Epílogo

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—OH, Jennie, es preciosa. 

Jennie sonrió orgullosa mientras sus hermanas admiraban a su nueva sobrina, que ahora tenía un mes. Había sido una maravillosa sorpresa para ella cuando Lisa le dijo que había invitado a sus hermanas y a sus parejas a la isla. 

—Es igualita a Lisa —aseguró Irene con la autoridad de la hermana mayor.

Jennie no sintió deseos de negarlo. Después de todo, era cierto que Lily era la imagen de su madre y sus hermanos gemelos, y aunque Lisa había dicho antes de que naciera que le gustaría que se pareciera a ella si fuera niña, Jennie estaba convencida de que le gustaba que tuviera el cabello y los ojos oscuros como ella.

—Parece que ya tiene a Lisa y a los niños comiendo de su mano —Jisoo se unió a la conversación—. Me encantaría acunarla como se merece, pero está claro que éste no me deja —dijo, dándose una palmadita en el abultado vientre de siete meses de embarazo—. Cuando lo intento, da patadas.

—Así que al final es un niño —dijeron Jennie y Irene a la vez, riéndose cuando su hermana mediana trató de protestar antes de mirar en dirección a Rose, su esposa.

Estaba al lado de Lisa y de la esposa de Irene, Seulgi, que sostenía en brazos a su hija de dos meses, Joy, con la pericia propia de una madre experimentada. Las tres mujeres se reían y charlaban.

-Sí, creo que sí, eso parecía en la última ecografía —admitió a regañadientes—. Por supuesto, podría no ser así, y lo cierto es que a Rose no le importa si tenemos un niño o una niña, aunque en lo que a mí respecta, sé que es una tontería pero no puedo dejar de imaginar a un niño con las facciones de Rose.

-No es ninguna tontería —la defendió Jennie al instante—. Es algo natural. A mí me encanta que los gemelos y Lily se parezcan a su madre.

—A mí me pasa lo mismo con Joy—reconoció Irene—. Eso es lo que provoca el amor.

Las tres se giraron automáticamente a mirar a sus esposas.

—Es maravilloso que nuestros tres bebés se vayan a llevar tan poco tiempo, sobre todo porque los gemelos ya se tienen el uno al otro —afirmó Jennie.

—Lisa está muy orgullosa de los niños, Jennie. Y también de ti, por el modo en que los has criado tú sola.

—No estaba sola —objetó ella emocionada—. Ellos y yo las teníamos a ustedes para ayudarnos. Nunca lo habría conseguido sin ustedes.

—Ni nosotras te lo habríamos permitido nunca, ¿verdad, Jisoo ? —le preguntó Irene.

—Nunca —reconoció Jisoo apretando la mano de Jennie.

Durante un instante, estaban otra vez las tres solas, las hermanas unidas por la tragedia que habían compartido y por el amor y la lealtad que sentían las unas hacia las otras. Pero entonces Jisoo rompió el silencio para decir en voz baja:

—Creo que debemos tener unos ángeles de la guarda muy especiales que nos cuidan. Una vez más, volvieron a mirar hacia sus esposas.

—Desde luego, hemos tenido mucha suerte de conocer y enamorarnos de unas personas tan especiales —dijo Irene.

La mirada que le dirigió a Seulgi les dejó muy claro a sus hermanas lo mucho que quería a su esposa, y las dos se giraron para mirar a las suyas con la misma emoción.

—Tenemos que hablar de algo más que de nuestra felicidad —continuó Irene, explicándose cuando Jisoo y Jennie la miraron—. Seulgi insistió en pagar la hipoteca de nuestra casa por mí, porque en aquel momento yo pensé que las dos iban a necesitarla, y la puse a su nombre. Ya que ninguna de nosotras la necesitamos ahora, sugiero que la donemos a alguna obra de caridad. He hecho algunas averiguaciones, y hay una asociación de Cheshire que ayuda a las madres solteras. Si les donamos la casa, podrían utilizarla como hogar para ellas o venderla y utilizar el dinero. ¿Qué les parece?

—Creo que es una idea excelente.

—Estoy de acuerdo.

—Entonces, decidido.

—Pero puede haber un pequeño problema —advirtió Jennie —. Ya que Seulgi ha pagado la hipoteca, estoy segura de que Lisa y Rose querrán hacer una donación equiparable.

Las tres volvieron a mirar una vez más a sus esposas e intercambiaron sonrisas cuando ellas les devolvieron la mirada a su vez. Eran tres mujeres orgullosas y fuertes, lo suficiente como para admitir que habían sido conquistadas por el amor y para demostrar abiertamente lo mucho que ese amor significaba para ellas.

—Somos muy afortunadas —afirmó Jennie, sabiendo que hablaba por sus hermanas también.

Lisa, que se había apartado de Seulgi y de Rose y se acercaba a ellas, la escuchó, se detuvo y le dijo con firmeza:

—No, las afortunadas somos nosotras. Afortunadas y bendecidas por los dioses y el destino, que nos permitió conquistar el amor de tres auténticas y hermosas mujeres. Gracias.








































Fin

Esclavas de la pasión (Jenlisa G!P)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora