Capítulo 12

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—Lisa esta volviendo en sí. Jennie, ¿puedes oírnos?

Su nublada visión empezó a aclararse lentamente y los difusos perfiles vestidos de blanco se transformaron en dos enfermeras y un médico. Los tres sonreían de forma tranquilizadora. ¿Hospital? ¿Estaba en un hospital? El pánico se apoderó de ella.

—No pasa nada Jennie, sufriste una grave caída, pero ahora estás bien. Hemos tenido que mantenerte sedada durante unos días para darle a tu cuerpo la oportunidad de descansar y te hemos hecho algunas pruebas, por eso es probable que te sientas algo confundida. Intenta relajarte.

¡Relajarse! Jennie se llevó la mano a la parte superior de la sábana. Se dio cuenta de que tenía un gotero puesto.

—¿Y mi bebé? —preguntó angustiada.

La enfermera que estaba más cerca de ella miró al médico.

Había perdido el bebé. La caída, que ahora recordó con claridad, había matado al niño. El dolor surgió al instante. No lo había protegido como debía, ni de la caída ni del rechazo de su madre. Se sintió demasiado entumecida por el dolor como para llorar.

La enfermera le dio una palmadita en la mano y el médico le sonrió.

—Tu bebé está bien, Jennie.

Ella los miró a ambos con desconfianza.

—Lo dice para consolarme, ¿verdad? En realidad lo he perdido, ¿no es así?

El médico volvió a mirar a la enfermera.

—Creo que deberíamos dejar que Jennie lo viera por sí misma —girándose hacia ella, le dijo—, la enfermera te hará una ecografía, Jennie, y entonces podrás ver con tus propios ojos que el bebé está perfectamente. Y eso es más de lo que podré decir de ti si continúas disgustada.

—El bebé y tú han tenido mucha suerte —le dijo la enfermera cuando llegó unos minutos después para ver cómo estaba—. Has sufrido un golpe muy fuerte en la cabeza, y cuando te llevaron al hospital de Teópolis, temían que se hubiera formado un coágulo. Eso significaba que hubieran tenido que poner fin a tu embarazo. Tu esposa se negó a dar el consentimiento. Hizo que te trajeran aquí, a este hospital de Atenas, y que viniera un especialista de América para tratarte. Tu esposa dijo que nunca se lo perdonarías ni ella se lo perdonaría a sí misma si ponían fin a tu embarazo.

¿Lisa había dicho eso? Jennie no sabía qué pensar.

—Me atrevería a decir que vendrá enseguida —continuó la enfermera—. Al principio, insistió en quedarse aquí contigo en el hospital, pero el profesor Smythson le dijo que se fuera a casa y descansara un poco.

Como siguiendo una señal, se abrió la puerta de la habitación y entró Lisa. La enfermera salió con discreción y las dejó solas.

—Los gemelos...—comenzó a decir ella angustiada.

-Saben que te has caído y que has venido al hospital para que te curen. Te echan de menos, por supuesto, pero Anna está haciendo todo lo posible por mantenerlos ocupados.

—La enfermera me estaba contando que gracias a ti todavía tengo a mi bebé.

—Nuestro bebé —la corrigió Lisa con voz pausada.

Jennie no sabía qué decir ni qué pensar. Así que sus emociones hablaron por ella. Las lágrimas le cayeron por las mejillas.

—No, Jennie —le suplicó Lisa.

Se acercó para tomarle la mano. Ya no la tenía conectada al gotero porque no le hacía falta.

—Cuando te vi caerte en aquellos escalones, supe que no importaba lo que te hubiera dicho ni lo que creí que pensaba, la verdad es que te amo. Creo que lo supe la última noche que pasamos en Atenas, pero me dije a mí misma que acabar con las dudas que tenía sobre ti debía ser un proceso largo y mesurado. Cuando pensé que podría haberte perdido, me di cuenta de la verdad. Me puse una venda para estar ciega ante la verdad, tal y como tú dijiste. Quería y necesitaba creer lo peor de ti, y debido a eso, a mi miedo a amarte y a mi orgullo ante ese miedo, el niño y tú han estado a punto de perder la vida.

Esclavas de la pasión (Jenlisa G!P)Where stories live. Discover now