EPÍLOGO

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Blair

Con el corazón latiendo con fuerza, me paré frente a la puerta de mi hogar. Después de meses de ausencia, estaba de vuelta. Mis manos temblaban ligeramente mientras levantaba la mano para tocar la puerta de madera gastada.

El sonido de mis nudillos golpeando resonó a través del silencio de la noche. Por un momento, me invadió la ansiedad, preguntándome si sería bienvenida después de todo lo que había hecho, después de todas las mentiras que había contado para proteger a mi familia. Si me merecía el perdón, si me merecía ser querida, si el barrio me tomaría en serio, si ya había salido en las noticias, si ya se habían olvidado de mí...

La puerta se abrió lentamente, revelando la figura.

Su figura.

La figura de mi padre.

Su barba estaba mucho más crecida de lo habitual, sus ojereas enormes y sus arrugas más notables, pero para mi sopresa él no me recibió con odio, me recibió con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa temblorosa en los labios. Y sin decir una palabra, me abrazó con fuerza, envolviéndome en su cálido afecto.

—Has vuelto, cariño —habló con dolor como si me estuviera esperando desde que me fui pegado a la puerta.

Mis lágrimas comenzaron a fluir libremente mientras me sumergía en el abrazo reconfortante. Su voz, llena de emoción contenida, resonaba en la habitación, y su amor me envolvía como un escudo protector.

—Lo siento tanto —susurré, apenas capaz de contener mis sollozos—. Lo siento tanto por haberte preocupado, yo solo quería protegerte y demostrarte que...

Él me sostuvo con más fuerza, como si nunca quisiera dejarme ir. Durante un momento, el peso de la culpa y el arrepentimiento amenazaron con abrumarme, pero la calidez de su mirada me recordó que estaba en casa, que estaba segura y amada.

—Sé lo que vales, hija, no tenías que demostrarme nada, maldición —dijo mi padre, su voz temblorosa por la emoción—. Discúlpame a mí por no hablar con las palabras adecuadas, sabes que soy impulsivo y me cuesta horrores controlar lo que digo.

De alguien tenía que salir.

Nos separamos lentamente, pero permanecimos cerca el uno del otro, compartiendo una mirada llena de amor y gratitud. Y en ese momento, supe que había encontrado mi verdadero hogar, el lugar donde pertenecía.

—Te extrañé tanto, papá —susurré, sintiendo un nudo en la garganta.

Él me sonrió con ternura, secando mis lágrimas con sus dedos rugosos.

—Y yo a ti, loca —me acomodó el cabello tan concentrado en mis ojos que ni comentó nada del color fantasía de este—. Pero ahora estás de vuelta, y eso es todo lo que me importa.

Juntos, nos dirigimos hacia el interior de la casa, dejando atrás las preocupaciones y los temores del pasado. Porque aunque el camino por delante podría ser difícil, sabía que mientras tuviera a mi familia a mi lado, podría enfrentar cualquier cosa.

Entré tímidamente en la casa, sintiendo el peso de la tensión en el aire. Miré a mi alrededor, notando los pequeños cambios en la decoración, los signos de que la vida había continuado sin mí.

Finalmente, mis ojos se encontraron con los de mi madre. Allí estaba ella, sentada en su silla favorita, con los ojos enrojecidos. Pero cuando me vio, una mezcla de sorpresa y alegría cruzó su rostro, y se puso de pie de un salto.

—Blair —pronunció, con la voz llena de emoción. Extendió los brazos hacia mí, y en un instante, me encontré abrazándola con fuerza, sintiendo el calor reconfortante de su abrazo—. No puedo creer que estés de vuelta —dijo—.  Me hiciste creer que te había perdido para siempre.

Besos en Guerra ©Where stories live. Discover now