Capítulo 15

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–Dios, ¿no lo sabes? –Minjeong tembló con el esfuerzo de contener sus alterados sentidos. Las palabras surgieron de las mandíbulas apretadas por la necesidad y hubo de luchar para no gritar a causa del deseo feroz que recorría su columna vertebral–: ¿Tengo que decirte que te quiero?

Jimin gimió y se le nubló la vista mientras le bullía la sangre.

–Me mata ver que alguien te toca. –Tras susurrar aquellas palabras, Minjeong puso las manos sobre las caderas de Jimin y la acercó a ella. Cuando Jimin se aplastó contra su cuerpo, se apoderó de su boca con fuerza y la besó. Entre gemidos, le separó los labios con la lengua y buscó los suaves recovecos interiores, abandonándose a un calor abrasador.

A Jimin no la sorprendió. ¿Cuántas noches había pasado despierta, tratando de no pensar en lo mucho que quería a aquella esquiva mujer? ¿Cuántas veces había intentado satisfacer la necesidad consigo misma? Pero ni siquiera sus manos familiares y sus infalibles caricias podían calmar el deseo que sentía en lo más profundo de su piel.

Ahora estaba ocurriendo y la realidad superaba a su imaginación, de tal modo que apenas podía asumirlo. Sus entrañas se derretían y, candentes y líquidas, circulaban por sus miembros. Agarró los hombros de Minjeong en busca de apoyo, sin saber cuánto aguantaría. Cuando Minjeong metió la lengua a fondo en su boca, Jimin la mordió y le arrancó un quejido. Luego la chupó con fruición cuando sacó su blusa de los vaqueros y posó las manos sobre sus costillas.

–Dios, sí –exclamó Jimin. Sujetó las muñecas de Minjeong y puso sus propios pechos en las manos de la otra mujer. Gimió y se arqueó cuando aquellos dedos fuertes pellizcaron sus pezones y tiraron de ellos hasta conseguir que se pusieran erectos. De pronto, el miedo se mezcló con el deseo. Hacía muchos años que nadie la tocaba de aquella forma. Nunca lo había permitido, no había querido que nadie la tocase así. Su autocontrol era su armadura y la aterrorizaba desprenderse de ella. Estaba a punto de perder el control por completo y la pequeña parte de su mente que seguía en funcionamiento se rebeló.

–No –jadeó Jimin, apartando la boca.

Minjeong no quería parar. La cegaba el deseo y la sangre hervía en su cabeza, barriendo el menor asomo de razón. Con la última pizca de voluntad que le quedaba, obligó a sus manos a calmarse. Bajó la cabeza, hundió la cara en el cuello de Jimin y apretó la suave piel de la garganta de la joven con los dientes. Tiró de ella, gruñó y metió el muslo entre las piernas de Jimin.

–Min...

–Hace mucho que te quiero – declaró Minjeong. Sujetó el lóbulo de la oreja de Jimin con los dientes y lo mordió con delicadeza, mientras la lengua giraba sobre las crestas sensibles–. Por favor, te deseo tanto que me estoy muriendo.

Jimin no podía pensar. Cada segundo que pasaba su cuerpo se acercaba más al límite. Su conciencia registró tenuemente el temblor de sus muslos mientras se frotaba contra los músculos duros del muslo de Minjeong. Entre sus piernas crecía una presión tremenda, y gimoteó cuando los espasmos estallaron en una oleada.

–Oh, no –jadeó con una voz muy diferente, trémula–. Voy a... correrme.

–No, no es cierto –advirtió Minjeong mientras la levantaba, obligándola a entrelazar las piernas en torno a su cintura para mantener el equilibrio. Sostuvo a la temblorosa mujer en los brazos mientras iban al dormitorio–. Aún no he acabado contigo.

–Estoy a punto –dijo Jimin, apretando la frente contra el hombro de Minjeong.

–Aguanta todo lo que puedas. –A Minjeong se le había formado un nudo en la garganta y la cabeza le daba vueltas–. Dios... Quiero saborearte antes.

명예 // 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora