3 | La vida es una oportunidad

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3 | La vida es una oportunidad


Maeve

No consigo librarme del gato.

Esa tarde Sienna me lleva a mi nueva habitación, donde solo hay una cama, un armario, un espejo, una silla y un escritorio, y cuando entramos el dichoso gato está ahí. Cuando le pregunto si puede llevárselo, ella se encoge de hombros y me dice que le pedirá a Connor que venga a por él, pero pasan las horas y Connor no aparece, así que acabo rindiéndome a la idea de que tenemos que convivir. Me paso el resto del día deshaciendo la maleta —con un ojo siempre puesto en el intruso— y buscando una forma de matar el tiempo.

En el piso de abajo todavía se oye ruido cuando me meto en la cama. La soledad de la habitación me resulta dolorosa y asfixiante, pero me cubro con las sábanas y me obligo a cerrar los ojos. Han sido bastante amables conmigo y ya les he molestado lo suficiente durante la cena; lo mínimo puedo hacer es dejarlos un rato en paz. Ojalá el gato se hubiera ido con ellos. Creo que lo vi sentado encima del armario antes de apagar las luces, pero ahora que le he perdido el rastro y siento su mirada desde todas partes, acechándome en la oscuridad. Maldito bicho. No puedo creerme que haya venido a Finlandia para esto.

«¿Y para qué has venido, en realidad?»

Se me forma un nudo en la garganta.

«Para conocer mejor a mi madre.»

«Para huir de mi vida.»

«Para encontrar una vida.»

Alargo la mano para coger mi teléfono, que está sobre la mesita de noche.

El gato maúlla cuando la luz de la pantalla ilumina el dormitorio.

—Cállate —le gruño—. Voy a encender el móvil si me da la gana.

Él bufa como respuesta.

No voy a sobrevivir a esta noche.

Sosteniendo el teléfono sobre mi cara, entro en «ajustes» para conectarme al WiFi. John me dio antes la contraseña y no voy a poder evitar este momento eternamente. Ahí fuera hay gente que se merece una explicación.

Solo que, al parecer, no podré dársela esta noche.

Batería agotada.

—No me jodas.

Con un resoplido, enciendo la luz y me levanto para sacar el cargador de la maleta. Mientras vuelvo a la cama, le echo un vistazo al gato, que sigue encima del armario, mirándome con aburrimiento. Cuando me agacho junto a la mesita de noche para enchufar el cargador, tardo un momento en darme cuenta de que necesito un adaptador.

Genial.

Casi puedo notar cómo el gato se ríe de mis desgracias para sus adentros.

—A lo mejor busco una forma de enchufártelo a ti —le advierto.

Él deja de lamerse la pata y la baja lentamente.

Dejo el móvil con un suspiro, apago la luz y vuelvo a meterme bajo las sábanas. Hay una sola ventana en mi habitación, que está justo al lado de la cama. Así que, cuando pasan las horas, dan las tres de la mañana y fuera empieza a nevar, yo todavía sigo despierta. No pego ojo en toda la noche. Me quedo viendo cómo la nieve cae y cómo el cielo se llena de nubes a raíz de la ventisca.

Ni siquiera sé a qué hora me pongo en pie, pero ya tengo la cama hecha y la ropa puesta cuando llaman a la puerta.

—Está nevando. —Es Luka.

Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora