Sin barro no hay loto

211 6 0
                                    

    Cuando el ladrillo que se caes es el que sostiene la pared, ya no hay nada que hacer. Solo sentarse a esperar. A mi, un día, se me cayeron uno a uno los de abajo. Los que me sostenían. Los que me nombraban.
     Vi desmoronarse mi vida en sengundos. Esos segundos violentos que no te dan tiempo a nada. Como cuando entra agua en tu casa y no hay baldes que te resuelvan el quilombo. No se puede. Tenés que esperar a que la olas bajen solas. Lo que te pasa en el medio, te lo regalo. No es que va destruirse el mundo. No. No lo ves. Lo sentís y sabés lo que viene después. Muchas veces ni si quiera sabés si hay después.
    A mí se me cayeron los ladrillos. Se me inundó la casa. Como todas las cátastrofes, no la vi venir. Me atacó por la espalda y me vació entera donde caerme muerta. No ví puertas, ni si quiera una ventana. Lo único que se salvó fuí yo y, sola conmigo, tuve que salir otra vez. No se trataba de vivir o morir. No. Se trataba de cómo iba a aguantar.
     Decidí romperme entera. Ir hasta el fondo. Tenía que romper lo que quedaba para empezar de cero. De cero. Mi meta fue ese doloroso cero, porque, para construir, tenía que terminar de destruir. No quería ver ni el barro que había quedado.
El tiempo siguió y las cosas que quedaban siguieron rompiéndose. Había un mar dentro de mi cuerp, que no me dió tregua. Todo se hizo pelota. Y aprendí que todo se hace pelota cuando te quedás solo. Miraba a los costados, con la mano levantada, para que alguien viera que me estaba hundiendo yo también. Me vieron. Nos cruzamos las miradas, pero nadie pudo hacer nada. Nadie quiso hacer nada. Y ese fue mi cero. No ver a mis seres queridos queriéndome. Me gritaban que tuviera fuerza desde la orilla. Me saludaban porque se les hacía tarde. Sola. Ese fue mi cero. Me quedé sin mundo y ni sabía donde dónde ponerme. No tenía ni mi silla ni mesa ni mi nada. Lo que quedaba no fue suficiente para salir, porque la soga era muy corta y yo ya estaba muy abajo.
    Me perdí. Me enterré. Tragué mucha agua y también mucha tierra. Me quedé sin pared donde apoyar la espalda. Nada. Se había ido todo. Me senté a esperar. Y esperé. Dolida. Enojada. Herida. Tardé mucho tiempo en entender que tenía que dejar de esperar.
    Un día me levanté aceptando que el mundo que yo había construido no existía más. Abandoné la idea delirante que aún algo podía salvarme y me despedí de mi pasado. De mi pared. De mi casa y de mi seres queridos. Ese día ví que el sol había secado el agua. Y me di cuenta que lo peor ya había pasado. Sola. Lo hice sola. Absolutamente sola.
     Sin embargo, por fin ahí estaba yo.
      Ya tenía la hoja en blanco y mis lápices de colores para empezar a pintar mi nuevo mundo. Y empecé a escribir. Empecé a sanar. Empecé a subir, de a escalones, con la certeza de que ya conocía el maldito cero. Ya había estado. Y pude. Y puedo. Y ahors me toca dibujar otra vez. Porque nunca es tarde para volver a elegir, y cuando la casa está vacía el trabajo es más fácil.
  Voy a construir mi mundo sin esperar a que nadie ponga ni un solo ladrillo en mi pared. No. No es rencor. Simplemente, esta es mi pared. Estos son mis lápices. Esta soy yo.
    Hoy respiro aire y no dolor. Los nudos se fueron desatando. Cuando acepté que nadie tiene porqur ayudarme, que nadie me debe nada, que nadie tiene que quererme como yo necesito que lo haga, ese día dejé de batallar. Ya no había olas en mi mar. Todo se calmó. Entonces, por fin, sentí que era verdad eso de que solo en el barro podemos florecer. La flor de loto no solamente nace ahí, sino que, sin barro, moriría.
  Desde ese día, todo, pero todo, es un regalo.

Rota se camina igual (Lorena Pronsky)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon