²⁴ Tú

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—¿Podemos ver la película, otra vez? —le suplico, intensa por décima vez en un segundo.

Él cruza los brazos, mira su reloj, estricto como siempre, y suspira. Parece largar un aire pesado y agotador. Entiendo a la perfección que lo que estamos haciendo es incorrecto y que a estas horas ya debería estar en mi posición, pero me resulta absurda la idea de dejarlo aquí cuando aún puedo alargar el escondite un poco más.

—Cariño, creo que no es una buena idea —expresa su disconformidad y me hace un mimo en el cabello—. Es tarde, aún tienes que dormir y en media hora debes entrar al refugio. No quiero que te regañen y...

Apoyo una de sus manos en su pecho descubierto, pensando en un adjetivo para burlarlo, sabiendo a la perfección que sus bromas y chistes nunca podrán superar los míos. Es el tío más gracioso, más tierno y más adorable que conocí en mi vida.

—Capullo —suelto, divertida—. Eres un capullo porque solo lo dices para no verla de nuevo conmigo —fundamento—. Me parece muy malo de tu parte sabiendo que es mi favorita y que la podría ver mil y miles de veces.

Me siento sobre la cama, despacio. Él enreda sus manos en mi cintura y sonríe.

—Tú ganas —murmura al fin—, pero solo una vez más —me frunce el ceño, sarcástico—. Luego de eso, te irás de aquí y harás todo el plan, paso por paso, como te dije, ¿vale? —suelto una carcajada. Me pone cara de enojado—. ¿Por qué se ríe, señorita? ¿Acaso quiere...?

Niego con la cabeza, asustada.

Cosquillas otra vez, no, por favor.

Me tira hacia atrás y logra su objetivo justo cuando alcanza mi abdomen. Sus manos no dejan de hacerme reír. Pego patadas hacia todos lados, pero ninguna le da a él.

—Por favor, para —suelto a súplicas en el medio de su ataque.

Él se detiene, en seco, encima de mi. Su respiración se oye agitada y el pecho le baja y sube con dificultad. Sus ojos se depositan en mi clavícula y bajan hasta el resto de mi cuerpo.

—Debemos dejar de ver películas sin ropa —me dice deslizando una de sus manos hasta cubrir uno de mis pechos.

—¿Tú crees?

Niega.

—No. No lo creo.

—¿Entonces?

Traza una línea por en medio de mi vientre hasta llegar a mi ombligo. Lo besa y sonríe antes de darme la respuesta:

—Eres perfecta —su cabeza vuelve a bajar a mi torso, ubicándose en uno de mis pezones, deja un beso allí también y yo, por otro lado, hago fuerzas inhumanas para no arquear mi cuerpo.

—Cariño...

—Eres perfecta para mí.

Él siempre me lo recuerda todos los días. Me gusta que eso no se haya perdido a pesar de que ya llevamos saliendo más de un año. Me gusta todo él, porque hace que el proceso de quererme a mí misma sea mucho más fácil a su lado.








Besos en Guerra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora