—¿Qué estás haciendo aquí?
Aemond levantó la vista de su libro, siguiendo cada movimiento de Lucerys con detenimiento. El castaño se movía con gracia, dejando tras de sí una estela de agradable aroma a magnolias acompañada del movimiento etéreo de la seda de sus mangas que parecía flotar en torno a sus brazos.
— Se supone que debería pasar tiempo contigo — respondió simplemente mientras caminaba hacia una de las estanterías. Miró los libros que las llenaban y pasó los dedos por los lomos de algunos, repasando los títulos —Y como no te presentaste a nuestro supuesto paseo matutino... Asumí que podría hacerte compañía en algo que disfrutaras más.
Lucerys seleccionó un libro pequeño y se acercó al diván que estaba frente a Aemond. Prácticamente se recostó sobre éste, recargándose un poco en el reposabrazos para poder leer.
La ropa que llevaba era de un suave color azul que asemejaba el cielo matutino. Las mangas eran amplias, largas. Aemond pensó brevemente en las olas tranquilas de la bahía del Aguasnegras.
El sol iluminaba a través de la ventana, dando a su sobrino un aspecto casi etéreo. El castaño en su cabello se volvía cobrizo y su piel parecía resplandecer. Aemond regresó la vista a su libro, intentando concentrarse en las oraciones de cada página y pensando en la promesa que había hecho a su madre.
Sólo tocaría a Lucerys en su noche de bodas con el único propósito de ponerle un heredero en el vientre. Nada más. Una vez que lo hiciera ya sería designio de los dioses lo que ocurriera. No necesitaba a su sobrino para otra cosa. El omega era su pase al trono y la corona. Solo debía verlo como tal y no caer en tentaciones.
— El paseo no fue mi idea — la voz de Lucerys lo sacó de sus pensamientos — Supongo que es parte del ritual de cortejo al que están acostumbradas nuestras familias... Pero me alegra que no te hayas presentado — continuó, más no levantó la mirada de su libro. Cambió la página y se acomodó mejor, subiendo las piernas al diván. Aemond se dió cuenta de la abertura de la falda que lo dejaba ver la rodilla sonrosada y apenas un poco del muslo de Lucerys. Se sintió repentinamente tenso.
— Nadie me informó de ningún paseo — murmuró y tuvo que aclarar su garganta — Aún si no quisiera estar ahí hubiera cumplido con mi deber.
— Mhm — el castaño se encogió de hombros — Lord Corlys debió programarlo con Otto o la reina. Creo que le debes una disculpa, por cierto... — finalmente levantó la vista y había una sonrisa juguetona en sus labios rosados — A Corlys. No le pareció divertido que me dejaras plantado...
Aemond tensó la mandíbula y desvió la mirada. No sabía dónde poner su vista. Lucerys tenía demasiados puntos llamativos. Indecentes pero llamativos. Sus hombros desnudos, sus piernas... sus ojos... ¿Había venido a torturarlo acaso?
— Lo buscaré más tarde — fue lo único que atinó a decir, volviendo a su libro, aunque ya había perdido toda concentración para volver a la trama. Su mente estaba más ocupada en repasar el cuerpo de su sobrino sobre el diván. Empezó a preguntarse cómo se vería posando como alguna de esas pinturas eróticas que decoraban las paredes del cuarto de su madre... Cerró su libro de golpe y se levantó del sofá — Tengo cosas que hacer. Si me disculpas...
Lucerys lo siguió con la mirada hasta que Aemond salió de la habitación y finalmente suspiró, dejando el libro de lado. Terminó de recostarse en el diván para mirar al techo.
Tenía por delante una misión complicada.
***
Nunca creyó que encontraría calma en ver las altas torres de la Fortaleza Roja pero, en esta ocasión, estaba agradecido de regresar a su hogar.
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𝗧𝗲𝗻𝘁𝗮𝗰𝗶𝗼𝗻 • 𝗟𝗨𝗖𝗘𝗠𝗢𝗡𝗗 • [TERMINADA]
FanfictionAlicent estaba plenamente consciente de la manera en la que el bastardo de Rhaenyra miraba a su hijo. Podía reconocer la lujuria en su mirada y rogó a los dioses que no permitieran que Lucerys Velaryon enterrase las garras en Aemond. Sabía que iba a...
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