Capítulo 14. "La madre de mis hijos"

9 1 1
                                    

Narrador omnisciente.

Antonio García miraba fijamente el teléfono fijo de su casa, un Domo de Telefónica blanco de 1999, sentado en el sillón individual que quedaba al lado de la mesita que lo sostenía junto a una lámpara que emitía una luz cálida y donde, en la parte inferior, estaban colocados unos libros de cocina. Pertenecen a Almudena, se dijo a sí, esbozando una sonrisa en la que reinaba la melancolía. Ya eran dos motivos para llamarla.

Un mastín lo miró, dudoso, sentándose frente a él. El dueño lo mimó durante unos minutos.

- Ella te adoraba, ¿eh? –le dijo- ¿Cómo llevas esto de vivir sin la jefa, Larsen?

Se le arrugó el corazón, y los labios, al ver que el animal movió la cola al oír aquellas dos palabras que se la referían.

- La casa no es lo mismo sin su alegría –admitió en un murmuro-.

Alzó el aparato y...

- ¡Otra vez con el cachivache ese! Parece que lo quieres más a él que a mí.

En otro lugar de la península ibérica, una Almudena sonriente doblaba ropa en la habitación de Pablo.

Reconoció el número y pensó que era su hija, que iría a visitar a su padre y la llamaría a través su queridísimo Teléfono Blanco.

- Dime, amor mío.

Antonio sonrió.

- No sé si...

Ella se sorprendió.

- ... esperabas una llamada desde acá.

- Bueno –titubeó, sin poder creerlo-, sabes que la niña está enamorada de ese teléfono.

Se sentó en la cama.

- ¿Cómo... te va? –añadió ella-

Él suspiró, con los ojos aguados. Recordó que antes se enteraban de ese tipo de nuevas juntos, la mayoría de las veces tomados de la mano. Su mano, la mano de su hembra.

- Supongo que me va –la voz estaba a punto de rompérsele-. Mira, no... no es fácil decir esto, ¿sabes?

- ¿Qué, Toñi? –se atrevió a decir ella-

- José Ramón ha fallecido.

Almudena contuvo la respiración. Pensó en su niña.

- Supongo que... los chavales organizarán una misa, aquí, en la ermita; en su memoria, porque... enterrado ya está.

Ambos empezaron a llorar en silencio.

- ¿Por qué me llamas?, si me iba a enterar por Pablo igual.

- Pues porque te extraño, mi niña –sollozó él-. Y porque creo que mereces saberlo en las mismas circunstancias que yo, que me di cuenta de que mi vida era nuestra vida, que necesito al lado a alguien que tenga los mismos intereses que yo. Fui muy ridículo permitiendo que la casa se apagase con tu marcha, Almu.

La aludida lloraba a cántaros, por supuesto, sin dar señal auditiva a su interlocutor.

- Porque eres la luz de mis ojos. Porque eres mi alegría y mi consuelo. Porque eres la madre de mis hijos. Porque no hay mañana que no crea que estás aquí, en tu sillón, leyendo porque no podías dormir desde las cinco de la madrugada; no hay noche que no te imagino comiéndote a escondidas un sándwich de la Nocilla que tienes siempre ahí para nuestros nietos. Te amo, bella dama. Te amo con todas y cada una de tus imperfecciones.

No hay palabra (sollozo, estaría más explícitamente dicho) que no se le hubo escapado a Paloma y a su hija, que desconocían la definición de intimidad.

- ¿Por qué lo hiciste, cariño? –preguntó, unos instantes más tarde, Almudena, con la voz rota- ¿Te sentiste abandonado y por eso la buscaste?, ¿para saciar la sed sexual?

- Sabes que necesito mimo constante, Almu –asintió-. Y me la encontré, recordé lo que sentía por ella, y...

- ¿Y qué sientes ahora?

- Que sin mi hembra no soy nada –resolvió-. Sin nuestras tradiciones, sin olerte en medio de una noche de incertidumbre. ¿Tú qué sientes?

En aquel momento la puerta del piso de Almu se abrió y ella sonrió al ver a su hijo entrar.

- Hablamos luego, ¿vale?, voy a decírselo a Pablo.

Colgaron.

El Pequeño dejó su bolsa de deporte enfrente de la lavadora y se posicionó de cuclillas para vaciarla, cuando su madre apareció bajo el umbral de la puerta de la cocina.

- ¿Qué tal? ¿Estás más tranquilo, mi amor?

- Ajá –lanzaba las prendas al tambor del electrodoméstico-. ¿Con quién hablabas? –preguntó, serio-.

Era algo normal. Cuando Pablo iba al gimnasio o hacía deporte intensamente, estaba un tanto apático a causa del cansancio.

- Con... Edu –mintió la mujer, de manera suspicaz-

Lara no, porqué sabía con certeza que cuando lo pusiera en contexto iba a sospechar, y Miguel era imposible: estaba de viaje.

- ¿Edu? Ha pasado algo –dedujo el joven-.

Almudena apretó sus ojos para dejar salir las lágrimas.

- Mamá, ¿qué pasa? –acudió a abrazarla-

- José... mi amigo José –sollozó estremeciéndose en los brazos de su hijo-.

Pablo llegó a la conclusión de que se trataba del jefe de estudios.

- ¿Qué pasó con él, mama? –susurró, tratando de calmarla-

El acento andaluz ahora no, suplicó Almudena para sus adentros, sin saber si lloraba por su amigo o por su marido.

Se separó y contempló los ojos color café de su pequeño, por los que asomaba la preocupación.

- Se ha ido, mi amor –sollozó intentando sonreír-. Tenemos que bajar al pueblo a despedirnos de él, ¿vale?

Pablo se zafó del agarre de su madre y se fue al sofá. Se sentó y sonó su móvil; al descolgar:

- Pequeño, don Antonio te tiene que ver. Se nos va.


Las historietas de Benatae [EN PROCESO]Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin