Capítulo VIII: El otro lado de las llamas

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Traian

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Justo cuando creía que ya no podía sorprenderlo, ahí estaba ella.

Traian había conseguido abrirse paso entre la multitud expectante a empujones y reconoció la chaqueta de Skylar tirada en el suelo. Su olor era inconfundible. Aún en su forma humana, los sensibles sentidos de lobo que lo acompañaron durante tanto tiempo todavía se aferraban a él, pero Trai ya se encontraba tan acostumbrado que aquello no le implicaba ninguna novedad. Para él, el olor de Skylar significaba "hogar", con esa suave esencia a lilas que la caracterizaba desde que tenía uso de razón. Se había inclinado para recoger la prenda cuando escuchó, no muy lejos de él, la voz de una mujer que clamaba: "¡Ánimo princesa!" y a menos que hubiera otra princesa de cuya presencia no se había enterado, no podía tratarse de nadie más... Fue entonces cuando la vio.

Había cerrado sus ojos, como siempre lo hacía cuando intentaba armarse de valor. La luz dorada se derramaba sobre sus hombros y arrancaba destellos dorados a su cabello negro. De pronto, su cuerpo comenzó a moverse al ritmo de la música y Traian contuvo el aliento. Verla era como admirar una obra de arte en movimiento, pero no el tipo de arte que esperarías ver expuesto tras un cristal. No... La suya era el tipo de belleza que se podría descubrir al encontrar una luciérnaga en medio de la densa oscuridad de la noche, escasa, preciosa y libre...

Trai no pudo sino quedarse ahí donde estaba, estático, como si aguardase el terrible temor de asustarla si daba un paso en falso y tuvo la impresión de que, a su alrededor, muchos albergaron el mismo sentimiento, puesto que lo único que podía escucharse era la suave música deslizándose en el aire y el crepitar de las llamas. Todas las voces se acallaron y todas las miradas se encontraban puestas sobre Skylar.

La había visto sumergida en sus propios pensamientos desde el día en que Christian básicamente se desvaneció en el aire... Y aunque Traian llegó a pensar que podría haber muerto el día y la hora en que la vio besarlo en los límites de la cúpula, fue incapaz de decir o hacer alguna alusión al respecto. Él conocía mejor que nadie el peso que ella cargaba en silencio, las noches de insomnio y las pesadillas, todas relacionadas con ese día... Sky trataba de actuar como si nada de eso la afectara, pero Trai sabía la verdad, aún cuando jamás haría nada que pudiera hacerla sentir que sus esfuerzos por aparentar tranquilidad eran en vano, al menos para él. Pero en aquel instante era diferente. Toda ella había cambiado del mismo modo en que lo haría una mariposa al emerger de su crisálida.

No, era más que eso.

Lo cierto es que allí donde estaba, se asemejaba más a un ave fénix que a una mariposa. La luz que proyectaba el fuego delineaba los ángulos de su cuerpo a contra luz, haciéndola ver como una ninfa del mismo elemento, mientras bailaba con la gracia y ligereza del viento. Y es que así era ella, su guardiana, su compañera, su Skylar... Capaz de extraer belleza de los momentos más oscuros aún sin darse cuenta. Lo más probable es que ni siquiera fuera consciente del efecto que ocasionaba en quienes la observaban en aquel preciso instante y seguramente jamás lo haría. Sky era tan dura consigo misma al creerse incapaz de llenar las expectativas de todos cuanto la rodeaban, que no se daba cuenta de que ella nunca podría llenar dichas expectativas, por el simple hecho de que estas le quedaban pequeñas.

Sus ojos conectaron con los de su guardiana y todo lo demás desapareció. La mirada de Skylar le había abierto paso al dragón en su interior, lo que afilaba la línea de sus ojos, otorgándole una cierta ferocidad a sus delicados rasgos.

Era tan hermosa que hasta la luna podría envidiarla fácilmente.

—Si que estoy jodido... —pensó en voz alta y su propia voz le resultó casi irreconocible, impregnada con una necesidad y urgencia que lo tomó desprevenido. Y es que bastó ese simple contacto de sus ojos al encontrarse, para que sus pies lo acercaran a ella antes de que pudiera detenerse a pensar en lo que estaba haciendo, olvidándose por completo de la chaqueta en el suelo y de que se encontraban rodeados de más de medio Gealaí.

El legado de Orión ©Where stories live. Discover now