No va a volver

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La felicidad deja cicatrices imposibles de sanar. Uno recuerda dónde fue feliz y quiere volver. Como no puede, recuerda. Se pega a ese recuerdo. Lo trae. Se lastima. No va a volver pero está ahí. Al alcance de una mano que ya no puede traerlo.
Hay primaveras que duelen un invierno y uno se pregunta para que las vivió. Sin esa luz, hoy no tendría semejante oscuridad. Uno se estrella la cabeza con preguntas sin respuestas. Que para qué, si ahora no sabe cómo.
La felicidad deja una fisura tremenda, que uno intenta volver a recobrar como sea. Y repite. Porque busca. Porque no se resigna. Porque sabe que existe. Sabé dónde queda. Y vuelve. Golpea la puerta y no hay nadie. Entonces, para qué. Ahí suenan esas preguntas sin sentido que penetran en un pecho cansado de galopar hacía atrás. De volver a dónde queda más que un pasado pisado pero nunca muerto. Porque, aunque nos vendan humo, agitando una bandera de porquería que nos dice que nada es para siempre, es mentira.
Todo en esta vida es para siempre. Todo. Todo lo que uno camina, vive, siente, promete y decide es para siempre. Porque, aunque el tiempo pase y uno pase con el tiempo, no existe una poción mágica que borre las huellas del camino recorrido.
Nada se muere nunca en el alma. Si no existe en el mundo de afuera, sigue existiendo en el mundo interno. La vida entera se compone de instantes que duran para siempre.
No va a volver y uno, muerto de hambre en medio de su soledad, se aferra a lo único que le va a quedar para toda la eternidad: el recuerdo.
Haber sido feliz, a veces, duele. Que me vengan a decir cómo se olvida.
Nunca nada se olvida.
En todo caso, se supera.


Rota se camina igual (Lorena Pronsky)Where stories live. Discover now