Capítulo XV: Maldad dominante

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Por supuesto que Amanda sonrió ampliamente cuando Skylar pronunció su nombre como si se hubiera encontrado cara a cara con un fantasma. Sentimiento que, de hecho, se estaba convirtiendo en algo desagradablemente familiar para ella estos días.

Nada tenía sentido.

¿Qué mierda estaba haciendo Amanda Meier en Gealaí?

El entendimiento la golpeó con fuerza en cuanto Amanda y Cayden compartieron una mirada de complicidad que le valió a Skylar más que mil palabras.

"Es ella...".

"Amanda es su jinete".

—Pero... —dejó salir con voz ahogada— ¿Cómo es posible?

Traian miró a Sky y supo que él tampoco tenía las respuestas. 

Amanda se mantuvo donde estaba, con su guardián a su lado. Sus oscuros ojos se deslizaron sobre Traian, tomándose más tiempo del necesario antes de regresar a Skylar con una sonrisa presuntuosa dibujada en los labios.

La sangre le hirvió en las venas.

¿Cómo se atrevía a mirarlo de esa forma?

"Mantén la calma", se recordó. Aunque no podía negar que la idea de prenderle fuego a Amanda en ese instante resultaba tentadora.

—Es bastante sencillo en realidad. Mi familia posee un asentamiento en Kinsale en donde fui criada desde que era una niña. Sus ocupaciones no les permitían abandonar Irlanda debido al alto flujo de magia no monitoreada de la zona. —comenzó a decir Amanda con indiferencia— Es por esa razón que no había pisado la Ciudad de luz ni Gealaí hasta hace poco, luego de la invasión y la desaparición de mi bisabuela.

Sky tuvo que poner toda su fuerza de voluntad en mantener su mandíbula en su lugar. Esto no podía estar pasando, tenía que ser una broma. Una de muy mal gusto.

—¿Y nunca dijiste nada? —inquirió. Sus manos cerrándose en puños a sus costados, ardientes y temblorosas— ¿Sabías lo que yo era y aun así jamás...?

Amanda enarcó una ceja perfecta. Sabiendo lo que era, Sky podía entrever los rasgos de los hijos de la luz en ella. La belleza de los nefilim se distinguía en la suavidad del mentón, la boca y la forma de los ojos, demasiado perfectos para ser humanos, pero estos detalles se veían empañados por la manera en que su mirada destilaba un único y distintivo sentimiento: odio. Un odio puro y profundo, el mismo que la llevó a convertir su tiempo en la escuela en una experiencia miserable.

—No fue hasta la secundaria que mi padre me dijo lo que era yo, justo después de que mamá muriera. Fue entonces cuando inicié mi entrenamiento. —Amanda se cruzó de brazos, impasible, como si la muerte de su madre le resultase indiferente, pero Sky sabía que no era así, ella podía ver a través de todo ese hielo. Aquello no era más que una fachada fríamente practicada y adoptada. La melancolía teñía los colores que titilaban a su alrededor, como nubes de lluvia reteniendo su cólera.

Muy a su pesar, Sky casi sintió compasión por ella.

Recordó el día en que se esparció la noticia de la muerte de la madre de Amanda, apenas un par de días después del inicio de clases. La información que poseía el alumnado era vaga, y aunque nadie sabía bajo qué circunstancias había ocurrido el hecho, la noticia se volvió de dominio público cuando alguien escuchó a una profesora dándole el pésame a Amanda.

Para ese momento, la chica ya había cambiado por completo su trato con ella, pero la herida seguía demasiado fresca y Sky todavía albergaba la esperanza de que las cosas pudieran solucionarse, de que todo hubiera sido un malentendido. Pero cuando se acercó hasta la que todavía creía su amiga, quien ahora se encontraba siempre rodeada de un grupo de personas desconocidas para ella y Christian, esta simplemente la miró con un profundo desprecio y se fue, como si su sola presencia le resultase intolerable.

El legado de Orión ©Where stories live. Discover now