El sonido del río que corría cercano era suficiente como para indicar la fuerza de la corriente que llevaba. Según lo que se les había dicho, muy cerca de ahí había una cascada cuya caída mantenía verde el bosque aledaño y que, según leyendas, ocultaba una cueva llena de maravillas que nadie había podido desvelar debido al peligro que representaba la escalada.
Las piedras húmedas, la potente cascada y la altura habían cobrado ya la vida de algunos curiosos y valientes. La fantasía no valía la pena.
Lucerys podía ver cómo el sol se reflejaba sobre el agua. Si prestaba la suficiente atención también podría ver los pececillos que nadaban a contracorriente y también las ranas que descansaban en las piedras lisas y tibias que estaban del otro lado. El río era tan cristalino que parecía invisible y todo lo que vivía bajo la superficie parecía simplemente flotar.
Su piel se erizó cuando la brisa movió las hierba y las flores que crecían a su alrededor. El aire estaba fresco y su cuerpo demasiado caliente. Descubierto.
Otro gemido abandonó sus labios cuando Aemond besó su cuello al tiempo que con su pulgar frotaba el clítoris haciendo círculos suaves. Sus manos descansaban sobre las rodillas de su esposo mientras su espalda estaba recargada en su pecho.
La ropa había quedado olvidada y la seda y el satín colgaban de sus extremidades mientras que los broches y alfileres que habían mantenido en su sitio las piezas de su vestido descansaban en la hierba, olvidados completamente.
Los labios de Aemond recorrían su piel, besando cada una de las pecas y lunares de su hombro hasta llegar a su cuello, donde lamía el tendón que subía a conectarse con su mandíbula. Podía sentir su respiración acompasada y suave que contrastaba con la suya propia, agitada y jadeante.
La otra mano de su esposo se ocupaba de trazar mapas imaginarios con la yema de los dedos sobre el vientre y el pecho del omega.
Así había empezado todo.
Las manos de Aemond recorriendo su cuerpo, retirando habilidosamente la ropa sin que Lucerys pudiera resistirse.
Su mente se volvía dispersa cuando el alfa lo besaba, cuando sentía sus dedos apretar sus nalgas, lleno de deseo… Cuando le hablaba al oído y le decía sin tapujos que estaba ardiendo de lujuria y que simplemente no podía aguantar más las ganas de sentir su cuerpo.
¿Cuándo había aprendido a ser así? ¿En qué momento su reprimido y frígido esposo había soltado las rígidas creencias de su madre? Se preguntó, si acaso, Aemond había descubierto el arte del erotismo en brazos de alguien más pero no había tiempo que hiciera sentido.
Había comenzado en Invernalia, donde cada mañana Aemond lo despertaba dándole placer oral y cada noche lo hacía gritar usando nada más que sus dedos hasta que Lucerys se quedaba dormido profundamente.
Era tan intenso que no le pasó desapercibido cómo el mismo Cregan Stark parecía aliviado de verlos partir y ni siquiera podía verlo a los ojos, avergonzado y con las orejas rojas como si fueran hierro para la forja.
— Haces que el río sienta envidia — Aemond le habló al oído. Lucerys se contrajo al sentir uno de sus dedos largos introducirse en su coño, haciendo un sonido húmedo que le provocó un sonrojo. Cuando el alfa sacó el dedo, se rió bajito —. Mira… — murmuró y Lucerys obedeció por inercia, mirando los hilillos transparentes que unían entre sí los dedos de su esposo —. Estás tan mojado… ¿Tanto te excita estar al aire libre? Dime… déjame oírte, ñuha nūmio (mi perla).
Lucerys gimió de nuevo pues Aemond de nuevo introdujo su dedo y esta vez acompañó el estímulo al masturbar su pequeña erección con la otra mano, haciendo que el omega se retorciera un poco, arqueando la espalda para exponer aún más su pecho. Sus manos apretaron la tela de los pantalones del alfa y su ceño se frunció por las oleadas de placer que sentía.
Faltaban un par de horas para hacer su llegada programada a Nido de Águilas pero, si en ese momento se lo preguntaban, querría quedarse para siempre en ese páramo, entre los brazos de Aemond para que le hiciera sentir placer una y otra vez, hasta que no pudiera pensar en nada más.
Su mente divagó entonces y pensó que quizá en ese momento su esposo decidiría dejar de tentar y tomarlo como sabía que tenía tantas ganas de hacer.
Imaginó que era la verga de Aemond la que entraba y salía en lugar de sus dedos, embistiéndolo una y otra vez, cogiendo como animales a la intemperie en todas las posiciones que se le pudieran ocurrir.
Nunca pensó que podría extrañar el sexo con Aemond pero ahí estaba, fantaseando como un adolescente mientras sus jugos le empapaban la mano al alfa y su voz hacía eco entre los árboles.
