Capítulo 32

89 15 5
                                    


Chiara Pimentel

Nunca había sido fan número uno del deporte, la verdad, pero en estos momentos estaba agradeciendo haber tenido entrenamiento de resistencia en educación física durante toda la secundaria porque de lo contrario estaría escupiendo mis pulmones.

¿Por qué esa gentuza perseguía a dos adolescentes como si fuera la cosa más normal del mundo?

¡Si eso era denunciable! Éramos menores de edad (aunque no por mucho tiempo) y podían meterse en temas delicados si nuestros padres decidían presentar una demanda en su contra.

—No puedo más, me rindo, que me graben si quieren porque si sigo corriendo voy a vomitar los pulmones —escuché a Mar quejarse por segunda vez.

Teníamos que parar.

Sabía cuanto odiaba correr. Bueno, ella odiaba todo lo que fuera relacionado a los deportes, hasta ponía mala cara cuando escuchaba a los de su clase hablar de cualquier partido de fútbol. Por no hablar de las divertidas horas de educación física que habíamos tenido juntas en secundaria, era la primera en parar de correr cuando el profesor se daba la vuelta un microsegundo. Muy ingeniosa siempre.

—Mar...

—Mira, tengo una idea —se llevó una mano al pecho, jadeante—. Tengo una amiga que vive cerca, vamos a pedirle refugio mientras podemos. Luego, cuando esta panda de pirados se vaya, podremos irnos.

—¿Y si tu amiga no está en casa?

—Lo dudo, no sale ni a comprar el pan —aseguró.

Bueno, no es como si nosotras lo hiciéramos.

En realidad éramos otras dos que no salían absolutamente nada, yo ni siquiera conocía a mis vecinos. A ver, si, de vista, pero nunca había hablado con ellos en diecisiete años que tengo de vida. Cuando digo que no soy una persona sociable lo digo en serio y no me refiero solo a los adolescentes sino a todas las personas en general, lo siento.

Acepté su propuesta básicamente porque tampoco quería seguir corriendo y era una de las pocas cosas que podíamos hacer.

Me dejé guiar, Mar se fue fijando en todas las casa por las que pasamos hasta que llegó a la que se le hizo conocida, se detuvo en la puerta y tocó el timbre con ansias. Una, dos, tres, ¡hasta cuatro veces seguidas!

—¡Qué ya voy, coño! —se escuchó el grito de Clara antes de que viniera a abrirnos la puerta. Llevaba un moño mal hecho, el pelo casi más suelto que atado, una sudadera larga y unos pantalones de pijama. Tremendo look.

—No hay tiempo para preguntas —murmuró ella, empujándola dentro de casa y tirando de mi brazo para hacerme entrar y así poder cerrar la puerta.

La cara de su amiga era un poema. Debía de pensar que estábamos piradas del todo. No era de extrañar, yo me pondría igual si dos locas me ocupasen la casa sin haberme pedido permiso. No estábamos causando buena impresión.

—Vale, necesito respuestas —murmuró con obviedad—. No creo que estéis aquí porque quisierais hacerme una visita.

—Bueno, tienes una casa muy bonita, eh —fue rápida en decir Marbella—. ¿Nos quieres hacer house tour?

—No tengo problema en eso, pero vas a pasar a mi lista de raritas si has venido corriendo por eso.

—¿Tienes una lista de raritas?

Me doy un facepalm porque Marbella cuando está agitada está más suelta que nunca. No creo que la solución a nuestros problemas sean extendiendo una conversación sin sentido sobre casas y personas raras, tenia que tomar las riendas en esa conversación antes de que se tornara turbia.

—Estábamos huyendo de la prensa —le hice saber—. En realidad íbamos a su casa, pero en cuanto vimos cámaras y micrófonos en el portal supimos que teníamos que dar media vuelta y correr.

—Ya, lo de todos los días, a mi me pasa mucho eso de que vengan a entrevistarme a casa —asintió con la cabeza—. ¿Pretendéis que crea eso?

—Es la verdad, a mi no me importa realmente si lo crees o no —admito—. Se suponía que nuestros padres habían arreglado eso, pero a la vista está que a esta gente se la suda.

—¿Vuestros pa...? ¡Ay! Es verdad —abrió los ojos impresionada, llevándose una mano a los labios para cubrir su boca cuando la abrió—. Por un momento me había olvidado de que erais famosas.

Oh, no.

El comentario no le hizo gracia a una rubia que yo me conozco y que estaba a medio metro.

—No somos famosas —dijo con más calma de la aparente—. Nuestras familias lo son, nosotras solo tuvimos... ¿suerte? Bueno no, no vamos a mentirnos tampoco, no hay nada de suerte. Amo a mis padres y a mi hermano, pero es una mierda tener vida pública, debería de poder tener la opción de elegir si quiero tenerla o no.

Nuestros padres siempre habían hecho lo posible para que así fuera, nunca nos exponían si nosotras no queríamos hacerlo, nos daban lo que queríamos. Los medios de comunicación no, a ellos les importaba poco mostrar imágenes de menores sabiendo que les pueden perjudicar.

Todos odiábamos a los periodistas.

Bueno, todos menos Demian Colón, él se indignaba cuando hacíamos un mal comentario hacia estos y no tardaba demasiado en salir a defenderlos diciendo que era su trabajo y que les estaban pagando muy bien para hacerlo.

—Vale, lo siento, debe de ser una putada —aceptó Clara—. A mi no me gustaría tener a gente encima todo el día, me agobiaría muchísimo y los terminaría mandando a la mierda, lo que me causaría mas problemas pero honestamente me daría igual.

—Nunca me sentí tan identificada con algo —apoyó Marbella, sonriendo de nuevo de oreja a oreja.

Clara nos invitó a su habitación para estar más cómodas, nos pidió disculpas por no tener la cama hecha y se excusó con que estaba viendo un maratón de películas de Barbie. A Marbella le agradó la idea y casi me suplicó para que las viéramos con ella

Que emoción, ver películas de Barbie, nunca pensé que estaría haciendo esto a mis diecisiete años pero un par de ojitos bonitos sabía como hacerme cambiar de idea en menos de nada.

Maldita Marbella.

Al final mis padres iban a tener razón con eso de que haría cualquier cosa solo si ella me lo pedía.

Chiarbella Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