—He cumplido lo que me has pedido — Jacaerys habló con firmeza, aunque sin subir el tono de su voz —. He sido indulgente con Lucerys pero esto ya se ha salido de control —negó con la cabeza y alejó su mano de las de su esposo para poder ponerla sobre su mejilla —. No puedo soportar más que te pongas en peligro por su necedad...
Aegon apretó los labios, incapaz de encontrar más palabras para contradecir a Jacaerys. Las excusas, ya escasas de por si, llegaban a su límite para justificar las acciones de Lucerys. Suficiente era poner en riesgo a la familia real, mermada por la guerra, pero ahora los susurros y rumores estaban haciendo mella en la reputación de la corona y eso era algo que nadie podía permitirse.
Lucerys debía saber el tipo de nombres que decían a sus espaldas, las acusaciones sobre su estado mental y también las habladurías sobre su hija, a la que nadie aún había visto más allá de un asomo de su pierna o su manita regordeta.
—Pero él lo necesita — murmuró Aegon —. Está tan convencido, Jace...
— ¿Crees que no sé que te ha llevado a todos los puertos pesqueros del este? — inquirió el príncipe —. La gente de esas aldeas se aterroriza al ver a dos dragones sobrevolando sus territorios, he recibido peticiones de lords suplicando que se deje de atormentar a sus pueblos — cerró los ojos unos segundos y después volvió a mirar a Aegon con la pena impresa en sus irises oscuros —. Sé que mi hermano quiere aferrarse a la idea de que Aemond sigue con vida, mi amor, pero han pasado casi tres meses desde que empezó con esta locura y... — suspiró. Sus hombros parecieron hundirse por un peso invisible —. De por sí estamos en una situación delicada. No hay un rey todavía y la regencia del Concejo flaquea. El pueblo llano no quiere que lo dirija un montón de cabezas. Necesitan un rostro que conozcan, en el que confíen.
—Es tu hermano — insistió Aegon.
— Y Aemond era el tuyo — replicó Jacaerys —. ¿No te parece que hay que ponerle fin a esta búsqueda sin sentido? Por respeto a él, a su memoria. A nuestra familia, Aegon.
El omega apartó la mirada. Le dolía escuchar esas palabras. Jacaerys lo decía desde el raciocinio pero es que él no había visto la desesperación de Lucerys, no lo había escuchado llamar a Aemond a gritos ni meterse al mar hasta las rodillas, buscando en las bahías, entre los arrecifes rocosos y preguntando de villa en villa por su esposo.
Todo ello sin despegarse de su bebé, como si fuera lo único que lo mantuviese cuerdo y lo protegiera de despedazarse. Cierto era que la desesperación volvía errático a su sobrino y, por ende, a Arrax, pero es que él lo entendía.
—Dejaré de salir con él — dijo finalmente Aegon y volteó a ver a su esposo —. Pero no seré yo quien le prohíba volar. Será una traición de mi parte. Al menos así lo sentirá él.
—Es una traición más grande dejarlo hundirse en la locura. ¿Crees que yo disfruto haciendo sufrir a mi hermano? — Jacaerys negó con la cabeza —. Solo los dioses saben lo que pasó en ese viaje. Aemond lo dejó a su suerte en Campoestrella y Lucerys volvió aquí solo y sin dar explicaciones de nada. La tragedia no permite excepciones, Aegon... Y Lucerys debe entender que tiene que pasar de página.
—Nunca te tomé por cruel...
—No es una crueldad — el alfa curvó las cejas —. Me hiere verlo así. He dejado que se extienda tanto como ha querido, que te lleve a ti en el proceso pero ya fue suficiente. Un funeral es lo que Aemond merece en lugar de que se persiga a su espíritu hasta que Lucerys termine en el fondo del mar igual que él.
Aegon sintió un nudo formarse en su garganta. Sabía que Jace tenía razón pero era tan... tan difícil ceder. Había visto la indiferencia de Lucerys al inicio de su matrimonio con Aemond, los había escuchado discutir y ni qué decir del relato horrible de los maestres sobre todos esos embarazos perdidos. En ese momento no habría dado crédito si alguien le contara de la actitud de su sobrino ahora. No sabía exactamente lo que había cambiado o si es que el amor siempre había estado ahí, oculto a plena vista, pero algo dentro de él creía fervientemente en Lucerys y en su insistencia pero tampoco podía negar que se estaban rozando los límites y que, cada vez, las búsquedas eran más largas, más peligrosas. Lucerys había sugerido incluso regresar a los Peldaños y Aegon había tenido que frenarlo usando de excusa el mal tiempo.
KAMU SEDANG MEMBACA
𝗧𝗲𝗻𝘁𝗮𝗰𝗶𝗼𝗻 • 𝗟𝗨𝗖𝗘𝗠𝗢𝗡𝗗 • [TERMINADA]
Fiksi PenggemarAlicent estaba plenamente consciente de la manera en la que el bastardo de Rhaenyra miraba a su hijo. Podía reconocer la lujuria en su mirada y rogó a los dioses que no permitieran que Lucerys Velaryon enterrase las garras en Aemond. Sabía que iba a...
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