12 | bittersweet sixteen

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CAPÍTULO 12
AGRIDULCES DIECISÉIS ❜

Jim se hallaba sentado en su cama, divagando entre sus pensamientos y todas las nuevas situaciones que ocurrían en su vida desde que el amuleto estaba a su disposición

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Jim se hallaba sentado en su cama, divagando entre sus pensamientos y todas las nuevas situaciones que ocurrían en su vida desde que el amuleto estaba a su disposición. También tomaba en cuenta a las personas involucradas; antes de salir de la casa Núñez, quería hablar con Chris: él sabía cosas, esa noche se enteró sobre lo que Jim hacía cada día y necesitaban resolver algunas dudas. La ventana de su cuarto vibró ante unos suaves golpes, Jim ahogó un grito de sorpresa al visualizar a Chris del otro lado y se apresuró en abrirle, el hechicero ingresó a la habitación como si cruzara la puerta principal.

—¿Qué hacías en mi techo?— Inquirió el azabache, Chris no respondió y de un empujón lo lanzó hacia la cama. —¡Oye!

—Tenemos que hablar y lo sabes.— Chris tomó asiento junto a Jim. —¿Por qué no nos dijiste que tenías el amuleto?

—¿Esa es tu pregunta? Pensé que me cuestionarías por los troles o...

—¡Somos amigos, Jim! Incluso te dije que te ayudaría a derrotar cualquier monstruo.— El hechicero se cruzó de brazos formando un mohín con sus labios. Ante la sorpresa de Jim, añadió. —Bueno, al principio pensé que eran problemas personales, pero antes estuve investigando y al leer tu carta llegué a la conclusión de que podría tratarse de algo más peligroso.

—¿Y como sabes tú sobre todo esto?

Chris guardó silencio pensando en una respuesta, aún no era momento de revelarle que era un hechicero, no correría el riesgo de poner a su familia en peligro. Confiaba en Jim, confiaba en el cazatroles, pero no merecía ponerle la soga al cuello de esa manera. Pensó en las fábulas que su madre solía leerle.

—Mamá nos contaba algunas historias, ya sabes, cuentos de fantasía. Crecimos con la idea de que las criaturas mágicas existen aún si no hemos visto ninguna.

El azabache quedó conforme con su respuesta, su amigo tomó la sorpresa mejor de lo esperado y no tendría que explicarles tantas cosas como sucedió con Tobías. Aquello era un punto a favor y permitió contarle su travesía desde el momento en que encontró el amuleto, hasta el presente. Chris comprendía rápido, interrumpía su historia al reaccionar como si fuera espectador de una obra teatral y, al cabo de una hora, el de mirada esmeralda estaba al tanto del peligro que amenazaba la ciudad.

—Que quede claro, Cass no debe enterarse de esto.— Determinó Chris.

—¿Por qué? Creí que te gustaría que ella supiera.

—No, es peligroso, no quiero involucrarla. Aunque es muy curiosa, eventualmente lo descubrirá por su cuenta.— Recordó al pequeño cambiante que se hacía pasar por Enrique. —O por alguien más.

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