Cinco de mayo. (I)

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AVISO: salud mental decadente. Mención gráfica de sangre. Escuchen la música de fondo, así lloramos juntos JAJAJAJA.

Al borde de una formación rocosa que delimita tajantemente la tierra del mar, con los pies colgando sobre el agua. Son un par de zapatillas tipo converse, gastadas y sucias, haciendo juego con sus pantalones largos y negros de chándal, manchados por tierra y fango.

En el torso tiene una camiseta blanca, una chaqueta negra ancha y con capucha que cubre su cabeza y le resguarda del frío de media estación.

El cielo está nublado, parece que va a llover en cualquier momento y el viento está presente. Mira sus manos, están empapadas de agua rojiza y brillante. Aquel líquido vital, bendito para algunos. Ese mismo que es redistribuido por los espasmos musculares del miocardio, de arriba a abajo, indiscriminadamente.
Cada vez se siente más cerca de la caída, pero en cierto modo espera. No sabe a qué, pero espera. Quizás a un ultimátum, pero cree que ya lo está teniendo.
Mira su regazo, toca su cara secándose el rostro de las lágrimas que quedan en este. Sus ojeras parecen lagunas de lo encharcadas que están.

Recapitula lo sucedido recientemente.
Ve a su padre llegar cansado del trabajo, quejándose de ello. Si bien es normal estar exhausto o harto de dicha obligación, se vuelve un problema el comenzar a sentir unas prolongadas y profundas ideaciones suicidas. Unas que comenta a sus hijos una y otra vez.
Ve a su madre rechistar, decirle que se detenga, y de pronto el propio Nick aparece defendiéndolo. La mujer se enfada, parece que va a ser una discusión normal con la diferencia de que esta vez no tiene pinta de acabar en agresión física. La madre de la familia habla cada vez más alto, el adolescente también, y las palabras de la señora empiezan a quemar. Atraviesan la primera capa de la piel del joven, y como si de hierro caliente se tratase de entierran lenta y tediosamente en el muchacho. Dicho órgano parece derretirse cual cera de vela, pero oliendo a carne chamuscada.

Él se defiende de sus comentarios, dice que no está bien mandar a callar a una persona que se siente así, pero ella dice que su hijo no tiene derecho a reclamarle nada a ella, que no le hable de esa forma.

La cosa escala hasta los gritos, y la mujer intenta golpearle por la frustración acumulada, haciendo que los reflejos del menor se activen y detenga el golpe. La señora directamente marca la frase que termina de perforar hasta el hueso de su hijo.

"Acabarás como tu padre. Todos huirán de ti si sigues así."

Eso se quedó grabado en él. Y cuánta razón tenía.
Quería correr a meterse un chute y olvidarse, pero no podía. Fantaseaba con tener su bolsita con cierta sustancia color cobre, una cuchara, su mechero favorito y una jeringuilla con una aguja delgada y precisa. Quería que su hermana estuviese para él, pero no estaba, quería que su padre le defendiese como había hecho por este, pero no lo hizo.

La mujer se fue, diciendo que la situación sobrepasaba su  comprensión, que el hartazgo se hacía presente en ella. Mientras el menor se levantaba de la silla en la que estaba sentado y se disponía a irse a otra habitación. Tomó el primer objeto afilado que encontró en la cocina, sus llaves, y corrió.
Corrió hasta no tener aliento, hasta que sus piernas le pidieron que parara, hasta llegar a las afueras, donde comenzó a irse su mente de su cuerpo, a no estar presente. Alcanzó un punto en el que no creía seguir vivo ya que sentía que flotaba, creía ser un fantasma, un ente etéreo, y deseaba serlo en lo más profundo de su ser.

