h

1.7K 53 9
                                    

El ascensor subía con la calma que en mi interior era escasa por aquel hotel de 27 plantas.

No fue una sorpresa que el señor Kim no tardase en llamarme. Supuse que quería aprovechar las diecinueve semanas al máximo gimiendo entre las piernas de una chica menor de edad a la que paga a espaldas de la ley.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal.

El din que anuncia la llegada al piso se hizo audible en mis oídos antes de que las puertas se abriesen de par en par.

Con un suspiro, me aproximé a la habitación 1324 y me detuve sin llamar todavía.

¿Era consciente de lo que iba a hacer? Ni siquiera había dado mi primer beso. Los chicos de mi instituto son suficientemente estúpidos como para no malgastarlo con ellos.

¿Y si no sé besar? ¿Y si se da cuenta? ¿Y si me echa por ser virgen? Igual eso le da más morbo. ¿Y si...?

Antes de que mi mente formulase más hipótesis y preguntas estúpidas, mis nudillos golpearon la madera blanca.

Pasaron los segundos y mi corazón pareció desbocarse.

La puerta se abrió y, tras ella, el señor Kim volvía a vestir de traje. Me invitó a pasar al mismo tiempo que observaba hacia fuera, vigilando que nadie hubiese visto mi presencia en aquel cuarto.

De pronto, sentí la necesidad de hablar.

- ¿Quieres que me desnude? -Murmuré tan deprisa como me fue posible con la vista fija en el suelo. Mis mejillas ya habían tomado color. ¿Por qué mierda era tan estúpida?

Él, por toda respuesta, me mandó tomar asiento en la cama en un movimiento de cabeza. Obedecí, agradecida, de no pasar más tiempo en pie sobre mis piernas temblorosas.

Hubo un silencio largo para mí y corto para el reloj. Un silencio que no duro más que medio minuto en el segundero.

La presión estaba acabando conmigo.

El señor Kim dejó el vaso del que estaba bebiendo sobre la cómoda en la que un espejo reflejaba mi imagen detrás de la de él para, a continuación, girarse hacia mí.

- Estoy nerviosa. -Dije de golpe, rompiendo el silencio.

Si no hubiera estado petrificada en ese momento, juro que me hubiese golpeado en la cara por idiota.

- Ya. -Respondió haciendo caso omiso de lo que acababa de decir. ¿Sospechaba que era virgen? Tampoco me extrañaría.

Otra vez el silencio.

- Bonito... cuarto... -Comenté con voz aguda antes de carraspear. ¿Por qué siempre me salía ese maldito tono cuando estaba nerviosa?-. En mi casa hay... O sea, a-apartamen...

Alcé las cejas instintivamente cuando sentí que me giraban el rostro. Mis labios se toparon de golpe con los del señor Kim, que me besaba con rapidez y fuerza al mismo tiempo que sus manos agarraban mi cintura tras haberme levantado de la cama.

Cerré con mucha fuerza los ojos tratando de seguir aquel beso sin saber muy bien qué hacer o cómo actuar. Su lengua recorría cada cavidad de mi boca y pronto sentí sus dientes mordiendo mis labios.

Tenía ganas de llorar por ser tan principiante. O quizás por el susto, el sobresalto, los nervios.

Aguanté las lágrimas e intenté respirar medianamente con normalidad cuando el señor Kim se separó de mí por un segundo. Mi camiseta enseguida cayó al suelo y mi cuerpo fue directamente empujado sobre las sábanas de aquella cama.

Se colocó encima. Aún llevaba puesto aquel traje y no tenía ni idea de si debería ser yo la que se lo quitase. Me sentía completamente una inútil.

Sus labios besaron mi cuello entre recorridos de lengua. Mi coño latía tan fuerte y estaba tan mojado que por un momento deseé que me la metiese de una vez.

Una de sus manos bajó por mi vientre hasta mis pantalones. Desabrochó el botón y bajó la cremallera antes de deshacerse de ellos mientras su boca mordía la línea entre mis tetas y mi sexo.

Lo único que se me ocurrió hacer en ese momento fue quitarme las gafas y dejarlas sobre la mesilla.

Sus dedos bajaron mis bragas por mis piernas y sentí la humedad de su lengua subiendo de vuelta por mi vientre. Hizo que arquease mi espalda para quitar mi sujetador.

Me encontraba entonces completamente desnuda y el completamente vestido con uno de sus trajes negros que tanto me imponían.

Se separó lo suficiente como para que nuestros rostros quedasen uno frente a otro. Sus antebrazos se posaron a ambos lados de mi cabeza. Sentía como mis mejillas habían enrojecido de pura excitación.

- Mastúrbate. -Me ordenó en un susurro, bajando su vista de reojo por mi cuello y mis pequeños pechos.

Parpadeé varias veces algo confusa ante aquella orden, sin embargo no dije nada. Tan solo obedecí. El calentón que llevaba encima en aquel momento no me dejaba pensar con demasiada claridad.

Esa vez fui yo la que bajé mis dedos por mi vientre en busca de la sensación húmeda que de mis labios menores brotaba. Él mantenía sus pupilas clavadas en mi rostro al mismo tiempo que yo pasaba mis yemas a lo largo de mi sexo. Noté el bulto bajo la tela negra que se presionaba contra mi mano cuando comencé a masturbarme.

Instintivamente separé más mis piernas para tener mejor acceso e introduje un par de dedos en mí, observando a aquel hombre que continuaba encima de mi cuerpo mientras yo temblaba de placer a su orden.

Bajó su boca hasta mis pezones y los mordió sin tener cuidado por la fuerza. De entre mis labios brotó un chillido, un gemido y enseguida acompañé los movimientos rítmicos de mis dedos con las caricias circulares en mi clítoris proporcionadas por mi otra mano.

Sentí con cada mordisco que el éxtasis era inminente. Me correría. Me correría como nunca antes lo había hecho. El placer que me invadía era tanto que desee volver a sentir lo mismo durante aquellas diecinueve semanas.

Y finalmente, con el gemido más alto que jamás habría podido chillar en la soledad de mi cuarto, mi cuerpo tembló bajo su cuerpo sin que apenas me hubiese tocado, tembló bajo mis dedos, tembló como nunca sobre aquellas sábanas en el instante que me corrí.

Mi respiración había quedado de forma agitada cuando dejé caer mis piernas y mis manos sobre el colchón. Durante unos segundos me olvidé de todo lo que pasaba a mi alrededor y, cuando salí de mi momento de relajación, caí en la cuenta de que aquel hombre lo había visto todo.

Abrí los ojos de golpe y le descubrí observándome antes de que mis mejillas se tornasen coloradas.

Me estaba muriendo de vergüenza.

El señor Kim se levantó y acomodó el bulto que sobresalía de sus pantalones. Pantalones que yo había manchado con mi corrida.

- Vístete y vete sin que nadie te vea. -Dijo en tono de orden otra vez.

Yo, cuánto menos sorprendida, me incorporé tan deprisa como me fue posible y me vestí con rapidez. ¿Acaso el no quería...? Me sentía bastante confusa en ese momento.

Agarré mis gafas antes de ponérmelas y até mi cabello en una coleta de la que escaparon varios mechones. Me dirigí a la puerta como él había mandado y la abrí.

- Eh. - Llamó mi atención para que me girase y me tiró un fajo de billetes verdes que me golpeó en el hombro cuando traté de cogerlo-. Bien hecho.

Volví a enrojecer y bajé la mirada hacia el dinero. Me agaché, lo cogí y salí de aquella habitación 1324 sin que nadie más que él y yo fuese consciente.

White hips; 19.Where stories live. Discover now