, porque ella baila; siempre tiene un rato para Sombra, la yegua de su tío Pablo, la cual corre a su cargo mientras él está fuera.

Al día siguiente de la fiesta de los hombretones, se levanta con ganas de montar. Sale de su habitación y se encuentra a su amado tito tomando un café mientras revisa su teléfono en la mesa de la cocina. El chico levanta la cabeza y le sonríe.

- ¿Un domingo y madrugas?

- Podría decir lo mismo de ti –se burla ella sentándose a su lado-.

- Ayer me pasé el día en la cama.

- Touché –pone los ojos en blanco y Pablo se ríe por lo bajo-. Me apetece montar.

- ¿A caballo?

Es verdad. Nadie está dentro de su mente.

Asiente.

- Yo tendría que ir a ver a Sombrita –resopla él-.

- Deberías, sí.

- ¿Nos damos un paseo?

- Como antes –sonríe la adolescente, melancólica-.

- Como antes –repite el mayor, abrazándola-.

- Pensé que nunca volveríamos a salir juntos.

- ¿Por?

- No sé, la vida... cambió mucho.

- ¿Qué nos impide hacer planes tito-sobri?

Laya le corresponde al abrazo. Que alguien le dé importancia al mero hecho de pasar tiempo con ella le hace feliz. Su tío la hace feliz. En todas sus versiones.

- Pero con una condición –él levanta su dedo índice-.

- A ver, ¿cuál?

- Que tomes algo.

Eso ya no le hace tan feliz.

- No tengo hambre.

- Te estás quedando en los huesos, amor –le dice, en tono suplicante-. Estás pálida.

- ¿Qué quieres que coma?

- A mí me da igual, pero come.

Se come un trozo de pan a secas. Se visten y ponen rumbo a la cuadra.

- Cuéntame algo sobre tu vida en Valencia –sugiere Laya-.

Iban andando en silencio, y la pregunta de la pequeña saca a Pablo de sus pensamientos.

- Bueno, estoy ahorrando para buscarme un piso.

- Pero ahora que va la abuela para allí, no te hace falta.

- Parece que no –sonríe-.

- ¿La echas de menos?

- ¿A mi madre? Todos los días de mi vida, al menos un segundo al día, que miento, la pienso, al igual que a ti y a toda la familia –le explica-.

- Y ¿me cuentas algo?

A Pablo se le esboza una sonrisa.

- Pues que tu abuela quiere un perro para la casa.

- ¡No! –se ríe ella- ¿Me estás vacilando?

- Qué va. Le hace feliz pensar que un animalito la preferirá a ella.

- Porque los del abuelo son muy del abuelo.

- Claro. Y, lo que te quería decir: que me hace ilusión irme a vivir con ella después de tantos años.

- Más te vale cuidarla –le advierte su sobrina-.

- Si es mi joya más preciada.

En su destino se encuentra Carlos. Mejor dicho, en la caballeriza de al lado. Sombra, de color negro, observa atentamente al veterinario y, en ocasiones, lo cela golpeando la madera que los separa. El caballo que está atendiendo Carlos está en condiciones horrorosas, tanto física como psicológicamente. Está tenso con las presencias humanas.

- Tampoco es que sea muy mayor, eh –comenta el experto en tono pensativo-.

En la puerta de la cuadra permanece Gorka, preocupado por el estado del animal.

- Le traje un montón de paja y, en una hora, se lo pulió –le explica-.

- Seguramente estaría abandonado.

- ¿Entonces, no lo suelto?

- No se iría –niega-. Quédatelo, chiquillo, y si alguien lo reclama ya lo tienes. Pero el caballo no puede sobrevivir a la intemperie así. Qué va.

Oyen pasos y se giran. Son Pablo y su sobrina.

- Pero bueno, ¡qué par de madrugadores! –exclama Gorka, sonriente-

Sombra relincha al ver a su propietario.

- Nos hemos venido a ver a la princesita –dice Pablo, acercándose a su yegua y saludándola eufóricamente-.

- ¿Cómo lo ves, tito? –pregunta Laya a Carlos-

Es la única adolescente del vecindario que comparte afición con Gorka. Ella va mucho más allá de la normalidad entre los de su generación, la más numerosa después de la de su madre, por cierto.

- Pues indefenso. Mañana mandaré a alguien de Ecuestre a revisarlo más a fondo –mira a Gorka-.

- Vale, gracias, coleguita –le da una palmada en el hombro en tono de gratitud y el otro sale de la caballeriza-.

- Nada, hombre, para eso estamos.

- Gorkita, ¿cuánto tiempo lleva sin salir? –le pregunta Pablo refiriéndose a Sombra-

- Pues desde el viernes, que la sacaron los del curso.

- Vale.

- Bueno, yo me vuelvo para casa, que mi hijo se me cabrea.

- Anda, consentidor –se burla Laya-.

- Descansa, jefe.




Las historietas de Benatae [EN PROCESO]Where stories live. Discover now