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En alguna parte del mundo, 1386 d.C.
Davina se inclino ante el altar que estaba frente a ella, observando la pequeñaescultura de mármol de la diosa Hecatemientrasmiraba el centenar de velas que había a los pies de la estatua en señal de veneración.
—Te has saltado el culto de la mañana.— Comentó Isabella mientras se acercaba a ella con una radiante sonrisa.
—Nunca he entendido todo esto.— Comentó Davina mientras se ponía al lado de su mejor amiga, delante del altar a la diosa a la que en pocos años jugaríanlealtad.
—¿El rezar a un dios?— Inquirió Isabella sin comprenderporque Davina, la cual se había criado en le templo no entendía aquello. Se suponía que ella sería la que mejor comprendería aquel mundo.
—La devoción.— Respondió con obviedad. —Todas vosotras elegisteis esta vida aún sabiendo... lo que les hacen a los "paganos".— Añadiómientrashacía comillas con los dedos al final de la frase, ya que ellas no se consideraban paganas, menos aún brujas, solo eran conocedoras de granparte de la verdad que rodeaba el mundo, aquella parte que les permitían conocer a determinados humanos.
—Elegimos creer en Hecate, en su trinidad y en su poder. El mundo aún no es consciente de que no existe un solo dios, ni de que la magia es tan real como cualquier cosa que nos rodea. Nosotras hemos sido elegidas para venerarla.— RespondióIsabella haciendo que Davina mirase a su amigacon completa atención, ya que era la única que la contaba cosas del exterior.
—¿Acaso recibiste una llamada?— Preguntó Davina preguntándose cómo debía de sentirsealguien por ser elegido, por ser una opción y no alguien que recibía tan honor solo porque apareció en el lugar adecuado en el momento adecuado.
—Se aparece en tus sueños, su melena es rojiza como el fuego y sus ojos azules como el mar, te habla y te guía.— Respondió su amiga mientras en sus ojos podía verse la admiración que sentía por Hécate, una admiración que Davina enviadaba, ya que ella más que admiración se sentía agradecida de que la acogiera y tal vez por ello, siempreestaría a su servicio, aunque una parte de ella la susurraba que aquel no era su lugar, que había un mundo ahí afuera esperándola.