Mas lo que hacía su cuerpo era, a modo de apaciguar los efectos de su detonante, era juguetear con el borde de una navaja, lo que había agarrado. El filo era frío, pero no lo suficiente como para que Nick lo notara a corto plazo.  Trazaba en sus brazos patrones lentos como si un patinador sobre hielo estuviera danzando una pieza musical dolorosa. Sus movimientos eran lentos pero hábiles, delicados pero en cualquier momento, fatales. Quizás en otro momento fuese eso una alegoría preciosa.

No sintió nada, como si el dolor no le conociese hasta que retomó el control de su sistema.
Llegó un punto en el que  el patinador no dio ni un salto, sólo clavó las cuchillas de sus patines en el suelo al hacer un giro cerrado.
El cerebro de Nick, a falta de tranquilidad ya que la herida no le fue suficiente, decidió deslizar el filo del pequeño arma por la parte interna de su muñeca, rasgándola.

No estaba sangrando.


Sólo intentaba darse motivos para permanecer consciente, aferrarse a la tierra, estar en esta, pero lo que le venía a la cabeza eran recuerdos de cuando dejó de ser un niño. Él creía verlo todo desde la óptica de un crío, pero su mente iba más allá. Podía ver a los adultos sufrir frecuentemente, a los infantes hacerse daño entre sí con maldad pura, al que parecía santo comportarse como la temida bestia, al tipificado como villano siendo en realidad un pequeño animal asustado. Veía a su madre ahogada aguantando a su marido del cual quería librarse, quería el divorcio a toda costa de tanto que la consumía hacerse cargo de otra persona. Se sentía culpable. Mientras, el hombre a escondidas y como el cobarde que era, se dedicaba a darle esporádicos discursos depresivos a sus hijos para sentirse acompañado por personas a las que amaba. El adulto no lograba sentirse acompañado por las cabezas frías de sus amigos y su mujer, así que ver la preocupación honesta, inocente y cálida de sus hijos lo reconfortaba. Poco sabía del dolor que les generaba, de la falta de entendimiento que tenían los niños acerca de la culpa que ellos sentían al respecto. El miedo que tenían los ojos de los pequeños, el mayor protegiendo a la restante haciendo que ella se fuera para aguantar la perorata del progenitor... Luego empezó otro verso. El divorcio fue tedioso y por más que las nubes se despejaran, para el adolescente seguía estando nublado. Y el primer pinchazo. Luego vino el segundo. Y así frecuentemente.
Le hacía entrar en rehabilitación cada dos por tres, había escuchado a su progenitora decir que esperaba que un día la llamaran de la morgue. No tenía esperanzas en él, o por lo menos eso le hacía pensar por más que lo internarse una y otra vez.

No estaba sangrando.


Llegó a relacionarse con más de su calaña, yonkis, pero nada del otro mundo. Incluso llegó a conocer a una amiga, Gloria, pero nada del otro mundo. Y ahí se hizo la luz. En uno de los pocos días de instituto en los que estaba completamente lúcido apareció el rubiecito de cabeza loca.

Empezaba a ver gris.

Quizás sea dependencia, es posible que lo sea.

Sigue siendo gris.

O puede que simple afecto, no es necesario que sea malo.

Es gris oscuro.


Pero por qué piensa en él cuando busca motivos para seguir existiendo.

Permanece.


Necesita a alguien a su lado porque se está yendo por las ramas. Se ramifica, eso mismo, el agua se ramifica.

Se ve negro.


No es agua, es sangre. Y se está manchando mientras él está tumbado boca arriba, al borde de una formación rocosa que delimita tajantemente la tierra del mar, con los pies colgando sobre el agua. Son un par de zapatillas tipo converse, gastadas y sucias, haciendo juego con sus pantalones largos y negros de chándal, manchados por tierra, el fango y la sangre...

𝙾𝙽𝙴𝚂𝙷𝙾𝚃𝚂 | 𝙽𝚒𝚌𝚔 𝙲𝚕𝚊𝚛𝚔 𝚡 𝚃𝚛𝚘𝚢 𝙾𝚝𝚝𝚘Où les histoires vivent. Découvrez maintenant