Capítulo nueve

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Al salir del restaurante me encamino hacia la recepción del hotel para pagar mi estadía

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Al salir del restaurante me encamino hacia la recepción del hotel para pagar mi estadía. 

—Son veinte mil dólares la noche —comenta la recepcionista mientras revisa en su computador—. Ha pasado tres noches y tres días, más los gastos adicionales suman un total de ciento cincuenta mil dólares. 

Le tiendo mi tarjeta de crédito sin ni siquiera pestañear, cobro lo suficiente como para permitirme este tipo de gastos. 

—Un gusto haberle servido, señorita Petranova—. Asiento en muestra de cortesía mientras recojo mi tarjeta y la coloco en mi bolso, para luego agarrar mi maleta y dirigirme a la salida. 

Cuando salgo por las puertas corredizas de cristal, me coloco mis gafas oscuras para protegerme de la intensidad del sol y me encamino hacia donde se encuentra Lucía —mi asistenta personal, esperando.

—Buen día, señorita Petranova. 

La brillante sonrisa en su rostro me tienta a devolverle el saludo de la misma manera, aunque solo me limito a mover la cabeza mientras el chófer toma mi maleta para adentrarla en el auto. 

—Para ti, Lucía. 

Para mí sería un buen día, si hubiese empezado diferente, mis ojos se encuentran totalmente rojos e hinchados, me siento desanimada, vacía, rota, engañada y despreciada. 

En fin, una mierda. 

—Vámonos —abro la puerta para ingresar al auto, pero no llego a entrar del todo, ya que unos graves gritos llaman mi atención, haciéndome desviar la mirada y centrarla en una pareja que discute acaloradamente a la salida de una de las puertas del hotel. 

—Llevan así más de media hora —Lucía señala a la pareja levantando la barbilla—. No sé qué milagro, el gerente del hotel no les ha pedido que se marchen. 

Trago saliva mientras devuelvo la mirada hacia la pareja.  La chica pelirroja que por alguna razón me suena conocida en algún momento de la discusión centra su mirada en mí, para luego sonreír con ¿maldad? Y arrojarse sobre el chico para besarlo, me hubiese importado menos si no hubiese reconocido esa melena. Cuando se da vuelta las cosas  me  confirman lo que ya imaginaba, aguanto la respiración por segundos. 

El corazón me late a un ritmo humanamente casi imposible, trago con fuerza y desvío la mirada al ver cómo Richard coloca sus manos en los brazos de la chica para continuar besándola. 

Algunas lágrimas fugitivas, de impotencia y dolor, escapan por mis mejillas, lágrimas que de un manotazo intento borrar. 

No aguanto más, quiero terminar de romperme, pero no aquí, no delante de él. No entiendo por qué no puedo odiarlo. 

Le amo y ver esto me está destrozando, girando bruscamente termino de entrar al auto y azoto la puerta al cerrarla. No quito las gafas de mis ojos, es lo único que me permite llorar en silencio. 

Lucía se monta en la parte de adelante junto con el chófer, mientras que yo voy sola en la parte de atrás. 

Moviendo el cristal polarizado que separa la vista de mi persona al exterior, puedo ver el momento perfecto en el que se separan, y la chica dice algo con una sonrisa, haciendo que Richard sé de vuelta rápidamente centrando sus orbes esmeraldas en mí con súplica, levantando la barbilla para que no me vea romperme y término de cerrar el cristal. 

Aunque justo antes de eso lo escuché gritar mi nombre y empezar a correr en mi dirección, negando le ordeno al chófer:

—Vámonos. 

El auto arranca justo antes de que Richard lo alcance y eso me hace suspirar aliviada. 

—Cambio de planes Lucía, no iremos a Rusia, dile al piloto que volaremos a España, hace mucho tiempo que no veo a Gabriela. 

Seguro ella me ayudará.


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