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Amanda se hundió en la tina humeante de su baño, estremeciéndose por el cambio de temperatura. El vapor había entibiado el servicio y dilatado los poros de su piel. Aun así, la estancia estaba mucho más fría que el agua en el que acababa de sumergirse.

Las noches se tornaban frías incluso en los días más hermosos. Los veranos ingleses eran así de incongruentes. Esperaba poder viajar a Italia o España aquel verano, y en- señarle a Callum las maravillas de las tierras sureñas. La Al- hambra con su exótico estilo árabe, o la maravillosa ciudad de Roma, cuyo entorno plagado de antiguas construcciones y ruinas transportaban de inmediato a la época clásica.

Sonrió emocionada por la idea de compartir con Callum todas las maravillas históricas que había visto en sus viajes. Verlo sudar con el abrasante calor y degustar manjares latinos con los que ni soñaban en Inglaterra.

—No te relajes demasiado.

Ahogó un grito y se sumergió aún más en el agua. Por suer- te, el jabón creaba una capa protectora sobre la superficie que ocultaba su cuerpo con eficacia.

—¡Sal inmediatamente! —le ordenó. Pero como había ocurrido desde el principio de su relación, él no estaba muy inclinado a obedecer sus órdenes si no había nadie más con ellos.

Callum se sentó en la silla de flores ribeteada con detalles dorados, que descansaba frente a la tina. Amanda la utilizaba para colocar su toalla y la ropa que se había quitado. Él reco- gió su camisa interior y la observó durante un instante.

—¿Querías algo? —lo interrumpió ella.

—Cassandra dice que hay una Gran Exhibición en Lon- dres —respondió él, soltando la delicada prenda sobre su regazo—, donde se exponen los últimos inventos y avances científicos de las industrias más prolíferas.

Amanda asintió. Gotas de agua se resbalaban imparables por el brazo que tenía apoyado en el eje de la bañera, y forma- ban un charco a los pies de esta.

—Es la segunda vez que se celebra. La primera fue idea del príncipe Albert, pero aquello fue en tiempos de hombres. Victoria ha decidido repetirla para que las nuevas patronas e inventoras tengan su oportunidad. Además, se lo ha dedica- do a su marido, aunque, claro, él no puede verlo —eso último lo dijo con una mueca.

—Victoria debía admirarlo mucho.

Desde que Callum entrara en su vida, la historia de Victoria y Albert se había convertido en su mayor esperanza. Era lo único que aseguraba que una vida de amor y armonía era po- sible entre un hombre y una mujer. No es que otras mujeres no hubieran amado a sus maridos y padres, pero aquella historia le era más real, quizá por ser de dominio público.

—Puedes estar seguro de que mañana nuestra monarca vo- tará por la liberación de los hombres. Los rumores dicen que fue presa de una tristeza profunda después de que la bacteria contagiara a Albert.

Callum asintió esperanzado. A él le también parecía tran- quilizarlo la cordialidad entre Victoria y Albert.

—Tienes que conseguir una plaza en ese evento —conti- nuó, luego de recordar lo que tenía planeado decir—. Sería una gran promoción para tus muebles.

Amanda sacudió la cabeza.

—Mis muebles son artesanales y de diseño exclusivo

—dijo—. No quiero que se conviertan en una producción ma- siva sin originalidad ninguna.

—Pero Amanda, ¡podrías ganar mucho más dinero! —pro- testó él.

—¿Y esa es la finalidad en la vida?

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Where stories live. Discover now