Capítulo 8

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— Primero le mostraré su habitación —le dijo Anna a Jennie—. Y luego tal vez le apetezca una taza de té antes de ver el resto de la villa.

Había algo genuinamente cálido, verdadero y maternal en Anna, que hizo que la inicial hostilidad de Jennie se derritiera mientras subían juntas por las escaleras de mármol con los gemelos.

Cuando llegaron arriba y los gemelos vieron el largo y ancho pasillo que se presentaba ante ellos, miraron a Jennie esperanzados.

Ella negó con la cabeza y dijo:

—No, nada de correr aquí dentro... 

Anna sonrió de oreja a oreja.

—Ésta es su casa ahora, pueden correr si usted se lo permite —le dijo.

—De acuerdo —les dijo Jennie, aliviada al ver que Anna se mostraba comprensiva con la necesidad de que dos niños pequeños descargaran su energía.

Ambas mujeres vieron cómo corrían por el pasillo.

—Cuando les miro, veo a Lisa a su edad, excepto por... — Anna se detuvo y se le borró la sonrisa.

—¿Excepto por qué? —le preguntó Jennie, preparándose para defenderse de cualquier crítica que pudieran hacerle a sus hijos.

Como si hubiera adivinado lo que Jennie estaba pensando, le dio una palmadita en el brazo.

—Usted es una buena madre, cualquiera puede verlo. La bondad y el amor que siente por sus hijos se refleja en las sonrisas de los niños. La madre de Lisa no era así. Sus hijos eran para ella una carga molesta, y todos, especialmente Lisa, aprendieron muy pronto a no buscar amor ni cariño en ella.

Las tranquilas palabras de Anna crearon en el interior de la cabeza de Jennie una imagen que no quería ver... la imagen de una Lisa pequeña y vulnerable, una niña con la tristeza reflejada en los ojos, sola y herida por el rechazo de su madre.

Los niños corrieron hacia ellas de nuevo, poniendo fin a cualquier confidencia más que pudiera hacerle Anna sobre la infancia de Lisa. La simpatía que Jennie sintió por la niña que fue Lisa quedó rápidamente olvidada cuando se dio cuenta de que ambas iban a compartir dormitorio y cama.

¿Por qué se sentía tan nerviosa?, se preguntó Jennie más tarde, después de que Anna le hubiera ayudado a acostar a los gemelos y estuviera en la cocina bebiendo la taza de té que Anna se había empeñado en prepararle.

Lisa ya había dejado claro que debía aceptar que su matrimonio incluía intimidad sexual. Las dos ya sabían que Jennie le deseaba, y ella ya había sufrido la humillación que eso significaba. Entonces, ¿de qué tenía miedo? De la vulnerabilidad emocional, admitió Jennie. Con lo vulnerable que se sentía sexualmente con Lisa, corría el peligro de volverse sexualmente dependiente de ella, y eso era malo. Si también se volvía emocionalmente vulnerable, podría terminar dependiendo emocionalmente de ella. ¿De dónde había salido aquella idea? Estaba a millones de kilómetros de sentir algo por Lisa, ¿verdad?

Jennie se excusó con Anna, le explicó que quería subir a ver si los gemelos seguían dormidos, tal y como les había dejado. No quería que se levantaran y anduvieran solos por sus nuevos dominios.

La habitación de los niños, igual que la que ella iba a compartir con Lisa, daba a un patio y una enorme piscina que tenía el mar detrás. Pero mientras el dormitorio de Lisa tenía unas puertas de cristal que daban a la zona del patio que rodeaba la piscina, el cuarto de los niños sólo tenía una ventana, una medida de seguridad por la que Jennie estaba extremadamente agradecida. Puertas de cristal, una piscina y dos niños movidos de cinco años era una mezcla que despertaría la ansiedad en cualquier madre protectora. 

Esclavas de la pasión (Jenlisa G!P)Where stories live. Discover now