Descalza

87 2 0
                                    

    Cada uno vive como puede. A mí. El sabor de la anestesia me da náuseas. Me marea. Me hace olvidar más de mí que el dolor en sí. Y eso no me gusta. Es un costo que no quiero pagar ni por un segundo de mi vida.
   Ya anduve olvidada por algunos años y sé que ahí no quiero regresar nunca más. Con el tiempo aprendí que comerme las heridas, al final del camino, me regala un alma restaurada. Una piel nueva. Una nueva sonrisa que valió la pena hacerse esperar.
   No quiero no sentir lo que me toca. Sentir es mi única herramienta para tomar el camino que tengo que tomar. Si me duele, por acá no es. Quiero estar bien de pie y bien despierta para saber que la próxima decisión es a conciencia y no autoimpuesta. Forzada.
   Necesito hacerme cargo de lo que elijo para entender las consecuencias a las que me enfrento. No quiero no romperme. Prefiero que así sea y no quedarme, entera e impoluta, en una vida miserable que me acomoda la rutina y no me cuestiona nada.
   Yo quiero elegir, a cada instante, otra vez y de nuevo. No tengo miedo. Ya aprendí que irme no es de cagona. Yo me cuido sola. Con las fisuras entendés que para irte hay que tener las cosas bien puestas. No cualquiera abandona la jugada. Por eso, no tengo miedo.
   A mi no me ayudo nadie y acá vengo. Y acá voy.  Sabiendo que irme o quedarme tiene que ver con un gran acto de valentía que me lleva puestas las dudas pero también las certezas.
   Se que, si me pierdo, vuelvo. Ya sé cómo regresar. Por eso no quiero anestesias de ningún tipo.
   Confío en el latido de mi pecho como la vara que me marca si voy bien por acá. No quiero no sentir. Quiero sentirlo todo. Intensa. A fondo. Hondo.
   Las medias son para los pies. Así y todo, siempre me gustó andar descalza.
 

Rota se camina igual (Lorena Pronsky)Where stories live. Discover now