Capítulo diez

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—Entonces, ¿me estás diciendo que te han desflorado, ilusionado, engañado, pisoteado y visto la cara de idiota en menos de veinticuatro horas? 

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—Entonces, ¿me estás diciendo que te han desflorado, ilusionado, engañado, pisoteado y visto la cara de idiota en menos de veinticuatro horas? 

Hago una mueca ante la forma tan fría en la que Gabriela ha resumido lo acontecido en mi vida. 

Ella es el tipo de chica española sin tapujos ni pelos en la lengua para decir lo que piensa. 

La conocí en la universidad de Londres cuando ambas estudiábamos gestión de empresas, ella y los gemelos estuvieron conmigo a lo largo de esa travesía convirtiéndonos hasta la actualidad en amigos inseparables, aunque claro, sé perfectamente que los gemelos no ven a Gabriela como una potencial amiga, ellos la observan de una manera más depredadora e intimidante, me arriesgo a apostar que la tensión que existe entre ellos tres algún día les va a explotar en la cara.

—Pues vaya mierda la que te han hecho, tía —tomando una porción de helado de chocolate con la cuchara asiento dándole toda la razón.

Cuando me presenté en su puerta con los ojos llorosos y la maleta a un lado, no hizo falta decir mucho para que me dejase pasar. 

Desde que llegué no se ha despegado de mi lado, sin contar que me abrazó todo el tiempo que estuve llorando sin hacer preguntas. 

Para intentar distraerme propuso una noche de chicas, y aunque no estaba muy emocionada con la idea, acepté. 

Hicimos palomitas, abastecimos la nevera de helado y chocolate, y cuando acabó la primera película me llené de valor y le conté todo lo acontecido en mi vida. 

Atenta escucho cada palabra y cuando culminé de hablar me dio su fría pero sincera opinión. 

—Fui una idiota —admito tragando con los ojos llorosos. 

Gabriela coloca su mano en mi brazo mientras niega.

—Todas al menos una vez en la vida somos imbéciles cuando nos enamoramos no es culpa tuya cariño. 

Tomo una bocanada de aire. 

—Pero es que, si no le hubiese dejado entrar, ahora no estaría así —me apunto— mírame, estoy destrozada y me siento una mierda. 

—¿Lo disfrutaste?

Con la cara roja como un pimiento asiento. 

—Entonces deja de quejarte, tuviste una experiencia nueva, es verdad que enamorarse es una mierda cuando quiere, pero oye, quitando lo acontecido después del sexo, ¿no fue la mejor noche de tu vida? 

Vuelvo a asentir apretando los labios. 

—¿Ves? olvídate de ese idiota y solo recuerda tu primera noche alocada de pasión. 

—No es tan fácil, Richard es el amor de mi vida.

— ¿Y qué, no me digas que piensas ser ese tipo de persona idiota que con la excusa de que son el amor de su vida perdonan cualquier tipo de infidelidad? 

—Por supuesto que no —niego, asqueada— sabes perfectamente lo que odio eso, bastante con tener que haberlo visto en la relación tóxica de mi hermana. 

Cierro los ojos. 

—Pero Richard... 

—Pero nada —me interrumpe, dejando su pote de helado en la mesita en la que descansan nuestros pies, y coloca sus manos en mi barbilla haciendo que la mire atentamente—. Escúchame muy bien, Richard es un imbécil que no supo valorarte cuando te tuvo, ¿qué si va a ser difícil olvidarte de él? pero por supuesto que lo va a ser, nunca nadie nos dijo que el amor era fácil. Es cuestión de evolucionar, algunos tienes suerte y otros no, por lo que tú, no puedes quedarte aquí llorando todo el tiempo mientras él se tira muy campante a cuánta chica se le aparezca.

La sola imagen de él con otra mujer me invaden y no soy capaz de detener las lágrimas aparecen en mis ojos, cuando la verdad de sus palabras me golpea. 

Enamorarse es una mierda. 

Y amar duele demasiado. 

Richard me traicionó, no merece mis lágrimas, pero aún así le amo. 

Mi pecho se siente vacío y siento que mis ojos no tienen más lágrimas que derramar. 

—Tienes razón —asiento abrazándole. 

—Por supuesto que sí, cariño. 

***

Mi teléfono no ha parado de sonar desde que me marché, está lleno de llamadas perdidas de mi hermano.

Y de eso, ya hace dos días, decidí alargar un poco más mi estadía en España, hasta sentirme lo suficientemente fuerte conmigo misma para ir y enfrentar mis problemas como la adulta que soy. 

Un corazón roto tarda mucho en sanar, y a la masoquista que hay en mí le encanta martirizarse viendo fotos de él. 

Cómo en estos momentos, en los que su mirada esmeralda y sonrisa genuina es lo único que veo en esas fotos. 

Cómo en toda mi vida, solo le veo a él. 

Recuerdo la primera vez cuando todo comenzó y me enamore de él, desde niño siempre fue más alto que yo, le fascinaba llamarme pitufa, siempre me hacía la enfadada cuando me lo decía, aunque en realidad siempre me encantaba estar en su centro de atención. 

Más aún cuando alejaba a las demás chicas que volaban encima de él como moscas a la miel para estar conmigo.  Me sentía importante.

Por razones como esas me duele tanto todo esto.


Ey, ¿que tal están? 📖🍷

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