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El resto de la tarde se presentó tan lluvioso y oscuro como habían anticipado. Amanda aprovechó para ponerse al día con su trabajo. Apenas lo había tocado desde que Callum llegó a su vida. En ocasiones Cassandra o sus primas le hacían com- pañía mientras trabajaba, pero aquella tarde les dijo que tenía mucho que hacer y no quería ser molestada.

Tampoco se le olvidó echar la llave que nunca antes había usado. Por supuesto, era una excusa para estar a solas con Callum. Cassandra se hubiera enfadado por su ruda petición de no ser porque le había entregado a Lord Byron para que hiciera de niñera.

La niña había cogido el cachorro como si de un delicado jarrón de cristal se tratara y, fascinada con su existencia, se había sentado en el suelo del salón para jugar con él, olvidán- dose de Amanda por completo.

Callum era un gran ayudante. Entre los dos lograron ade- lantar bastante trabajo. Además, su curiosidad le convertía en un estudiante entusiasta.

—No sé cómo puedes querer hacer esto todos los días del resto de tu vida —le dijo luego de dos horas de trabajo.

Acababan de ensamblar una mesa, y se dejaron caer agotados en el sofá. A pesar de la tormenta veraniega, la temperatura de la habitación era alta. Las mangas de sus camisas estaban en- rolladas en sus brazos y varios botones habían sido liberados.

—Por eso existen las vocaciones y la diversidad de opi- niones —susurró ella, dejando que su cabeza cayera sobre el respaldo. Después de una mañana de caza y una tarde de trabajo estaba totalmente exhausta—. Imagina que a todos nos interesaran las mismas cosas. Que a todos, cual Víctor Frankenstein, nos interesara cómo funcionan las criaturas por dentro. Habría unos avances impresionantes en medicina, pero no habría calles, comida o carruajes.

Callum la contempló y después giró la cabeza hacia el techo.

—Tienes razón en cuanto a los avances del mundo. Si a todas las personas se les permitiera formarse y trabajar en lo que aman, sin restricciones de género, clase o dinero; el mun- do avanzaría mucho más deprisa. Piensa en todos los inventos que se han perdido para siempre porque su creador está in- fectado por una bacteria que lo hace irracional, o porque a su inventora no se le permitía estudiar por ser mujer, o porque la mente que podía crear ese invento, esa novela o esa cura para una enfermedad, está enfrascada en otra actividad como la- brar un campo o coser túnicas. ¿Dónde podríamos estar ahora mismo si hubiera libertad de vocación desde el principio de la humanidad?

Amanda le sonrió.

—Ciertamente, estaríamos en un futuro lejano, con más comodidades y menos enfermedades. Y mucha más felicidad.

—A esto se le llama soñar despierto, ¿verdad? —inquirió el joven, volviendo a mirar hacia el techo. Estaba extendido sobre el sofá con ambas manos apoyadas en su nuca.

—A esto se le llama utopía.

Las escaleras hacia el ático, donde se encontraban sus habitaciones, estaban sumidas en la oscuridad nocturna. No obstante, los últimos peldaños estaban tintados del brillo azu- lado que se colaba por las ventanas del ático. En verano, el sol los acompañaba hasta entrada la noche y, por esa razón, siem- pre le parecía que se retiraba demasiado temprano a dormir.

Aun así era lo que más le gustaba de la estación. Tener un festín de luz después del largo y oscuro invierno.

—¿Lo que contaba tu prima Sarah sobre aquel espía inglés que se arrojó desde la torre para escapar de sus enemigos y so- brevivió es cierto? —decía Callum, ahora que se encontraban en territorio seguro.

—Quién sabe —respondió concentrándose en los lóbre- gos peldaños de la escalera—. Circulan muchas historias so- bre espías, pero es difícil corroborarlo, pues el secretismo en estos asuntos es primordial. También contamos con espías ahora, algunas en países europeos, la mayoría perdidas en tierras asiáticas, fingiendo interés en otras artes mientras ob- tienen información política. Es un trabajo arriesgado y que requiere de una suma inteligencia y una lista interminable de habilidades.

Su prima Sarah estaba obsesionada con el espionaje, y a menudo les contaba historias sobre espías del presente y del pasado, al igual que había hecho aquella noche durante la cena. Aunque las historias le resultaban interesantes, no com- partía la pasión de Sarah, y por lo tanto nunca se informaba sobre esas cuestiones. Ella prefería la literatura y la filosofía, y solo había indagado sobre el espionaje cuando los propios escritores formaban parte de la trama, como en el caso de Christopher Marlowe, el gran rival de Shakespeare.

—Como un par de alas o inmortalidad —sugirió al fin Callum, aún pensando en la historia.

Amanda se deslizó con cuidado hacia su puerta. Lord Byron se había quedado hecho una bolita dormido en sus bra- zos, imposible de despertar como cualquier cachorro drenado de energía tras horas de constante actividad.

Callum se detuvo con ella junto a su puerta y Amanda es- peró que no deseara seguir con la conversación, pues había sido un día agotador de caza y trabajo. Se sentía tan exhausta como el propio cachorro.

En lugar de intentar entrar, paseó una mirada de admira- ción por el pasillo hasta detenerla en su puerta.

—Esta parte de la casa es la más hermosa —comentó—. Me gusta tu puerta, los colores que elegiste combinan con el rellano.

Tras decirlo, alzó ambas extremidades como el que espera un abrazo como el que había recibido en el bosque. Amanda lo observó divertida e intentó ocultar una sonrisa.

—Buenas noches, Callum —se limitó a decir, mientras abría su puerta.

El muchacho dejó caer sus brazos con contrariedad, y se dio la vuelta para encaminarse despacio a su habitación.

—No entiendo nada —l

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora