Capítulo 5

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Cuando sonó el teléfono, Jimin estaba en medio de un sueño muy interesante, que tenía que ver con una mujer de cabello oscuro y manos extremadamente ágiles. Con un gruñido alcanzó el inalámbrico, a sabiendas de que se pasaría la mañana padeciendo visiones eróticas insatisfechas.

–Yu Jimin–rugió.

–¿Estás despierta?

–Aún no, A.J. –contestó Jimin, irritada, mientras salía de la cama, desnuda, con el teléfono en la mano–. ¿Qué hora es?

–Hora de que esté en una reunión. O hablamos ahora o esperamos hasta... Dios sabe cuándo.

–¿Has conseguido lo que necesito?

–Más o menos. No creo que te vayas a volver loca de felicidad.

Jimin suspiró, se envolvió en la bata y fue dando traspiés hasta la cocina para tomar la primera taza de café.

–Cuéntame.

–En pocas palabras, no va a ser fácil darle el esquinazo. Doce años en la división de investigación. Su especialidad era rastrear drogas colombianas pagándolas con dólares falsos. Pillos estafando a pillos. Por lo visto lo hacía muy bien.

Jimin contempló el goteo del café en la cafetera, mientras ordenaba los pensamientos rápidamente.

–¿Por qué la han destinado de repente a protección? ¿Qué es lo que no me cuentas?

–Hay agujeros importantes en el medio. Queda constancia de que a principios de este año se vio envuelta en una metedura de pata por cuestión de jurisdicciones. El Servicio Secreto tenía unidades de vigilancia espiando un laboratorio de drogas en las afueras del distrito de Columbia. La Sección de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego participó porque pensaron que había tipos que traficaban con armas y con el dinero falso. Sin que lo supiera ni siquiera la agencia federal, la unidad de narcóticos del distrito de Columbia tenía a una agente infiltrada entre los traficantes de drogas.

–Dios mío –murmuró Jimin–. Reúne todos los ingredientes de un desastre.

–Aciertas. A los colombianos les llegó el soplo de que se avecinaba un ataque y la detective de narcóticos fue descubierta. El ataque se hizo mal y la mujer murió en el tiroteo. A Kim Minjeong le dispararon cuando se disponía a avisar a la narco infiltrada, segundos antes de que todo aquello se convirtiese en una locura.

A Jimin se le encogió el estómago.

–¿Le dispararon?

–En la pierna, según creo. Aunque no acaba ahí la historia.

–¿Qué más?

–Estamos hablando de una tía maja, Jimin. –Su interlocutora dudó. Incluso la amistad tenía sus límites–. Kim posee una reputación intachable.

–No pretendo mancharla –gruñó Jimin.

–Hay rumores..., no muchos, y nadie se compromete a decir las cosas con seguridad. Es una heroína, muy estimada por sus colegas...

–¡Vale! Ya te entiendo. No quieres contármelo, pero lo harás. Porque, si no lo haces, me aseguraré de que no llegues nunca a subdirectora.

–¡Jimin!

–Lo digo de broma, y deberías saberlo, después de todos estos años. –Jimin respiró a fondo y procuró dominar su temperamento–. Dime quién es ella, A.J. Controla mi vida.

–Fuentes rigurosas afirman que la poli de narcóticos asesinada era su amante.

–¡Dios! –Jimin ahogó un grito. Era un tema sobre el que no le gustaba pensar. Sabía de pérdidas, y sabía cuánto tiempo dolían.

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