𝐗𝐈

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Capítulo once.

El maleficio torturador y los traumas de la infancia

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Se esperaba que los Gryffindor no temieran a nada, y Roselind Lestrange, siendo tan audaz y valiente, hacía todo lo que podía para estar a la altura de esa imagen

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Se esperaba que los Gryffindor no temieran a nada, y Roselind Lestrange, siendo tan audaz y valiente, hacía todo lo que podía para estar a la altura de esa imagen.

Pero todos le temían a algo.

— ¡Aléjense de mí!

Roselind detuvo sus pasos de manera abrupta. Algo en ese grito, le resultó muy familiar.

Agarrando de manera apresurada el pedazo de tela que había venido a buscar junto a su varita, los guardó en uno de los bolsillos de su túnica y avanzó hacia el fondo del aula, apoyando el oído izquierdo contra la pared. Había leído que el oído izquierdo era mejor para escuchar sonidos del habla, mientras que el derecho era más sensible a los sonidos de la música.

El aula donde se encontraba estaba vacía y a oscuras, apenas iluminada por la luz de la luna a la que poco le faltaba para tornarse llena. Si no estuviera tan alarmada y en un lugar menos desagradable, se pondría a pensar como algo tan hermoso podía causarle tanto dolor a una de las persona que quería. Pero en esos instantes, no había tiempo para pensar en esas cosas, a decir verdad, su instinto le decía que no había tiempo para nada.

— ¿Asustada, McDonald? —agudizó el oído, alcanzando a escuchar a otra voz con una especie de regocijo.

«McDonald. ¡Es Mary!»

—Yo diría más bien asqueada. ¡Déjenme ir! —fue lo último que le escuchó exclamar a su compañera de dormitorio, antes de que saliera del aula corriendo en dirección a las voces.

Quizás la escena que la esperaba no era la mejor, quizás debería ir en busca de un profesor, pero, ¿qué clase de Gryffindor sería entonces? James no se doblegaría. Sirius no se dejaría someter. Remus no sucumbiría. Peter resistiría.

Roselind misma no mostraría sumisión y se enfrentaría a quienes se tenga que enfrentar hasta que con Mary estén seguras en la sala común de Gryffindor.

—Sigues siendo una bocona. Deberías aprender a quedarte callada; te burlaste de mí, quisiste hacerte la valiente y eso es lo que más te va a costar. De aquí, no saldrás hasta haber aprendido a respetar a un superior —espetó la voz grave, y esta vez la reconoció.

El odio y el desprecio que profesaban las palabras de William Mulciber, la apuraron a sacar la varita del bolsillo de su túnica, ocasionando que tirara la corbata que había guardado con su varita hace sólo unos pocos minutos. La levantó apresurada y volvió a guardarla en su túnica, para luego aferrarse a su varita con fuerza. Si iba a caer, no estaría de rodillas.

₁ 𝐋𝐚𝐬 𝐞𝐬𝐩𝐢𝐧𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐫𝐨𝐬𝐚 ━ 𝐌𝐞𝐫𝐨𝐝𝐞𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬Where stories live. Discover now