Capítulo 7

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A la mañana siguiente Jimin abandonó su habitación, sola, un poco antes de las siete. No dijo nada cuando los dos agentes del Servicio Secreto salieron de la habitación de enfrente y se pusieron a su lado. Una vez en el vehículo, se inclinó hacia atrás y cerró los ojos. Oyó que el jefe del equipo llamaba a Minjeong y la informaba de la hora aproximada de llegada a la residencia. «Estupendo. Realmente me apetece verla en este momento.»

Minjeong estaba esperando en la entrada lateral de la Casa Azul cuando el Suburban frenó. Observó cómo Jimin descendía y se fijó en sus ojos, ligeramente hundidos, y en su expresión tensa. Habría que darse prisa para conseguir que despachara al gabinete de prensa sin necesidad de anunciar que había pasado la noche fuera. Y Jimin tenía toda la pinta de haber pasado la noche fuera y levantada, tirándose a alguien. Minjeong se imaginó que su aspecto no debía de ser mucho mejor que el de ella, porque se sentía fatal. No se saludaron. Minjeong guió a Jimin a través de la entrada de servicio y por un laberinto de pasillos hasta el ascensor que conducía a los aposentos de la familia.

–Estaré fuera con los coches. El avión sale a las ocho y media.

–Estupendo.

El trayecto al aeropuerto apenas media hora después fue igual de frío. En el avión, Jimin le echó un vistazo al pasillo y se tendió en los asientos de atrás. Minjeong se acomodó en el primer asiento, se inclinó y cerró los ojos. No había dormido mucho. Ninguno de ellos lo había hecho. Entre seguir el rostro de Jimin y vigilar el hotel el resto de la noche, la mitad del equipo había trabajado en una noche que contaban tener libre. Cuando el avión aterrizó en Seul cuarenta minutos después, Minjeong acompañó a Jimin al vehículo de servicio que esperaba y se sentó a su lado en la parte de atrás. Al cabo de una hora Jimin debía reunirse con el alcalde para presidir el desfile del día de Año Nuevo.

–¿Adónde, señorita Yu? – preguntó Minjeong automáticamente. Desde la desaparición de ella en la noche anterior y su tardía aparición esa mañana, toda la agenda había cambiado. Minjeong no tenía ni idea de sus planes y la enfurecía aquella desventaja.

Por una vez, Jimin se mostró obediente.

–Debo ir a casa a cambiarme.

Minjeong asintió, le transmitió el mensaje al conductor y al coche que las seguía y se recostó en el asiento. Aplacó su ira. No le daría a Jimin la satisfacción de saber lo desasosegante que había sido para ella el interludio del bar. Las horas vividas con Sinb le habían proporcionado satisfacción a su cuerpo, pero no habían borrado el recuerdo de la boca de Jimin en la suya ni la exigente promesa de sus manos sobre su cuerpo. Era un recuerdo que no le agradaba, y los ligeros arañazos que observó en los labios de Jimin le indicaron que había pasado la noche satisfaciendo sus necesidades con una extraña. «Por Dios, Kim, no seas idiota. Cualquiera servirá, al menos mientras ella lleve las riendas. Lo que ocurrió es que estabas a tiro.»

Cuando se detuvieron ante al apartamento de Jimin, Minjeong  envió a Daniel a por café mientras ella aguardaba en el vehículo. Cerró los ojos sin pensar en nada. Cuando la puerta volvió a abrirse, levantó la vista y la desvió rápidamente, mientras Yu Jimin se deslizaba en el asiento de atrás y se sentaba frente a ella. Aquella mujer no se parecía nada a la que Minjeong  había seguido hasta el bar gay la noche anterior. La otra era salvaje, indómita e indomable. Jimin se comportaba como una depredadora, mucho más peligrosa aún porque resultaba irresistible. Era hermosa como los animales salvajes y Minjeong había caído presa de su poder aunque se empeñase en negarlo.

En aquel momento veía a una mujer elegante y refinada, sin el menor parecido con la criatura de la noche anterior, aunque igual de inalcanzable. El hambre feroz que transmitían los ojos de Jimin había sido sustituida por una calma glacial. Si alentaban pensamientos detrás de la pared de hielo azul, no se traslucían. Llevaba abierto el abrigo de confección y, debajo, un traje entallado, cuya chaqueta desabotonada dejaba al descubierto una blusa de seda. La falda se subió cuando cruzó las piernas. Minjeong la encontró tan atractiva de aquella forma como la noche anterior. Y no se sentía más segura, pues era bien consciente de los acelerados latidos de su corazón.

명예 // 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora