2. Segundo Asalto

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Amelia se encontró de repente en mitad de un largo pasillo blanco. No había ventanas, ni puertas. Ninguna salida. Estaba atrapada.

Vio una figura a unos pocos metros de ella. Vestía completamente de blanco y le daba la espalda. Pero supo que era ella.

- ¡Mamá! - la llamó intentando moverse, pero no pudo. Estaba clavaba al suelo. - ¡Mamá!

De pronto una luz cegadora apareció al fondo del pasillo. La figura comenzó a caminar de manera lenta hacia aquella luz.

- ¡Mamá! - Amelia lo intentó de nuevo. Luchó por moverse, por dar un paso, pero no pudo. - ¡Mamá, no me dejes! - se le rompió la voz y calló de rodillas. Trató de gatear, de arrastrarse, pero nada sirvió. Seguía clavada en el suelo. - ¡Mamá, por favor! - empezó a llorar desesperada. - ¡No te vayas! ¡Mamá! ¡Mamá!

Despertó con la respiración acelerada y bañada en sudor. A su lado la chica con la que había pasado la noche seguía dormida. Estaba totalmente desnuda, al igual que ella.

Se sentó en la cama y trató de calmarse. No era la primera vez que tenía una pesadilla así. Últimamente se repetían mucho. Y con su cumpleaños cada vez más cerca la cosa empeoraba.

Se levantó y vistió en silencio. Agarró sus llaves y salió del apartamento de aquella chica. Montó en su moto y puso camino a su casa. Un lujoso ático, de vistas espectaculares, en uno de los mejores barrios de la ciudad.

Cuando entró por la puerta se quitó la ropa y se metió en la ducha durante un buen rato. Necesitaba relajarse y despejarse un poco.

Cuando salió se encontró varios mensajes de Lourdes. Decidió ignorarlos y desayunar algo, aunque no tenía mucha hambre.

Esa mañana tenía una reunión en las oficinas de su padre. Era lo último que deseaba hacer esa mañana.

Se vistió de manera "decente" como su padre siempre le exigía. Un traje de pantalón y chaqueta azul marino, con una impoluta camisa blanca y tacones para rematar el look de ejecutiva. Se recogió el pelo rizado y se maquilló de manera sutil. Esta vez cogió su coche, un deportivo pequeño color plateado con techo retráctil.

Al llegar a las oficinas de las empresas Ledesma la secretaria de su padre le advirtió que el hombre no estaba de buen humor. Amelia le contestó que como siempre.

Se paró frente a la gran puerta doble de la sala de juntas y tomó aire. Abrió y entró, ganándose una mirada reprobatoria de su padre.

- Vaya. Qué honor que nos honres con tu presencia. - el hombre le soltó con acidez.

Tomás Ledesma era duro como el acero, autoritario, serio, intransigente y poco le importaba el dolor y el rechazo que podía causar en muchas personas, incluida su propia hija. Sus ojos azules era fríos y crueles. Amelia a veces sentía que la hería con solo mirarla. Nadie era capaz de expresar el odio y el rechazo con una mirada como lo hacía su padre.

- He llegado con un minuto de antelación. - Amelia consultó el reloj en su muñeca. - Más de lo que se puede decir de tus socios.

Tomás iba a replicarle, pero los socios empezaron a entrar en la sala y a sentarse.

Eran todos de la edad de su padre, e igual de estirados y serios que él. Amelia no los soportaba, pero como dueña del 50% de las empresas era su deber estar en esas reuniones aburridas e interminables.

- Bien. - Tomás se sentó a la cabecera de la mesa. - Me imagino que todos habéis ojeado el informe sobre el nuevo proyecto.

Los hombres asintieron y abrieron la carpeta que contenía dicho informe. Amelia rodó los ojos al ver que su padre seguía empeñado en construir aquel hotel monstruoso en las montañas.

EllaWhere stories live. Discover now