Capítulo 10

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Una hora después Minjeong entró en el salón y se sirvió una taza de café del gran recipiente que siempre se encontraba preparado sobre el aparador. Se volvió, mientras bebía con gesto agradecido la aromática infusión, y sus ojos tropezaron con los de Doris Craig, que se hallaba trabajando en una mesita del rincón de la sala. Doris sonrió con gesto amable y Minjeong asintió, mientras se acomodaba en una de las grandes sillas de cuero que había frente a la chimenea. Al poco rato, Doris se acercó a ella con su propio café.

–Ya ha salido a las pistas –le comentó. 

A noche anterior no había tardado mucho en adivinar quién daba las órdenes en el grupo de gente que rodeaba a Yu Jimin.

–Sí, ya lo sé.

–Lo imagino –dijo Doris–. Debe de resultar muy difícil para ella.

Minjeong llevaba demasiados años desempeñando su trabajo como para caer en la trampa de la conversación casual con una desconocida, y menos cuando la conversación trataba de alguien tan importante como la hija del Presidente. Sin embargo, había algo auténtico en la mujer que se hallaba sentada a su lado, se encontraba cómoda con ella.

–Supongo que sí.

Doris tal vez no fuese una experta en las complicadas relaciones que se establecían entre una mujer como Jimin y las personas que la cuidaban, pero sabía mucho sobre la atracción entre mujeres. Había observado a la reservada agente del Servicio Secreto y a la primera hija la noche anterior durante la cena y posteriormente, cuando el grupo se reunió en el salón. Yu Jimin apenas había apartado la vista de la carismática jefa de seguridad, y parecía que la mejor amiga de ella, Yerin, también se sentía cautivada por ella. La mujer objeto de tanta atención, sin embargo, no traslucía gran cosa, a menos que se la examinase, y Doris la había examinado muy de cerca.

Mientras los demás se enfrascaban en la conversación, la mujer de ojos gris humo contemplaba a la hija del Presidente con una intensidad tan penetrante que casi podría haberle dejado marcas en la piel. Doris había visto antes aquella mirada en los ojos de mujeres que creían conocer sus propios corazones, sus mentes; en los ojos de mujeres que se negaban a admitir sus verdaderos sentimientos.

–Debe de sentirse sola –comentó Doris en voz queda–. No le vendría mal una amiga.

–Tiene amigas. – Minjeong suspiró, dejó la taza de café sobre la mesita, fue hasta la chimenea y contempló el intenso resplandor rojo y el crepitar de los leños que ardían brillantemente hasta consumirse–. Necesita ser libre. Algo que nadie puede darle.

–Hay más de una forma de ser libre.

Minjeong observó cómo ardía el fuego durante unos minutos, consciente de que no había respuesta. Cuando se volvió, se encontró sola.


*****


–Precioso, ¿verdad? –comentó Jimin cuando se reunió con Minjeong en la amplia terraza frontal de la estación de esquí, esa noche después de la cena. La temperatura era muy baja y el aire era tan cortante que le producía cosquilleos en la piel. Una negrura absoluta teñía el firmamento moteado de estrellas tan numerosas y brillantes que daban la impresión de hallarse a orillas del cielo.

–Sí –afirmó Minjeong, pensativa–. Lo es.

–No debería permitir que Chaeyoung juegue al pinacle. –El aliento de ambas dejaba nubecillas de cristales blancos colgando en el aire. A pesar de la temperatura, Jimin no sentía frío. Había esperado toda la noche una oportunidad para estar a solas con su jefa de seguridad. Llegado ese momento, se le aceleró el pulso y se le encogió el estómago con una emoción que no podía negar–. Es malísima y peligrosa para sí misma. Si hubiera sido mi pareja, la habría asesinado.

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