7 | Revontulet

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Maeve

—John.

—No.

—Siendo justos, es lo que...

—No.

—Pero...

—Repito: no.

Cojo aire para armarme de paciencia. Al otro lado del mostrador, John mira el ordenador tranquilamente, como si no hubiera notado lo mucho que me irritan sus monosílabos.

—Llevo dos semanas viviendo aquí —le recuerdo con tanta calma como puedo—. Lo justo es que os pague lo que os debo.

—No.

—Pero yo...

—Déjame pensarlo. —Guarda silencio un momento, y después repite—: No.

—¡Pero es lo más justo! —exclamo desesperada.

—No.

Ya sé de dónde ha sacado Connor su habilidad para sacarme de quicio.

Me cruzo de brazos. Al notar que no me muevo del mostrador, John levanta la cabeza y arquea una ceja.

—¿Vas a estar enfurruñada todo el día?

—No entiendo por qué no puedo pagaros.

—Porque no.

—Esa no es una respuesta válida.

—Cuando Hanna te dijo que eras bienvenida aquí, lo decía en serio, Maeve. No vamos a aceptar tu dinero. Y, ahora, si me disculpas...

—Sí que has aceptado el de esos huéspedes —replico. Cuando he llegado, los he visto subir la escalera hacia el segundo piso, que es dónde están las habitaciones del hostal.

—Exacto. Porque son huéspedes.. Tú eres una vieja amiga de la familia, y vamos a tratarte como tal. Nuestra casa es tu casa. Y es lo último que voy a decir sobre el tema. —Vuelve a prestarle atención a la pantalla—. Además, estás ayudándonos con la tienda.

—Más bien, creo que estoy dificultando el trabajo en la tienda —mascullo con amargura.

John se echa a reír.

—Si me rigiera por ese criterio, tendría que cobrarles la estancia a mis hijos también.

Connor y yo nos hemos cubierto el turno de mañana en la tienda durante estos últimos cinco días. Y con «hemos» me refiero a que él ha hecho todo el trabajo mientras yo intentaba no molestar. Al final, con tiempo y esfuerzo aprendí a manejar la dichosa caja registradora, pero no me ha servido de mucho. No puedo atender el mostrador si no soy capaz de comunicarme con los clientes. Y todos vienen hablando en finés.

Así que he dejado que Connor se encargue de eso mientras yo me limitaba a ir reponiendo los productos que faltaban en las estanterías. No hemos hablado de la lista estos días, pero he aprendido varias cosas sobre él, como que le cambia un poco la voz cuando habla en finés o que siempre consigue arrancarle una sonrisa a cada cliente que pasa por la tienda. Por eso sé que John me está mintiendo solo para hacerme sentir mejor.

A sus hijos esto se le da de lujo.

Yo soy el problema.

—No me parece bien que me dejéis quedarme aquí a cambio de nada —insisto. No solo me dan alojamiento, sino que también me invitan a desayunar, almorzar y cenar con ellos todos los días. Eso es un gasto de dinero importante que deberían dejarme cubrir.

Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS Where stories live. Discover now