5 | La casa de Amelia

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5 | La casa de Amelia

Maeve

—¿Así que no recuerdas nada sobre los años que pasaste aquí?

—No.

—Pues qué putada.

Luka es absolutamente encantador.

Ayer bajé a cenar con la familia de Hanna y John por primera vez en los últimos cinco días. Y lo hice por dos razones: para empezar, porque me negaba a darle a Connor la satisfacción de volver a verme encerrada —sobre todo después de que él haya admitido abiertamente que lo ha notado— y también porque, después de una semana alimentándome a base de snacks y comida basura, mi cuerpo pedía a gritos una comida en condiciones. Me senté al lado de Sienna y me limité a participar en la conversación solo cuando me nombraban. Al menos tuvieron el detalle de hablar en inglés. Creía que Connor aprovecharía la ocasión para contarle a todo el mundo lo inútil que he resultado ser en la tienda. Por suerte, no lo hizo.

Aunque ayer no mencionaron nada en la cena, Hanna o él deben de haber hablado con Luka, ya que se ha presentado esta mañana en mi habitación, con cara de pocos amigos, para avisarme de que hoy iríamos a ver la casa de mi madre por fin.

Lo miro de reojo mientras conduce. Luka me recuerda a los chicos que Mike solía criticar: postura recta, esa forma tan confiada de agarrar el volante y, en resumen, toda esa actitud de «todo me importa una mierda y me creo francamente superior al resto». Se ha encendido un cigarrillo nada más subirse a la camioneta. Teniendo en cuenta que lo mucho que ha nevado, no creo que sea muy sensato fumar mientras conduce, pero quién soy yo para decírselo, ¿no?

Arquea una ceja al notar que lo observo, imagino que sacando la conclusión equivocada.

—Me sorprende que no le hayas pedido a Connor que te lleve en mi lugar.

—Pensé que tú hablarías menos.

Noto que mi respuesta le hace gracia.

—Creo que tú y yo vamos a llevarnos muy bien.

No descruzo los brazos, pero por alguna razón eso hace que me relaje un poco. Luka pasa a sujetar el volante con la mano en la que tiene el cigarrillo y utiliza la otra para poner música. Una canción estridente empieza a sonar por los altavoces. Aunque no entiendo mucho de música, capto enseguida que la grabación no está hecha precisamente por un profesional.

La calefacción está muy alta, pero no me he quitado el anorak, y ahora doy las gracias por ello; el muy imbécil lleva la ventanilla abierta para poder fumar.

—Es buena, ¿verdad? —Señala la radio con la cabeza—. Siempre diré que es una de las mejores que tenemos.

Frunzo el ceño.

—¿La canción es tuya?

Luka asiente mientras da otra calada. Visto lo visto, creo que tendría que dar gracias por que no aparte los ojos de la carretera.

—Tengo una banda. Todavía no tenemos nombre, pero nos va bastante bien. Tocamos de vez en cuando en un pub de la ciudad. —Sube el volumen ahora que llega el estribillo—. Yo soy el bajista. Escucha.

Y lo intento. Juro que lo intento.

Incluso afino el oído para intentar entender la letra, pero está en finlandés. Entre eso, lo alto que está el volumen y lo estridente que es la canción, no sabría decir si es «música» de verdad o solo un puñado de instrumentos haciendo ruido todos a la vez.

A mi lado, Luka tamborilea sobre el volante al ritmo de la melodía.

Decido que no voy a ser yo la que le rompa el corazón.

Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS Where stories live. Discover now