El maestre Orwyle y sus aprendices habían hecho todo lo que habían podido. Lo único que quedaba por hacer era dejar que el tiempo y el reposo terminaran de sanar su cuerpo.
Jacaerys no estaba acostumbrado a estar quieto.
Le gustaba montar a caballo, volar sobre Vermax o follar a Aegon y cualquiera de las tres opciones estaba descartada debido a su estado de salud.
Sus heridas sanaban despacio y algunos huesos rotos simplemente no terminaban de acomodarse en su lugar, por lo que el lugar en el que se le podía encontrar más a menudo era en una de las bibliotecas en el torreón de Maegor, cerca de la ventana que recibiera más luz.
A veces se distraía con un libro o pedía que llevaran a sus hijas para que jugaran a sus pies aunque en ese momento los dragones de madera y las muñecas de trapo estaban abandonadas sobre la alfombra y las palabras en las páginas eran incomprensibles.
Estiró la mano para tomar de nuevo el mensaje que había llegado hacía unos días. El emblema de los Dayne estaba partido por la mitad y se notaba que había sido escrito con premura. Casi con desesperación. Incluso había una mancha de tinta justo al final que no le dejaba entender el nombre del maestre que lo había firmado.
El príncipe Lucerys ha empezado labor de parto. Informaremos sobre su estado de salud.
Pero no había recibido nada más.
Ni siquiera cuando él mismo había enviado cuervos preguntando con urgencia por el estado de salud de su hermano.
Solo recibía silencio y el ser ignorado no solo le ofendía sino que le hacía pensar en que había pasado lo peor.
Ciertamente él y Lucerys jamás habían sido particularmente cercanos. No desde que él había partido a Marcaderiva y Jacaerys se quedó en la capital. No podía decir que lo conocía, sin embargo, lo quería y pensaba en él como su sangre más cercana, tal cual le había inculcado Viserys mismo.
La guerra y las pérdidas que ésta había traído consigo eran suficiente tortura como para sumar la idea de que su hermano había muerto lejos de su hogar... Y sin saber tampoco el destino de la criatura que había dado a luz.
Sin respuestas no podía actuar y no permitiría que se hablara de coronaciones ni preparativos de ningún tipo hasta que supiera de Lucerys y su paradero. ¿Acaso había descubierto sobre el destino de Aemond? La pérdida podía hacer más daño a una persona que una herida abierta...
Jacaerys suspiró al sentir los inicios de un dolor de cabeza. Dejó el mensaje sobre la mesa y contempló sus dedos, su mano y su brazo a la luz del sol.
Aunque el maestre había realizado un trabajo extraordinario cosiéndole las extremidades de regreso a su lugar, apenas y podía moverse con la libertad de antes y tenía un entumecimiento que lo hacía sentir como un tullido que se mueve con torpeza.
Tenía una cicatriz rosácea y voluminosa que parecía un ciempiés escalándole desde el dedo medio hasta el hombro y el cuello. No sabía decir si era peor eso o las quemaduras del otro lado de su cuerpo que lo habían dejado como una vela derretida.
Aegon había insistido en que no se veía mal, que el fuego no le había deformado la cara más allá del mentón, pero Jacaerys simplemente sentía que eran heridas causadas por su propia estupidez.
No había honor en la terquedad ni en el orgullo y casi había perdido a Vermax en la batalla.
Si todos hubieran muerto, el reino habría quedado desprotegido.
Se levantó con cuidado e ignoró el calambre que le subió de la pierna a la espalda. Si ya era un quemado definitivamente no iba a ser un tullido que no pudiera caminar, así que se había obligado a sí mismo a forzar sus músculos para moverse a pesar de las advertencias de Orwyle.
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𝗧𝗲𝗻𝘁𝗮𝗰𝗶𝗼𝗻 • 𝗟𝗨𝗖𝗘𝗠𝗢𝗡𝗗 • [TERMINADA]
FanfictionAlicent estaba plenamente consciente de la manera en la que el bastardo de Rhaenyra miraba a su hijo. Podía reconocer la lujuria en su mirada y rogó a los dioses que no permitieran que Lucerys Velaryon enterrase las garras en Aemond. Sabía que iba a...
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