La mano en el corazón

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    Desde que tengo memoria, siempre pensé que había venido al mundo fallada. Sigo teniendo la sensación, o la certeza de que me sobran emociones. Que traje una malformación genética, atípica que me condena a sentir extremamente cualquier circunstancia de la vida. Mía y de los demás.
    Mucho tiempo pensé que sentir era mi cruz. Sentir. Sentir por demás y totalmente fuera de contexto. Sentir así me ataba a todos los corazones del mundo que no podía ni si quiera ordenar bajo ningún criterio. Todos daban igual. Al fin y al cabo eran todos corazones.
    La gente me repetía, casi como un mantra y dándome su pésame, que el problema era mi bondad: "Lo que pasa es que sos muy buena, Lorena". Como si ese fuera el peaje que tenía que pagar frente al desamor o las malas intenciones de los demás. Mi "ser buena" era una forma casi elegante, pero ya trillad, de decirme que era muy boluda.
    Fuí creyendo entonces que mi virtud era mi defecto. Me lo cuestioné durante años. Pedía silenciosamente y entre mocos, que no me doliera tanto. Que no me emocionara tanto. No sentir tanto, eso pedía.
    En un mundo donde te repiten que ser buena no garpa, terminás creyendo que el equivocado sos vos. En definitiva, y ya como una obviedad, supe entender que era una verdad asumida.
    La gente se aprovecha de la sensibilidad del otro. Utiliza su vulnerabilidad para descargar sus miserias sin piedad.
    Es así. Todos saben muy bien de lo que hablo. Pero quiero decir algo importante: siempre lo supe. Siempre los ví. Siempre me di cuenta. No soy ni fuí ninguna boluda. Los miraba. Los miro. Y, un poco mordiéndome los labios, elijo seguir siendo yo a pesar de eso.
    No voy a transformarme en quien no soy para estar a la altura de las circunstancias de los demás. Llámame boluda. Inocente. Lo que sientas. Pero todas las noches me voy a dormir con una mano en el corazón. Y me alcanza y me sobra.
    Conozco las caras de los que me lastimaron alguna vez. Claro que lo sé. Pero la mano en el corazón me sana y me salva de ese dolor. Yo sé quién soy. No pienso trasnformarme en algo que no soy. No voy a atentar contra mi esencia.
     Si alguien me cagó, el problema no lo tengo yo. Lo tiene ese alguien. Y él sabrá dónde poner su mano cuando se vaya a dormir.
    Yo no voy a convertirme en una estratega en materia del amor. No voy a utilizar mi astucia en las cosas del alma. Y no por boluda. No voy a hacer un croquis de las relaciones humanas, simplemente por una razón. Porque no quiero. No quiero.
     Mi mano en el corazón acompaña a mi respiración. Hice lo que pude. A veces dí de más y a veces fuí la peor del agrado. Pero nunca me traicioné en un solo latido.
    Acá estoy. Haciéndome cargo de las consecuencias y mirándome a los ojos en cada espejo, sabiendo que siempre fuí yo. Hoy entiendo que mi sensibilidad es mi llave, mi bandera. Y, sobre todo, mi gran bendición. La celebro y la aplaudo.

Rota se camina igual (Lorena Pronsky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora