Brasas encendidas

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Con el fin de ciclo de la Luna Llena, al menos hasta el mes siguiente, estaría un poco más tranquilo.

El celo nunca desaparecería a menos que Steffan me hiciera suyo. Pero sin la influencia de la Luna Llena podría controlarme mejor. Traté de no pensar en él mientras asistía a la universidad.

Buscaba deliberadamente no cruzarme con él en los pasillos y me obligué a faltar dos veces esa semana a la única clase que teníamos en común. Aún no tenía del todo el control sobre mi cuerpo.

Al principio fue difícil. Sentía una necesidad imperiosa de verlo. Pero me mantuve firme y para el tercer día empecé a pensar con un poco más de claridad. Incluso llegué a reírme de mí mismo mientras terminaba de limpiar los baños de la cafetería en la que trabajaba un par de días a la semana, por la comida y un puñado de monedas.

Nadie le daba trabajo a los Omegas como yo. Si bien se aseguraba que la entrada al nuevo milenio había modificado algunas viejas costumbres y creencias, la vida de la mayoría de los Omegas, seguía siendo difícil.

Quienes no aceptábamos convertirnos en animales sexuales de la elite Alpha dominante, teníamos que contentarnos con trabajos de mala calidad -limpiar sus baños, probar sus vacunas, intoxicarnos en sus minas...

Sólo para aparentar progreso, una nueva ley nos permitía a algunos Omegas tener acceso a cierto nivel de educación. Pero eso era todo.

Y así, sobreviviendo más que viviendo, llegué a mi pensión, exhausto después de una jornada dura de trabajo. Con un sandwich rancio en el bolsillo, como toda cena, sabía que tenía que quedarme despierto hasta tarde. Debía ponerme al día con algunos trabajos para el curso en la universidad.
Hacía horas que no pensaba en Steffan. Me felicité en silencio. Y hasta me burlé de mí mismo.

Me parecía una broma de mal gusto recordar los últimos días: ¿cómo podía ser que alguien tan egoísta, maleducado y caprichoso me hubiera hecho pasar tantas horas de locura?

Ahora, con la cabeza - y el cuerpo- fríos ni siquiera me parecía atractivo. Volví a sonreír satisfecho de mí mismo.
Pero apenas levanté mi vista, aquella sonrisa quedó petrificada en mi rostro. Me frené en seco. Mis piernas ya no me respondían.

Mi corazón comenzó a acelerarse de forma peligrosa en mi pecho y fui consciente de que un fuego comenzaba a reptar por mi cuerpo desde bien abajo.

Steffan, más atractivo que nunca, estaba parado en la puerta de mi pensión, con los brazos cruzados y me miraba con un gesto tan desfachatado que en un segundo terminó por encender otra vez las brasas que tanto trabajo me había costado apagar...

STEFFAN #PGP2024Where stories live. Discover now