¹⁶ Acurrucados

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Zayn

Cierro la puerta de un buen portazo y ella avanza con precaución como si yo fuese el ser más temible de este mundo.

Mi cabeza hierve, esto de que no me hayan dicho que el jodido refugiado andaba dibujando una silueta rodeada de las armas clásicas para atacar del otro bando me come la psiquis. ¿Cómo es posible que yo, su maldito capitán, siempre me termine enterando todo mucho más tarde que ellos?

Y que ella, claro.

Dejo mi cuerpo caer sobre la silla giratoria de la oficina y me percato de que mi pierna ya está temblando. Siempre fui una persona acostumbrada a vivir con mucha ansiedad, por ende, lo paso por alto quedándome en silencio, con la de pelo azul al frente viendo mi reacción.

Al conocerme tan bien, sé a la perfección que debo ponerme en frío para discutir o llegar a un acuerdo con alguien de la forma más madura posible, lo que dice —claramente— que no debería haber traído a esta chica a mi maldita oficina sin pensarlo antes, por puro impulso.

—Capitán, yo solo...

Y aquí vamos otra vez a la misma mierda de siempre.

—Tú solo acabas de perder la pizca de confianza que me quedaba en ti —eso suena como un grito dentro de un susurro. Me paso la mano por la barbilla—. ¿Cuándo vas a entender que no puedes hacer todo como se te da la gana solo por...?

Ella apoya sus manos en mi escritorio.

—¿Solo por qué?

—Solo por... —«Maldita sea, joder. Me cago en todo»— por lo que tú ya sabes.

Cada oración que digo suena más bajo que mi tono natural pero con la intención y la frialdad de un grito seco. Al parecer ella lo nota, ya está empezando a hablarme igual y todo.

—Oigame rubiecito con problemas de comprensión, nuestro trato y todo su rollo no tiene nada que ver con nuestros roles en el ejército, ni mucho menos con cómo nos tratamos en el momento de pegarle a una bonita bolsa de bóxeo o en el momento de combatir al frente de todos. Ambos sabemos que si tenemos la oportunidad, en un tiroteo, entregaríamos al otro si eso nos salvaría a nosotros mismos, porque eso somos: egoístas pero inteligentes —las manos que tiene sobre el escritorio ejercen más fuerza en él. Lo dice todo tan seria y con tanta razón que la tensión no tarda ni dos segundos en volver a sentirse—, si no se lo dije fue porque no creía que fuera tan grave que el refugiado ese con gafitas lo dibujara una vez, pero al verlo dos veces dibujando lo mismo y en todas las malditaa paredes ya me llegó el agua caliente al tanque. ¿Lo pilla o se lo debo decir con un vocabulario más amplio y formal?

A pesar de que su existencia me parece la vibra más pesada del universo, voy a admitir que fuera de lo físico, hay algo que me despierta una curiosidad bastante llamativa en ella, pero les mentiría diciéndoles que sé que es porque ahora no puedo pensar, mi mente solo está maquinando un posible plan para solucionar como sea esa posible amenaza.

—El dibujo —balbuceo rápido— ¿Cuándo hizo el primero?

Blair suspira.

—Antes del tiroteo —me confiesa—. Mushu nos lo enseñó sorprendido y luego nos atacaron.

—¿Pudieron ver cuántos eran?

Besos en Guerra ©Where stories live. Discover now