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Capítulo diez.

Ascendencias mágicas y tradicionalistas

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Roselind amaba Hogwarts, no había duda de eso, pero había ciertas cosas (y personas), que a ella realmente le molestaban

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Roselind amaba Hogwarts, no había duda de eso, pero había ciertas cosas (y personas), que a ella realmente le molestaban.

Para empezar, encabezando la lista, estaba cierto grupo específico de Slytherin; ella no tenía nada contra la Casa de Salazar, y la mayoría de ellos no tenía nada en contra de Roselind, pero ese grupo en particular de serpientes la molestaban siempre y le daban tantos dolores de cabeza como los gritos de Bellatrix en Manoir Lestrange. Luego, estaba la bibliotecaria: la señora Pince. Roselind no podía recordar una sola ocasión en que la bibliotecaria no le hubiera retado por cosas insignificantes, qué si comía, qué si hablaba y gesticulaba mucho, que si practicaba ahí sus hechizos, qué si entraba corriendo, toda Pince odiaba a Roselind, de eso, la chica estaba segura. Por último, aunque en menor escala, le molestaban las clases compartidas.

Como era costumbre, las clases se impartían a todos los alumnos, dividiéndolos por grados y por casas. Historia de la Magia, Herbología, Astronomía y Encantamientos, eran sin duda las clases que no podían hacerla refunfuñar, puesto que las compartían ya fuera con Hufflepuff o con Ravenclaw. Pero Pociones, Transformaciones y Defensa contra las Artes Oscuras, le calaban hondo por el simple hecho de que los leones escarlatas tomaban sus clases con la serpientes esmeraldas, lo que no sería un problema si no fuera por ese grupo en particular. Los sangre fría.

Justo en ese momento, Roselind estaba a nada de empezar a refunfuñar, porque su sesión doble de Pociones no podía ser más hastiosa. En primer lugar, el profesor, Horace Slughorn, era el profesor más desesperante que hubiera conocido. Luego, estaba el asunto de que la poción de esa tarde era ni más ni menos que una aburrida Solución de Hipo que provocaba al que la bebía un ataque incontrolable de hipo. «¿Quién quiere hipo? ¡Eso ya lo sé hacer!», pensaba la menor de los Lestrange, desde detrás del caldero que compartía con Remus. Por último, ella tenía hambre.

Por suerte y para su alegría, justo en ese momento, Slughorn golpeó un par de veces su caldero y los hizo dar por terminada la clase.

—Por favor, viertan sus muestras en los frascos y déjenlos en mi escritorio. ¡Avery, tú no, eso de tu caldero no pinta nada bueno! —exclamó Slughorn. Con mala cara, el Slytherin nombrado limpió su caldero y su lugar, sabiéndose con una poción fallida.

Escuchó las risas de Sirius y James un asiento atrás, mientras vertía su poción en un frasco. Indudablemente no era la mejor de todas, pero Remus había vigilado tarde su poción, sin poder mejorarla.

—Vamos Merodeadores, quiero ir a comer de una buena vez —los urgió Sirius.

—Ay sí, muero de hambre. Creo que no como hace dos días —exageró Roselind, totalmente desesperada por salir del aburrido lugar donde impartían pociones.

₁ 𝐋𝐚𝐬 𝐞𝐬𝐩𝐢𝐧𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐫𝐨𝐬𝐚 ━ 𝐌𝐞𝐫𝐨𝐝𝐞𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬Where stories live. Discover now