Capítulo 8

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El tono era íntimo y la sugerencia no le pasó inadvertida a Daniel. Su jefa no pareció darse por aludida, se levantó y se desperezó. Se había quitado la chaqueta y las tiras de la pistolera le ceñían la camisa sobre el busto. Daniel se fijó en la forma en que los ojos de Jimin recorrían el cuerpo de Minjeong. «Dios. Me sorprende que la comandante no arda en llamas.»

Tal vez Minjeong había oído la observación de Jimin o había sentido su mirada sugerente, pero no lo manifestó. En lugar de contestar, se volvió hacia sus agentes.

–¿Por qué no se toman unas horas de descanso? Que venga alguien del turno de noche en torno a la medianoche. Estaré aquí hasta entonces.

Después de que los hombres se fueran, Minjeong se sentó en una silla de la sala de estar con los informes del día. Jimin se sentó frente a ella en un sillón, con un bloc de dibujo. Las luces de la habitación iluminaban tenuemente y las sombras ocultaban en parte el rostro de Minjeong.

–¿Le importa? –le preguntó Jimin cuando empezó a dibujar.

Minjeong  miró por encima, sonrió ligeramente y volvió a sus lecturas.

–No.

–A la mayoría de la gente sí le importa –comentó Jimin sin alzar la vista. Estaba dibujando la nariz fina y recta, los profundos ojos oscuros, los pómulos cincelados y la mandíbula de memoria. Era un rostro que le había llamado la atención desde el primer momento y no cesaba de atraerla: un rostro para dibujar. Por desgracia, cuanto más la veía, más excitante la encontraba. Minjeong reunía todo lo que a ella le parecía atractivo en una mujer y aquello le producía un efecto inquietante. La estrecha proximidad en la que habían vivido los últimos días no facilitaba las cosas.

Jimin esperaba oír la voz de Minjeong cuando despertaba por la mañana y la buscaba cuando la veía entrar en la habitación. La presencia de Minjeong le resultaba inquietante y, a la vez, curiosamente tranquilizadora. Jimin intentó aplacar sus sentimientos recordándose a sí misma que resultaba de lo más natural que encontrase deseable a una mujer atractiva, así que optó por no prestar atención a la aceleración del pulso y a la inequívoca excitación que la invadía cuando Minjeong estaba cerca de ella.

–Estoy acostumbrada –comentó Minjeong con aire ausente.

–¿En serio? –Jimin levantó entonces la vista.

–Mi madre es artista.

Jimin la contempló con gesto serio.

–¿La conozco?

–Tal vez –respondió Minjeong, dejando a un lado los papeles–. Se llama Kim Taeyeon.

–No me está tomando el pelo, ¿verdad?

Minjeong negó con la cabeza.

–Vaya. –Jimin  se quedó sin palabras–. Supongo que debería avergonzarme por haberle enseñado mi trabajo. Ella es... maravillosa.

–Sí, lo es. –Minjeong pensó en los lienzos del loft de Jimin–. Por lo poco que he visto de su trabajo, usted también lo es. Naturalmente, no soy crítica. Sólo conozco lo que he contemplado de la obra de mi madre y de las de sus amigos.

–Entonces se ha codeado con los mejores –comentó Jimin alegremente–. ¿Vivió en Italia?

–Sí, hasta los doce años. –Por el rostro de Minjeong cruzó una sombra, que se desvaneció enseguida–. Después estudié en Estados Unidos.

Jimin comentó en voz alta, sin pensar: 

–Recuerdo haber oído hablar de su marido...

–Mi padre era el embajador coreano en Italia –explicó Minjeong sin alterarse–. Murió en un atentado terrorista con un coche bomba cuando yo tenía once años.

명예 // 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora