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—No hay más —mintió ella, y algo en su interior se retorció en protesta a su mentira.

Callum retiró su mano como castigo, y Amanda quiso echarse a llorar. Apoyado en un codo la observó con fingida tranquilidad, aunque en realidad podía ver su impaciencia en la vena que saltaba furiosa en su frente.

—Mentirosa.

Amanda lo miró sorprendida ante lo frustrada que se sentía por la interrupción. Deseó que se callara y volviera a tocarla de aquella forma.

—No hay más —repitió él negando con la cabeza. Clara- mente había leído sus pensamientos y le había devuelto sus propias palabras en dulce venganza.

—No me importa —dijo ella pero el propio tono de su voz la delató.

Callum rio y se dejó caer contra el colchón. Estaba tan se- guro de sí mismo ahora que había descubierto su punto débil. Pero ella también sabía el suyo. Se planteó torturarlo también pero aún tenía miedo.

—Buenas noches —le dijo, y giró su rostro con brusque- dad hacia el otro lado. Lo último que le apetecía era dormir, pero Callum se negaba tocarla si ella no se encargaba de sus necesidades. Aunque le entendía, la frustración en su vientre la tenía de lo más irritada.

—Odio cuando dices eso.

—¡¿Qué?! —volvió el rostro para mirarlo. Él también ha- bía cerrado los ojos, pero parecía tan frustrado como ella.

—¿Hasta cuándo durará esta muerte en vida? —susurró sin abrir los ojos—. Y sin conocer el final de mi propio misterio. La incertidumbre me malgasta y me desgasta. ¿Debo retor- cerme dubitativamente entre miedo y esperanza? Mejor que me dejéis morir de una vez y así mostrar el último ejemplo de vuestro orgullo, que atormentarme con tal crueldad para demostrar vuestro poder, que ya tanto he probado.

—Spencer —dejó escapar ella de entre sus labios como un suspiro impresionado al reconocer el poema. Sus ojos lo observaban sorprendidos y abiertos como los de un búho vi- gilante en la noche.

—Pero no obstante —prosiguió él, abriendo los suyos a su vez—, si en vuestro bruto pecho ocultáis la cercana intención de al fin mostrarme algo de gracia. Entonces todos los males y dolores que tolero, como medios para la felicidad, con mucho gusto los acepto. Y desearé que cada vez sean mayores, hasta que una gran recompensa por fin me concedáis.

Cuando terminó el poema le sonrió y Amanda continuó ob- servándolo boquiabierta. ¿Cuándo había memorizado aquel poema de Spencer?

—De acuerdo, tú lo has querido —le dijo con cierto tono de amenaza. Se sentó y la tela de la tienda rozó su coronilla. Callum se aupó para apoyarse en ambos codos. Amanda se inclinó sobre él y le besó. Un beso malintencionado, y él la miró con ojos vidriosos y una sonrisa. Le besó la mejilla, la oreja y luego el cuello, pues sabía que ese era el punto que lo deshacía por completo. Y entonces respiró hondo y llevó su mano a la cadera de él, pero esta vez la guió al centro con un solo objetivo en mente. Pasó su mano con firmeza por el bulto y sintió remordimientos al encontrárselo tan rígido.

La sonrisa de Callum se borró al instante y la miró con ojos desorbitados. Su mano fue a parar encima de la de ella para detener su movimiento.

—No hagas eso —musitó sin aliento.

—Pensé que querías saber qué más hay.

—Pero si haces eso moriré —parecía serio, como si de ver- dad pensara que no iba a poder soportarlo.

Amanda le sonrió con coqueteo.

—Todos moriremos algún día.

—Pero yo voy a morir esta noche.

—Ya lo creo que sí —le prometió con un tono malicioso, mientras agarraba la cintura de su ropa interior con la otra mano. Tiró de ella hasta dejarla enroscada en sus rodillas. Ca- llum la miraba con ojos abiertos y asustados. Ya no parecía tener ganas de reírse de nadie. Amanda puso su mano alre- dedor de la piel desnuda de su masculinidad y los ojos de él se cerraron un poco en total abandono. Cuando ella movió la mano, los codos del joven cedieron y cayó sobre su espalda de una forma un tanto torpe. Intentaba mirarla a ella o a lo que le estaba haciendo, pero sus ojos se cerraban a menudo. Tam- bién parecía debatirse entre apartarla o acercarla más. Obser- var la mezcla de agonía y éxtasis en su rostro y saber que era ella la que lo producía la hizo sentir poderosa y embriagada. Ahora entendía porque él parecía tan contento consigo mismo cuando la tocaba.

Se detuvo, y Callum la miró con horror. Pero solo se había detenido para quitarse ella también su ropa interior, y quedar- se solo con la camisa abierta. Lo miró con cautela antes de ponerse de rodillas sobre él. Callum la contempló expectante y confuso. Amanda dobló las rodillas para sentarse sobre él. Se detuvo al sentirlo contra ella, pero no era momento para miedos. Su cuerpo estaba preparado, lo sabía porque se lo ha- bían explicado, y no tenía porqué haber dolor.

Cuando se apretujó un poco más contra él, el muchacho arrugó los ojos confundido, pero en cuanto entró dos pulgadas en su interior estos se ensancharon con sorpresa y placer in- sospechado. Con lentitud fue deslizándose sobre él, aturdida por las propias sensaciones en su cuerpo. Se movió despacio, acostumbrándose a la sensación. Pero apenas pudo investigar, pues las sorpresas habían sido demasiadas para el joven. Le clavó los dedos de una mano en la cadera y dijo su nombre como si quisiera avisarla de lo que estaba a punto de ocurrirle. Amanda dejó que se tranquilizara un poco. Se cernió sobre él y le dio un beso en la nariz. Después se apartó y se dejó caer a su lado.

Callum tenía los labios abiertos y la miraba con total fasci- nación. Como si Amanda fuera un ángel que acababa de bajar del cielo.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Callum pasó el brazo por detrás de su cuello y la atrajo ha- cia él con ímpetu, para darle un fuerte beso en la frente.

—¿Cómo alguien tan pequeño puede proporcionar tantos placeres?

Amanda sonrió dejándose abrazar con fuerza. Quizá él no se diera cuenta pero ella opinaba lo mismo de él. Excepto en lo de que era pequeño.

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Where stories live. Discover now