Capítulo 15. El océano profundo que vive en tus ojos.

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«En el océano profundo que son tus ojos mi alma se regocija deseando ser para siempre parte de ellos, queriendo ser la guardiana de sus secretos y en sus profundidades donde ningún otro ser humano puede llegar, disfrutar de ese amor sobrenatural que me das. Cuando tú me miras no encuentras defectos en mí, no ves los detalles o las cicatrices, no puedes ver mis imperfecciones, solo ves mi alma, mis sentimientos. Cuando tú me miras no ves los errores que cometo, solo puedes ver mis virtudes y lo que me hace ser la persona más maravillosa, la persona que más amas. Cuando tú me miras no puedes ver que estoy rota, no ves las piezas que agrietadas se fueron cayendo, cuando tú me miras solo puedes ver un alma completa y hermosa, me ves a mí; y adoro que puedas amar lo que soy».

Narrado por Vesper

Rose alcanzó a mirarnos antes de desplomarse sobre el lecho marino mientras sangraba profusamente, era una herida muy grande la que le había hecho Temnaya, él yacía muerto decapitado cerca de Rose. Me arrodillé para revisarla y medir el grado de daño que tenía su cuerpo, afortunadamente Calíope poseía el conocimiento y los brebajes necesarios para curarla en pocos días. Heridas que normalmente tardarían semanas en cicatrizar, con ella sanarían en cuestiones de días. Mis manos temblaban al tocarla y sentirla tan fría, tan vulnerable e inconsciente, pero no dejé que el llanto me dominara, no dejé caer ni una lágrima. Para detener el sangrado calenté mi espada Ráfaga con la energía que brotaba de mi poder, la calenté hasta que su color fue de un violeta muy intenso y la puse contra su herida cauterizándola y deteniendo así la hemorragia. Luego la tomé entre mis brazos temblorosos y la llevé rápidamente al hogar de Calíope quien la atendió de inmediato.

Al llegar a la casa coloqué a Rose sobre la mesa y dejé que Calíope hiciera su trabajo, entonces escuché una voz masculina que venía de la entrada, se trataba de Argus. Mi primer impulso fue matarlo, pero traté de mantener el control por el bien de todos; claro que mi paciencia tiene un límite.

—Vesper, tenemos que hablar.

—Creo que ya te dije todo lo que tenía por decirte, Argus. Ve con mi padre y déjanos en paz. ¿Crees que no sé qué compraste a Temnaya para que matara a Rose? Estoy siendo benevolente contigo al no arrancarte el corazón con mis propias manos en este instante, así que, por favor, vete a casa, ahora.

—Yo no te tengo miedo, Vesper, y si quisiera destruir a esa humana lo habría hecho sin que puedas hacer nada al respecto.

—No pretendo que me lo tengas, pero sí deberías tener cuidado conmigo porque cuando se trata de defender lo que amo soy capaz de exterminar incluso a mi propia especie sin que me tiemble el pulso. Por favor, no cometas el error de tomar mis palabras como una amenaza, porque no lo son; es un hecho que te mataré si vuelves a interponerte en el camino de Rose o intentas cualquier estupidez como la de hoy —titubeó antes de continuar, pero finalmente su triste intento por defender su «honor» lo hizo hablar solo para decir un par de idioteces más.

—Espero que esa mujer valga la pena, valga tu sufrimiento al dejar a tu padre, a tu hogar, valga el dejarme a mí y rechazar tu corona —lo miré esbozando la mueca de una sonrisa de lado.

—Vale cada sacrificio, cada pérdida, cada herida, cada lágrima, cada sufrimiento o dolor; ella lo vale todo y soy capaz de secar todo el mundo marino para salvarla. Tú no eres nada para mí, nunca lo fuiste, eres un mediocre y tu existencia no solo es un desperdicio, sino que carece de esplendor. En cambio, Rose, ella es la creación más exquisita que he conocido en todos mis años de vida, su humanidad la hace hermosa, ser tan frágil y a la vez tan valiente la hace única; pero tú, Argus, tú solo eres un cobarde.

—¿Cómo te atreves a hablarme así? —me sujetó fuerte de mi brazo. Como dije antes: «Mi paciencia tiene un límite».

—No... me toques... —tomé su brazo y giré llevándolo conmigo hasta quedar de espaldas a él y levanté el brazo en un movimiento brusco hasta fracturarlo en la altura de su codo, luego di dos pasos hacia atrás quedando a su lado y le disloqué el brazo de su hombro escuchando como daba gritos muy fuertes de dolor. Lo solté y cayó arrodillado solo para ser fuertemente impactado en su cara con mi poderosa cola que lo hizo volar hasta caer contra una de las casas vecinas, rompiendo la pared y parte del techo que cayeron sobre él aplastándolo. No lo maté, pero su brazo nunca más sería el mismo después de eso y él tampoco.

La orilla y el marWhere stories live. Discover now