8

272 31 0
                                    

Callum intentó abrir los ojos varias veces, pero la luz del sol, que de forma intermitente se colaba entre las hojas de los árboles, lo obligó a cerrarlos de nuevo.

Estaba tendido de espaldas sobre un sillón de jardín. No recordaba cómo había llegado hasta allí, pero el dolor de ca- beza le refrescó la memoria y recordó lo ocurrido en la iglesia con Amanda.

Al pensar en la chica, se obligó a girar el cuello para bus- carla. No tuvo que ampliar demasiado su campo de visión, pues la joven se encontraba en otro sillón al lado del suyo con un libro entre sus pequeñas manos.

Callum esbozó una sonrisa casi imperceptible, preguntán- dose cómo habían logrado derribarlo unos brazos tan finos. No dijo nada, temeroso de que alguien más, cuya posición no le permitía ver, se encontrara en los alrededores.

―Mira, Amanda. Está despierto ―anunció una voz con alegría, aunque no podía ver a su emisora.

Amanda dejó que el libro descansara sobre su regazo y se giró hacia él. Callum fue capaz de leer la culpabilidad y el te- mor en los ojos de la muchacha. En realidad, el temor siempre estaba allí cuando lo observaban.

―Cassandra, por favor, ve a la cocina y tráeme una tisana.

La muchacha, que se encontraba a su espalda, se alejó para cumplir con el pedido de su hermana.

Entonces, Amanda se acercó a él, un tanto temerosa, como si pensara que iba a morderla de un momento a otro.

―Te resbalaste y te golpeaste la cabeza en la iglesia ―le informó con cautela mientras se inclinaba sobre él―. Puedes hablar ahora, estamos solos, pero no te muevas. Debes repo- sar.

―¿Me golpeé la cabeza? ―preguntó él, intentando ocultar una sonrisa. Cuando la tuvo lo suficientemente cerca la agarró por el brazo y tiró de él hasta que sus narices estuvieron a un dedo de distancia―. Al menos ya sé la cara que pones cuando mientes.

La chica lo observó con los ojos abiertos como dos platos, por lo que no le quedó de otra que gesticular una sonrisa para tranquilizarla. Callum continuó:

―Parece que no hace falta ser hombre para mostrarse vio- lento ―se burló con gusto, al ver cómo sus espesas pestañas descendían para ocultar sus ojos, sin duda, avergonzados.

Su brazo se había tornado violáceo justo allí donde él la había sujetado con sus rodillas.

―Supongo que estamos en paz. Empatados en mal com- portamiento.

Amanda sonrió al fin y Callum la alejó de sí porque su fragancia dificultó su respiración, tal como le había ocurri- do en otras ocasiones. Su perfume tenía algo que agitaba su estómago. Quizá era alérgico a las flores de las que estaba compuesto.

―Viene Cassandra ―le advirtió disimuladamente.

La niña regresó con una tisana medicinal con un hedor ho- rrible, pero Amanda le ordenó que se la bebiera, y él no podía negarse a una orden delante de su hermana. El sabor era aún peor de lo que había esperado, pero para ser justo, comenzó a sentirse mejor de inmediato.

―Has dormido durante toda la tarde, Callum ―anunció la niña acariciándole la frente―. Te he traído un violín. Puedes tocar para nosotras y así no te aburrirás tanto mientras te re- compones.

―Callum, ¿necesitas dormir o quieres tocar? ―le pregun- tó Amanda como si le hablara a un perro; a uno medio sordo.

Como respuesta, se incorporó un poco más acomodándose el instrumento bajo la barbilla. Era incapaz de comprender por qué estaba tan seguro de que sabía tocar. Pero lo estaba.

Cassandra le ubicó un cuaderno de partituras sobre las piernas y lo abrió en las páginas que le interesaban. Sonriente, le señaló la canción que deseaba escuchar.

Callum comenzó a tocar como si fuera la primera vez que lo hacía, pero, en cuanto realizó los primeros movimientos, se dio cuenta que aquella no era su primera vez. Simplemente, era la primera vez en que su conciencia estaba con él. El aire de sus pulmones se hizo pesado, como cuando había olfateado la fragancia de Amanda. Un cosquilleo comenzó a brotarle del pecho hasta los dedos al ritmo de la música. El sonido surgía de él y volvía a su cuerpo como un rayo de sol calentando su piel, o como la brisa que lo aliviaba cuando estaba acalorado.

Se olvidó de las chicas hasta que ambas se giraron para observarlo. Cassandra tenía los ojos muy abiertos y los labios separados y Amanda lo miraba de una forma extraña.

―Callum, tocas mejor que ningún otro siervo al que jamás haya escuchado ―celebró la niña deleitada―. Esa es mi can- ción favorita, pero tú la haces más hermosa.

Amanda le sonrió y Callum tuvo ganas de imitarla. Casi no pudo reprimir la sonrisa que doblegaba sus músculos faciales junto con el calor que calentaba sus mejillas. Sin embargo, Cassandra no parecía muy preocupada por sus anomalías, sino todo lo contrario.

Cuando el sol llegaba a su ocaso, Amanda lo guió hasta uno de los salones y lo sentó al piano. Cassandra los siguió, deseando presenciar cómo tocaría ese instrumento. Por esa razón no pudo contarle a Amanda las nuevas sensaciones que había descubierto aquella tarde. Pero cuando su mirada se cruzaba con la de la joven, tenía la impresión de que ella lo entendía. Quizá eso era lo que sentía cuando fabricaba sus muebles.

Después de la cena, Amanda lo condujo a la habitación contigua a la suya. Le dijo que allí era donde debía dormir cada noche, pero Callum deseaba acompañarla a su habita- ción para hablar sobre todas las cosas que habían ocurrido ese día. Llevaba toda la tarde en silencio por culpa de las demás habitantes de la casa.

Pero ella insistió en que debía descansar y después de cubrirle con la fina colcha de verano, le sirvió un poco de láudano que lo adormeció por completo.

―Amanda ―logró llamarla a pesar de su aturdimiento, cuando ella ya se disponía a salir de la habitación. Sus pár- pados pesaban como dos carros cargados, pero los mantuvo parcialmente abiertos―. Hoy ha sido el mejor día de mi vida.

La joven le sonrió desde arriba. Y su sonrisa flotó en el te- lón de sus párpados, incluso, después de que cerrara los ojos.

―¿En serio? ¿El mejor día de tu vida incluye haber sido golpeado hasta el desmayo?

Rio con los ojos cerrados, casi sin saber si aquello era real o no.

―Sí —susurró—, así de corta ha sido mi existencia.

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Where stories live. Discover now