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El móvil sonó a los cuatros días.

No me atreví a descolgar la llamada. Dejé que él mismo se detuviese mientras yo me cubría entera con las sábanas.

Había dejado de querer ese dinero.

El teléfono sonó tres veces.

Me levanté de la cama para salir del cuarto y dejar que la vibración terminase por tirar el aparato al suelo.

Me ducharía, me vestiría y saldría a tomar un poco el aire.

Esta vez fue la puerta la que sonó.

Dirigí mi mirada hasta el reloj de pared y acepté abrir cuando por la mirilla descubrí al cartero.

Tras recibir el paquete para Boo ㅡquien seguía en Busán, yéndose de fiesta cada noche la muy zorraㅡ, hice la acción de cerrarla cuando un pie se colocó entre el marco y la puerta.

Mi respiración comenzó a hacerse agitada. Di un paso atrás al ver al señor Kim acceder a mi vivienda y miré alrededor nerviosa en busca de algo con lo que, para ser sincera, golpearle la cabeza.

- ¿No sabes coger el puto teléfono?

Me pase las manos por la cara antes de que mis lágrimas amenazasen con desbordarse. Tan solo era una cría de diecisiete años. Aquel hombre casi me doblaba la edad.

- Renee.

- Déjame. -Murmuré varias veces creyendo que serviría de algo. Era bastante obvio que no era de los que piden disculpas.

Él continuó acercándose a mí hasta que mi cuerpo se encontró con la pared. Evité mirarle todo lo que pude. La presión que sentía en mi interior hizo que mis lágrimas no esperasen más para recorrer el camino de mis mejillas hacia el suelo.

El señor Kim se detuvo de pronto y suspiró exasperado al mismo tiempo que se presionaba el puente de la nariz.

- Para qué mierda contrato a una niñata de diecisiete años.

Se formó un silencio largo que abarcó los pensamientos de él y que yo me relajase lo mínimo para poder articular palabra.

- P-podemos romper... el... contrat...

Antes de que pudiese terminar la frase y como de costumbre, aquel hombre ya había agarrado mi rostro entre sus manos y juntado nuestros labios.

Traté de apartarle a golpes en el pecho y los hombros mientras algunos sollozos asustados escapaban de mi interior. Sin embargo no era un beso rápido ni feroz, tan solo acariciaba mi boca con la suya casi como en una forma de pedir disculpas.

Mi cuerpo terminó por relajarse en un último suspiro y permití que aquel contacto se hiciese más intenso. No sé cuánto tiempo transcurrió antes de que él se separase y comenzase a besar a lo largo de mi cuello.

Por mis mejillas aún quedaba el rastro de las lágrimas que me limité a limpiar, dejándome llevar por lo que el señor Kim hacía. Levantó mi cuerpo hasta que mis piernas rodearon su cintura y subió la camiseta de mi pijama con tranquilidad. Yo simplemente observaba sus facciones tratando de recordar qué había ocurrido minutos atrás para qué ahora él me estuviese desnudando con aquella fragilidad.

Minutos más tarde, yo me encontraba desnuda sujetada por él mientras mi espalda se apoyaba en la fría pared. Sus manos se apretaban en mis piernas y sus labios buscaron de vuelta los míos para fundirse en un beso intenso. Noté cómo su polla jugaba en la entrada de mi coño, lo que provocó que me tensase antes de darme cuenta de que, en uno de mis descuidos, el señor Kim había enfundado su miembro con un condón y lo que notaba era el látex humedeciéndose una y otra vez por el fluido de mis labios.

No preguntó nada. No dijo nada. Ni siquiera puso su rostro delante del mío.

Con la frente apoyada en mi hombro, aquel hombre me penetró despacio, como saboreando cada centímetro de aquel pequeño cuerpo virgen que pronto temblaría por el placer de las embestidas.

De mis facciones se escapó una leve mueca de dolor junto la curiosidad de lo desconocido, la soledad de un cuerpo, el mío, al fin mezclado en un océano de gemidos con el de un hombre, apenas un extraño.

Mis manos se clavaron en su espalda, sudorosas, al mismo tiempo que los dedos de él bajaban por mi vientre de un camino hasta mi clítoris que, siendo la fuente de placer, él acarició con rapidez progresiva.

Jadeos, gemidos, susurros. Hasta que finalmente ambos nos corrimos, aunque no al mismo tiempo, en un chillido por mi parte y una mordedura de hombro por la suya que me duraría los días necesarios junto al recuerdo de aquella primera vez que jamás conté a nadie hasta este instante.

Permanecimos en silencio regulando nuestras respectivas respiraciones. Sentía un dolor sordo en cada latido que mi coño, al fin saciado, producía. Un dolor que nunca antes había sentido y que, posiblemente, aquella fuese la única vez que lo sentiría.

Me abracé al señor Kim.

De pronto sentí la necesidad de un contacto, de un cariño. Él sabía cómo era el proceso de un orgasmo en las mujeres y lo que venía a continuación. Salió de mí y rodeó mi cuerpo con sus brazos por sistema, por costumbre de otras tantas mujeres, jóvenes, mayores, quién sabe, tantas otras con las que había gemido sin compromiso ni temor a dañar y con la seguridad de que no sería dañado.

- ¿Aún quieres romper el contrato...? -Le oí susurrar en mi oído. Una voz que aparece en mis sueños, en mis pesadillas.

Negué con la cabeza.

En silencio.

Deseé que ese abrazo no terminase.

Tampoco quería romperlo con mis palabras absurdas.

Ni siquiera me atreví a abrir los ojos y ver la realidad.

Sin embargo el señor Kim, minutos después, separó su cuerpo cálido del mío, dejándome de vuelta en el frío mundo de aquel contrato sin más valor que el de seis mil dólares y diecinueve semanas.

White hips; 19.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora