31. Don't blame me

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-¿Te sientes bien?

-Sí. Todo bien.

-Todo va a ir mejor ahora que se hizo justicia, Marianne.

Justicia.

Aquella palabra que tanto había deseado que llegara a mi vida.

Y a la suya.

El hijo de puta iba a pasar mucho tiempo encerrado.

Muchísimo.

-Señorita Marianne, ha sido un placer volver a trabajar con usted. Me alegro mucho de que todo se haya solucionado y que usted por fin pueda sentirse un poco más tranquila -habló el abogado sacándome de mi pequeña mente llena de venganza.

-Muchas gracias, señor. Ya esta es la segunda vez que me salva, esperemos que sea la última -intenté bromear un poco.

-Que así sea -hizo un asentimiento con su cabeza y avanzó.

-Voy a acompañarlo, espérame aquí -habló Charles.

Oh.

Genial.

Con toda la situación de la audiencia había olvidado por completo que sus maletas estaban en mi apartamento y que ambos íbamos a tener que volver juntos a casa.

Eso de la justicia divina no suele funcionar del todo bien.

Apenas aterrizamos en Mónaco tuve que quedarme despierta terminando el informe de la universidad y Charles había tomado una pequeña siesta en mi sofá para luego llevarme a mi reunión con el profesor y terminar en los tribunales presenciando la sentencia de Scott.

Él se había declarado culpable de todo y su abogado había peleado por su condición mental, es por eso que iba a pasar su sentencia en un hospital psiquiátrico que sus poderosos padres se habían encargado de encontrar.

No era lo que quería, pero al menos no iba a salirse del todo con la suya.

-¿Estás lista para irnos? -preguntó el monegasco. Se había comportado como un auténtico caballero durante todo el día. Desde el momento en que abordó ese avión no pude sentir nada más que gratitud por su comportamiento.

-Sí, claro.

Subimos a su auto y emprendimos camino a mi apartamento. No estaba muy lejos, tardábamos solo 10 minutos, pero solo la idea de compartir con él en un espacio tan cerrado hacía que mis mejillas se tornaran ligeramente rojas. Al menos después de recoger sus cosas se iría a su casa y todo volvería a la normalidad. Relativamente.

Aparcó el auto justo frente a mi puerta y ambos bajamos en silencio. No era incómodo, todo lo contrario. Estábamos tan bien uno junto al otro que solo pensar en su pronta ausencia me hacía querer rogarle de rodillas que no se fuera.

Entró justo detrás de mí y tiró las llaves de su auto sobre la mesada.

-¿Te molesta si uso tu computador por un momento? Necesito reservar el hotel y por el celular no sé hacerlo.

-Por supuesto, está sobre la... ¿Espera, qué?

¿Qué?

-¿Qué has dicho?

-Te he pedido el computador -repitió.

-No, no. Eso no. Lo otro.

-Que no sé usar el celular.

-¡No! ¡No te hagas, Charles!

-No entiendo lo que me estás preguntando!

-¡El hotel! ¿Por qué demonios necesitas un hotel? ¿Acaso se te olvidó que vives a menos de 10 minutos de aquí?

Realidad ❀ Charles Leclerc Where stories live. Discover now