Aemond tenía los pulmones llenos del aroma de las magnolias y el limón. Sus labios cosquilleaban por la sensación de la piel suave de Lucerys y en su cuello y su pecho sentía la caricia de sus cabellos sedosos que habían recuperado el brillo.
Poco a poco Lucerys recuperaba la forma y la figura que tenía antes de su obsesión enfermiza… Y el tema no había sido tocado ni una vez.
Sabía que solo podía distraerlo tanto con su recorrido por el continente… Lo que de verdad mantenía a Lucerys entretenido era eso. Los besos, las caricias, las palabras soeces en su oído y la dominancia.
Nadie le creería que, para él, era una tortura.
Lucerys era adictivo y Aemond tenía que forzarse a no ceder a sus instintos y a su deseo.
Moría de ganas por aprisionarlo sobre la hierba y follarlo hasta que el cuerpo no le diera más. Quería sentirlo, morderlo, marcarlo y llenarlo de su semilla… Pero sería contraproducente. Despertaría de nuevo la irracionalidad de Lucerys y cada vez le parecía menos y menos atractiva la idea de verlo pasar por intentos fructuosos de embarazos que jamás llegarían a término.
Así, sintiendo el aroma de su piel y la calidez de su cuerpo, se distraía pensando en sus objetivos.
No había noticias de que su hermano hubiera quedado preñado de nuevo y los días pasaban de forma perezosa. Aemond confiaba que, para cuando llegaran a Dorne, habría pasado el tiempo de espera suficiente y por fin podría darle rienda suelta a su pasión y tomaría a Lucerys como suyo…
Tendría a su heredero y entonces…
Entonces…
Lucerys pidió por más, clamando el nombre de Aemond una y otra vez.
El alfa no perdió el tiempo y siguió moviendo los dedos, presionando con el pulgar su clítoris para frotarlo al mismo ritmo con el que masturbaba el pene del omega, sintiendo cómo las paredes de Lucerys apretaban los dígitos una y otra vez hasta que se corrió con un grito que dejó su mano izquierda cubierta de semen y su mano derecha empapada con ese elixir delicioso que escurría a la hierba, haciéndola brillar.
•••
La vista desde la habitación que les habían asignado era impresionante. Lucerys se preguntó si la recámara donde Jeyne Arryn tenía sus aposentos era más grande aún… Sintió cierta afinidad con ella en el momento en que los había recibido.
Era poco común que un omega, más aún una mujer, fuese la cabeza de una casa tan grande y honorable como la Arryn y, sin embargo, lady Jeyne mantenía el título con la frente en alto y había demostrado cierta preferencia con Lucerys desde el momento en el que habían llegado a su fortaleza entre las nubes.
Apenas y había saludado a Aemond con una cortesía muy breve y su conversación y atenciones se volcaron en el omega desde el primer momento, al que había elogiado incansablemente haciéndolo saber lo mucho que se parecía a su difunta abuela Aemma y también a su madre, Rhaenyra.
— Dicen que le gusta meterse a la cama con otros omegas — le dijo a Aemond mientras se asomaba por el balcón. El aire le despeinaba el cabello y los árboles y caminos parecían casi de juguete. Lucerys sonrió y miró sobre su hombro a su esposo, mordiendo un poco su labio inferior — ¿Qué piensas de eso?
— Que si alguien te escucha decir eso, van a cortarte la lengua — murmuró en respuesta el alfa. Lucerys frunció el ceño y se acercó a él, tomando sus manos.
— ¿No te llama la atención?
—Es antinatural — Aemond apretó los dedos del omega entre los suyos y soltó una de sus manos para tomar su mentón —. Y no me gusta compartir. Si lady Jeyne quiere probarte, primero pasará por el acero de mi espada — le dijo, mirándolo a los ojos, complacido de ver una chispa brillando en los irises verdes de Lucerys.
—Toma un baño conmigo… Quiero estar relajado antes del banquete y el baile… — pidió el castaño. Aemond besó sus labios y la negativa le quemó la garganta y los labios. Tomó mucho de su fuerza de voluntad el poder alejarse del omega.
—No seas codicioso — le dijo en voz baja —. Si eres paciente, después del baile, haré que todos en el Valle escuchen tu dulce voz.
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𝗧𝗲𝗻𝘁𝗮𝗰𝗶𝗼𝗻 • 𝗟𝗨𝗖𝗘𝗠𝗢𝗡𝗗 • [TERMINADA]
FanfictionAlicent estaba plenamente consciente de la manera en la que el bastardo de Rhaenyra miraba a su hijo. Podía reconocer la lujuria en su mirada y rogó a los dioses que no permitieran que Lucerys Velaryon enterrase las garras en Aemond. Sabía que iba a...
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